MADRID.- Es un Roger Federer desconocido: uno que grita
palabrotas (fuck!), que le lanza frases en la red a Andy Murray, su contrario
en las semifinales del Abierto de Australia, y que desaprovecha sus
oportunidades (break de ventaja y luego bola de break en el cuarto set). La
noche acuna un combate en el que el suizo recibe muchos golpes. Han pasado ya
más de tres horas. El número dos se encuentra al borde de la derrota: Murray
saca para ganar. Parece que Federer está eliminado (6-5 y 30-15), noqueado,
competitivamente muerto. La reacción del exnúmero uno quedará entre las mejores
de su carrera: un puñado de golpes para la videoteca le devuelven la vida al
partido. Federer rompe y se lleva el duelo a la quinta manga. Por primera vez en
su larga carrera, el suizo debe competir dos partidos seguidos en la quinta
manga. Sus piernas pagan el esfuerzo de su victoria ante Tsonga en cuartos:
pese a su brillante reacción, Murray se impone 6-4, 6-7, 6-3, 6-7 y 6-2 en
cuatro horas para jugar por el título el domingo contra el serbio Novak
Djokovic.
Antes pasan muchas cosas. Federer compite lanzado
por sus ganadores y esposado por sus errores no forzados. Está obligado a
adoptar un riesgo extremo. Conoce que pocos tenistas tienen la capacidad defensiva
de Murray. Prueba con un par de dejadas y el escocés le demuestra que le sobran
las piernas. El número tres mundial juega con una confianza desconocida: aunque
nunca ha ganado a Federer en un grande, llega al duelo con el impulso de
haberle derribado en la lucha por el oro olímpico. Murray cree. Tiene una fe
desconocida. Pega y grita. ¡Cambio de guardia!, chillan cada uno de sus tiros.
Contra eso, Federer utiliza el mismo plan que en la
final ganada en 2010 en Australia ante el mismo contrario. En lugar de huir del
mejor golpe del británico, el revés, el exnúmero uno mundial se lo busca con
saña. Poco a poco, el suizo encierra al británico en una esquina y luego le
pone a correr abriéndole hacia la derecha, donde tiene su peor tiro. La
respuesta a esa combinación maliciosa entre el vértigo de la carrera y el golpe
que menos controla marcan el partido de Murray. Cuando domina los intercambios,
gobierna, obliga a Federer a tirar agresivamente, cruzando los dedos. Cuando va
de cráneo, corre que te corre, el suizo respira.
Golpe de derecha de Federer
Llega entonces la quinta manga, el terreno del
corazón, de los pulmones y las piernas. Ahí mandan los músculos por encima de
las muñecas, la fuerza por encima de la raqueta. Que competir dos partidos
seguidos a cinco sets sea una novedad para Federer solo refleja la facilidad y
el desahogo con las que ha dominado el circuito durante años. Competitivo
siempre, es tan evidente que sus años de esplendor han pasado como que puede
ganar un grande en cualquier momento. Federer lleva tres años sin jugar la
final en cualquiera de los tres torneos del Grand Slam que se disputan sobre
cemento. Parece el momento de Murray, es el tiempo de Djokovic, más jóvenes,
mejor situados para depender de las piernas antes que del riesgo y enfrentados
en la final por segundo grande seguido. El título será un pulso entre los dos
nuevos rivales. Sin embargo, el gran momento del torneo, por ahora, es de
Federer: su remontada cuando el escocés sacó por el partido en la cuarta manga
quedará para siempre en el recuerdo como un tributo al hambre insaciable de un
campeón como no habrá otro.
Por JUAN JOSE MATEO/El País
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