BUENOS AIRES, Argentina. - Rara vez se habla de José
Mario Bergoglio, ahora papa Francisco, sin mencionar su humildad, su rechazo a
hablar sobre sí mismo.
Sus admiradores hablan también de su abnegación, al
explicar por qué él rara vez ha negado una de las acusaciones más escabrosas en
su contra: Que estuvo entre los líderes de la Iglesia que apoyaron activamente
la dictadura asesina de Argentina.
Es indiscutible que José Mario Bergoglio, al igual
que la mayoría de otros argentinos, no confrontó abiertamente a la junta
militar que manejó el país de 1976 a 1983 mientras al mismo tiempo los
gobernantes militares secuestraban y asesinaban a miles de personas en una
"guerra sucia" para eliminar a adversarios de izquierda.
Pero el biógrafo autorizado del nuevo papa, Sergio
Rubín, argumenta que esa fue una falla de la Iglesia Católica en general y que
es injusto identificar a Bergoglio con la culpa colectiva que aún agobia a
muchos argentinos de su generación.
"En una cierta manera muchos argentinos
terminaron siendo cómplices", en un tiempo en que cualquiera que hablara
abiertamente podía convertirse en un objetivo, recordó Rubín en una entrevista
con The Associated Press justo antes del cónclave papal.
Algunos activistas defensores de los derechos
humanos acusan a Bergoglio, de 76 años, de estar más preocupado en preservar la
imagen de la Iglesia que de proporcionar pruebas para los muchos juicios por
violación de derechos humanos en Argentina.
"Hay una hipocresía que tiene que ver con toda
la conducta de la Iglesia; y Bergoglio en particular", dijo Estela de la
Cuadra, cuya madre cofundó durante la dictadura el grupo activista Abuelas de
la Plaza de Mayo para buscar a familiares desaparecidos. "Hay juicios de
toda clase y Bergoglio se niega sistemáticamente a apoyarlos", agregó.
Bergoglio invocó en dos ocasiones su derecho bajo la
ley argentina de negarse a comparecer en una corte abierta en juicios que
involucran tortura y homicidio dentro de la temida Escuela Superior de Mecánica
de la Armada (ESMA) y el robo de bebés de detenidos. Cuando al final sí
testificó en 2010, sus respuestas fueron evasivas, dijo a The Associated Press
la abogada por los derechos humanos Myriam Bregman.
Las propias declaraciones de Bergoglio demostraron
que los funcionarios de la Iglesia sabían desde casi el inicio que la junta
estaba torturando y matando a sus ciudadanos aun cuando la Iglesia apoyaba
públicamente a los dictadores, afirmó. "La dictadura no pudo haber operado
de esta manera sin este apoyo crucial, agregó.
Rubín dijo que de hecho Bergoglio tomó riesgos
mayores para salvar a los llamados "subversivos" durante la dictadura
de 1976 a1983, pero nunca habló públicamente al respecto antes de su biografía
de 2010: "El jesuita".
En el libro, Bergoglio explicó que no quería
rebajarse al nivel de sus críticos y luego compartió algunas de sus historias.
Bergoglio dijo que en una ocasión pasó sus
documentos argentinos de identidad a un hombre que era buscado y que tenía un
aspecto parecido al de él, permitiéndole escapar por la frontera a Brasil.
Agregó que en muchas ocasiones protegió a gente
dentro de propiedades de la Iglesia antes de que pudieran ser llevadas con
seguridad al exilio.
La acusación irrecusable contra Bergoglio es que
siendo un joven líder de la orden jesuita argentina, retiró su apoyo a dos
sacerdotes de barrios bajos cuyos colegas activistas en el movimiento Teología
de la Liberación estaban desapareciendo. Posteriormente, los sacerdotes fueron
secuestrados y torturados en la ESMA, la cual utilizaba la junta como prisión
clandestina.
Bergoglio dijo a los sacerdotes —Orlando Yorio y
Francisco Jalics— que abandonaran su trabajo en los barrios bajos por su propia
seguridad y ellos se negaron. Sin embargo, Yorio acusó después a Bergoglio de
haberlos entregado de hecho a los escuadrones de la muerte al negarse a apoyar
públicamente su labor. Yorio está muerto y Jalics se ha negado a hablar de
estos acontecimientos desde que se mudó a un monasterio alemán.
Después de un aterrador traslado en helicóptero,
ambos sacerdotes fueron abandonados en un campo, con los ojos vendados. Ellos
fueron dos de los pocos detenidos que sobrevivieron a esa prisión.
El biógrafo Rubín dijo que Bergoglio, a
regañadientes, le narró el resto de la historia: que él había abogado durante
mucho tiempo tras bambalinas para salvarlos.
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