Penetró al salón del hotel donde pronunciaría su
conferencia, y antes de ir a la mesa principal, estrechó las manos de todos los
presentes con un “saludos, compañero”
recorriendo una por una las mesas. Era Luiz Inácio Lula da Silva, con
bigotes y sin barbas, el socialista que ha demostrado, revolucionando el
capitalismo, que las cifras de la pobreza pueden revertirse.
Liberó de la pobreza extrema 19,3 millones de sus
conciudadanos y entre pobres que pasaron a clase media, y de clase media que se
fue a alta y de alta que se consolidó, mejoró el status de 39 millones de
brasileños, mientras que por otra parte incidía en un cambio de la geografía
política, promoviendo una integración regional menos dependiente del gran amo
del norte.
Gobernó un país en el que la clase política ha
solido colocarse a la altura de los desafíos que se les han planteado, pero él
desbordó todas las expectativas, porque los ricos sospechaban que
desestabilizaría la economía y que
jugaría al populismos asistencialista
para los pobres, pero nunca pensaron que terminarían agradeciéndole el
ensanchamiento del mercado interno y la expansión exterior.
Parecía que una democracia restablecida a mitad de
los ochentas había nacido con mala suerte, porque uno tras otro, escogió dos
presidentes que no completaron sus respectivos períodos, uno porque murió antes
de la toma de posesión, Tancredo Neves, y el segundo porque fue destituido por
escándalos de corrupción, Fernando Collor de Melor, pero de ambos períodos se
recogieron buenos frutos. Neves fue suplido por su vicepresidente, José Sarney,
que cumplió con la prioridad del momento: iniciar la transición democrática con
la proclama de una nueva Constitución, y
Collor de Melor, fue sustituido por el vicepresidente Itamar Franco, que tiene
como aporte fundamental, el denominado Plan Real, el instrumento con el que se
venció el postro de la inflación galopante, que estuvo a cargo del ministro de
Haciendas, Fernando Henríquez Cardoso, que por el éxito de esa iniciativa fue
catapultado a la presidencia de la República.
Fernando Henríquez venció otro mito, el de que los
grandes intelectuales son un fracaso en el ejercicio del gobierno, agotó dos
período de crecimiento sostenido de la economía brasileña, prestigió la imagen
de su país en los foros internacionales y procuró nuevos mercados para los
inversionistas brasileros, por lo que los electores se quedaron deseándolo para
un tercer período, que no está permitido por la Constitución.
Y el país que despedía con tristeza a una de las más
sólida figuras académicas e intelectuales que hayan gobernado en el mundo, miró hacia un candidato que tenía
el mayor records de elecciones perdidas, pero que no se desanimaba. Sus logros
han sido pregonados y celebrados en todas partes del mundo.
Los dominicanos tenemos un presidente con
convicciones similares a la de Lula y bien dispuesto a propiciar una sociedad
de oportunidades.
Por
JULIO MARTINEZ POZO
El autor es peridista y productor de televisión
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