Amigo o enemigo de Balaguer, pero nunca indiferente

Las cosas de Balaguer que he escrito en estos días no son palabras de Dios. Y ni remotamente tienen la pretensión de ser verdades históricas ni relatos con la rigurosa y absoluta fidelidad de los acontecimientos que se citan o se narran en ellos.

Se trata, eso sí, de hechos incontrastables, indesmentibles, la mayoría de los cuales cae en el ámbito de su privacidad y por tanto no son del dominio público. Todos, por supuesto, narrados con los matices que es capaz adherirle la escasa capacidad del autor.

No por ello pierden interés. Al contrario, cada hecho ocurrido alrededor de la vida de Balaguer, sin importar el contexto en que se enmarque, adquiere cada día mayor importancia aún sea como referencia histórica para investigaciones con mayor rigor.

Lo mismo ocurre con las demás figuras contemporáneas de su talla: Bosch, Peña Gómez y el resto del liderazgo menor pero igualmente importante: Majluta, Peynado, Guzmán, Jorge Blanco.

¿O puede alguien decir que no resulta interesante resaltar un dato tan simple como las edades en que murieron Peña, Jacobo y Jacinto, con 61, 62 y 63 años? Esa extraña coincidencia del destino tal vez ha sido citada otras veces por periodistas, escritores, columnistas, comentaristas o cronistas históricos… Pero el solo hecho de mencionarlo hace un par de semanas en esta misma columna, a propósito del proceso de relevo del liderazgo político del post-trujillismo, provocó que llegara al Listín y a mis correos electrónicos un aluvión de comentarios sobre algo ciertamente curioso sobre esas tres figuras que en el mismo tiempo y espacio compartieron responsabilidades públicas.

Más aún a propósito de los artículos sobre algunos pasajes de la vida del más importante líder político del último medio siglo: Joaquín Balaguer.

Errores, aciertos

En el manejo de estos asuntos tan personales y privativos de la vida íntima de Balaguer, he caminado en el filo de la navaja y me he empeñado en no incurrir en irreverencias ni irrespetos.

He intentado ser justo y nunca llegar a degradar a ninguno de los personajes o actores citados en el entorno de su larga vida política y biológica.

Pudiera hallarse alguna imprecisión, un error de fecha o cualquier nombre cambiado, pero jamás algún propósito para dañar o afectar a alguien.

Por eso nadie aún se ha quejado por alguna mención impropia o por alguna desviación, a no ser personas muy meticulosas que con razón o por capricho han querido hacer algunas correcciones, las que acojo con gusto.

Por ejemplo, en la cita del poema Lucía, escribí piel por pie, y lánguida por lánguido.

Y cuando me refiero a la descendencia de Balaguer, varias personas me escribieron y hasta me llamaron para identificarse como sus hijos, cosa que no podría dar nadie por cierta por no existir evidencias ni científicas ni testimoniales.

Una señora también me escribió asegurando que es sobrina de Balaguer, hija de un hermano menor de quien dice mantuvo vínculos afectivos y filiales muy estrechos con el líder político.

El caso de Aníbal

La mención de Aníbal Páez en la última entrega, el pasado sábado, llevó de nuevo a los extremos las pasiones que provoca la figura del estadista y líder político fallecido hace 10 años. En uno y otro sentido.

Hay quienes entienden que nadie como Aníbal se dedicó con tanto amor a cuidar y proteger al anciano líder hasta llegar a sacrificar su propia vida y su tranquilidad personal y familiar. Pero otros aseguran que nadie fue tan beneficiado como él en esos años de ceguera e invalidez en que Balaguer necesitaba su presencia hasta para seguir vivo.

Sobre los hombros de Aníbal descansó la ingrata responsabilidad de velar su sueño, de asearlo varias veces al día, de alimentarlo, de medicarlo. De todo… Como si hubiese sido un niño, un hijo.

¿Con qué se paga eso? Una cosa si ha quedado clara otra vez en todo esto: el nombre de Balaguer o su simple mención provoca reacciones en los extremos: se le quiere y venera. O se le odia y aborrece.

¡Pero indiferencia, nunca!


Por CESAR MEDINA
El autor es periodista
Embajador en España

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