LA HABANA, Cuba
(9 Abril 2019).- Aún conservo una foto de mediados de los años 80, en la que asistía
como espectador a una de las puestas teatrales que se exhibían en la antigua
Casa del Joven Creador, entonces sede de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) de
aquella época, actual Museo del Ron. Con guion del bisoño grupo literario Nos y
Otros, múltiples actores, músicos, incluso los escritores, en una suerte de
compañía teatral, y en intensa interrelación con los asistentes, proponían una
obra titulada Vida, pasión y suerte de Armando Churrisco. Allí vi por primera
vez a Octavio Rodríguez, encarnando ese personaje.
Quiso el
destino, y la buena suerte, que años después yo pasara a ser parte de la nómina
de Nos y Otros, en su proyecto teatral, y antes de que concluyera la novena
década del pasado siglo, volvimos a coincidir, esta vez en el teatro Karl Marx,
como parte del Movimiento de Jóvenes Humoristas, que Alejandro García «Virulo»
invitaba a presentarse en dicho teatro, sede del Conjunto Nacional de
Espectáculos.
Octavio
formaba parte del grupo La Piña del Humor, y de manera oficial daba vida a este
antológico personaje (Armando Churrisco) que, a petición del actor, Nos y otros
le cedió con mucho gusto. Con el tiempo, Churrisco pasó a ser el nombre de pila
de este magnífico profesor de la Facultad de Lenguas Extranjeras.
La mayoría
de los que integrábamos el llamado Movimiento, nacido en las aulas de nuestras
universidades, éramos estudiantes o ya laborábamos como profesionales en otros
renglones, que poco o nada tenían que ver con las tablas. Luego de un día de
intenso trabajo, como aficionados nos presentábamos en teatros, empresa,
escuelas, asambleas, congresos… a cambio de sonrisas y aplausos. Éramos
todoterreno y Octavio era uno más entre nosotros: el profe, o el Churry, como
le decíamos cariñosamente.
Nos inundaba
el entusiasmo, y el sueño mayor de algún día tener una institución que nos
representara como humoristas. En cierta ocasión, Octavio nos confesó que él
estaba consciente de que esa realidad quedaba para generaciones futuras, que
nosotros, los que iniciamos esa vanguardia en el humor cubano, solo tendríamos
el placer de ser los pioneros.
No fue así.
Unos años después, en 1993, oficialmente se fundó el Centro Promotor del Humor.
Octavio Rodríguez estuvo entre los primeros miembros y formó parte de la junta
artística desde el inicio.
Todo lo
demás que pudiera contarles ya ustedes lo conocen. Con su trabajo y
profesionalidad se ganó el cariño de todo el pueblo y de sus colegas. Compartió
escenario con todos los humoristas, los más reconocidos y los novatos. Guardo
en el recuerdo su antológica presentación con Orlando Manrufo (Mariconchi) en
un dúo ocasional, parodiando la canción Amigas.
Octavio
Rodríguez siempre tenía un buen consejo a mano y el orgullo, el eterno y
merecido orgullo de venir de una familia de grandes humoristas como lo fue su
tío Leopoldo Fernández, el gran Tres patines. Con dedicación y ejemplo logró
dar continuidad a esa divisa familiar. Su hijo Alejandro siguió sus pasos hasta
ganarse el mote de Churrisquito. Ambos conformaron un singular dúo (padre e
hijo) que presentaron en múltiples espacios con rutinas al estilo del más
auténtico teatro vernáculo.
Fue Octavio
gran estudioso y conocedor del teatro y el arte cubano. Su formación académica
y pedagógica fue su máximo estandarte y base fundamental de un criterio sólido
y sostenido. Por muchos años formó parte de la directiva de la sección de artes
escénicas de la Uneac, representando el humor y a los humoristas cubanos en
congresos, conferencias, reuniones, y debates de intelectuales en Cuba y en el
exterior. Cubano ciento por ciento, añoraba con visible emoción sus años como
profesor de ruso y el amor que le profesaron sus alumnos.
Gracias a su
habilidad políglota y actoral no lo pensé dos veces para invitarlo a participar
en el teleplay Los convidados, donde encarnó magistralmente el personaje de
Alexarder Pushkin. Con placer pude constatar su alto sentido de la disciplina y
entrega. No sabía qué decirle cuando me llamaba director. «Usted es mi maestro
Octavio», y él me respondía: «Y usted es ahora mi director, y eso se llama
respeto».
Igual
ocurría cuando pedía permiso para incorporar a sus rutinas algún texto que yo
había publicado en el dedeté: «Profe, no tiene que consultarme nada, para mí es
un placer que usted añada algo de mis textos en su repertorio» «Para mí también
lo es —me ripostaba con amabilidad—, pero eso se llama ética… que, dicho sea de
paso, se ha perdido».
Puedo
afirmar que siempre daba crédito a todos los que colaboraban con sus
espectáculos. Su respeto hacia el público era infinito, no importaba la edad ni
su nivel social, como siempre destacaba. Incansable luchador contra el mal
gusto, la chabacanería y el facilismo artístico. Defensor a ultranza de nuestra
identidad y promotor de la vida y obra de los grandes de la cultura cubana.
Por todas
estas cualidades, y por la profundidad de su obra como humorista, en 2018 se
hizo acreedor del Premio Nacional de Humor, condición que aguardó con estoica
paciencia.
Muchos de
estos recuerdos se me agolparon en la mente cuando supe de la novedad de su
partida. Es posible que la memoria me traicione en algún dato, pero sí estoy
seguro de que Octavio Rodríguez fue un gran amigo del público y de los
humoristas, de todos. Su personaje Armando Churrisco, queda en los anales de la
historia del humor cubano, como uno de los grandes; a la altura de aquellos que
él tanto admiraba: junto al nombre de su tío Leopoldo. Descansa en paz, Churry,
todos te seguimos queriendo.
Fuente: JUVENTUD
REBELDE
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