En este día santo celebramos que Dios no se quedó distante ni indiferente ante nuestra historia.
Se ha hecho hombre para caminar a nuestro lado, compartir
nuestras alegrías y cargar también con nuestros dolores.
En el Niño de Belén, Dios se acerca con ternura a cada
hogar, a cada corazón, especialmente a los que sufren, a los que se sienten
solos o cansados.
La Navidad nos
recuerda que no estamos abandonados: Dios ha querido habitar entre nosotros y
mostrarnos su amor con un rostro humano. Por eso, esta fiesta es una
experiencia viva de fe y esperanza.
Que la alegría profunda de este gran misterio renueve
nuestra confianza y nos impulse a vivir con más amor, sencillez y fraternidad.
¡Feliz Navidad a todos!
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
Por RAMÓN BENITO DE
LA ROSA Y CARPIO
Arzobispo emérito Arquidiócesis de Santiago


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