Desde su ungimiento, Nicolás Maduro, es lo mejor que
ha podido pasarle a la oposición venezolana: la ha compactado y en pocos días
de campaña la agigantó. Veintidós gobernadores operaron como jefes estatales de
la campaña, que culminó conservando el poder a gatas, mientras el jefe de PVSA
operó como encargado de movilización popular, articulando una estructura
aplastante contra un solo gobernador, que, sin embargo, amplió su matrícula de votantes, porque su
verdadero jefe de campaña era el entonces presidente encargado y candidato
presidencial Nicolás Maduro.
El Consejo Nacional Electoral dispuso de tiempos
iguales para la difusión libre en la televisión de los mensajes de los
candidatos, cuatro minutos diarios para cada uno, pero Nicolás Maduro además se
beneficiaba de diez minutos autorizados para los mensajes gubernamentales, y
del tiempo sin medición que quisiera utilizar para los panegíricos al difunto
líder, y Henrique Capriles se benefició de sus cuatro minutos, y de todo el
tiempo que empleaba Maduro. La prueba: Maduro movió cielo y tierra y no se le
pegó un solo voto más en la campaña. Por el contrario, le envió 700 mil
chavistas Capriles.
Es por lo que Diosdado Cabello escribió: “Es
contradictorio que sectores del pueblo pobre, voten por sus explotadores de
siempre”. En nueve de once de las principales ciudades, el chavismo resultó
derrotado, con todo y la jefatura de campaña de sus gobernadores.
Venezuela cuenta hoy con dos cosas que habían sido
muy difíciles de articular, una oposición compacta y una figura que la encarna,
porque Capriles, que era la principal figura de la oposición, se ha convertido
en algo más, es el líder de la oposición y la figura de mayor arraigo popular.
Lo lamentable es que, aunque Maduro y Capriles hayan ganado, porque uno se queda
presidente y el otro pasa a ser una figura con la que hay que buscar relación,
así sea en forma discreta, porque alguna vez administrará el cuaderno donde
están las deudas que de manera irresponsable han ido ampliando con Venezuela la
mayoría de los países de los presidentes que asistieron a la jura de Maduro,
Venezuela ha quedado atrapada en un laberinto insalvable.
Maduro tiene ahora dos caminos, o no hace nada y
sigue hablando hasta esperar que el país se acabe de hundir, o emprende un
conjunto de medidas que en lo inmediato conducen a la impopularidad.
Su adversario no es Capriles sino una devaluación
superior al 200%, un desabastecimiento de productos que ronda 25%, una
inflación general sobre el 30%, pero que
para el caso de la canasta familiar es de más de un 100%, unas reservas
internacionales en el piso y caída en la producción de petróleo, acero y
cemento, esto sin contar la inseguridad y el desaliento de la iniciativa
privada.
Para buscar recursos, o toma medidas internas como
la subida de los precios de los combustibles, reducción de los capítulos de
ayudas sociales para transformarlos en inversión, o tiene que fajarse a
renegociar con los deudores internacionales que fueron a aplaudir en la toma de
posesión, porque Venezuela no soporta seguir sin luz a sabiendas de que ese
país subsidia el sistema eléctrico de Nicaragua, beneficia con subsidio de calefacción a los
pobres de Boston y regala el petróleo a
Cuba.
Por
JULIO MARTINEZ POZO
El autor es periodista
No hay comentarios.: