A pocos días del 30 de mayo

Último del período .....DE 1930 A 1959.... Don Ángel Severo Cabral nació en el 1910, lo cual indica que estas encarcelaciones mencionadas ocurrieron cuando él contaba entre 19-22 años y en esta última historia alrededor de 30-33 años de edad.  Fé

Era penoso  tener que adoptar esta medida, pero la creímos saludable, por entender que con ella se evitarían los posibles males que parecían cernirse sobre la escuela. Esta medida se participó a la secretaría por la vía de la Intendencia de Santiago, conforme a los reglamentos.

Un dia se me presentó a la Dirección el estudiante Alfonso Perozo, alumno ejemplar del cuarto año  de ciencias Naturales, a solicitarme permiso para él y para su hermanito, también estudiante con el fin de ir con su hermanito menor, José Luis, a la Fortaleza, donde un General, llegado de la capital, deseaba conversar con ellos. Le dije que a su regreso volviera a verme. Así lo hizo. Me contó que el General venía de parte de Trujillo para ofrecerles a él un cargo en el hospital, no recuerdo que otra cosa a su hermana Alfonsina y a José Luis de 14 años, uno de los afectados por la medid disciplinaria tomada hacía algún tiempo por la escuela, le ofrecían mandarlo a un colegio. Alfonso me lució contento y a mi no me pareció el asunto totalmente extraño, porque era frecuente que Trujillo  protegiera a viudas y huérfanos, esposas e hijos de las víctimas de sus crímenes. El padre de estos jóvenes había desaparecido años antes, a la salida de su logia y no se había sabido mas de él. La familia Perozo de Santiago, de origen venezolano, había de una u otra forma, perdido la casi totalidad de sus miembros, víctimas de la tiranía.

Una noche recibí en mi casa la visita de un Coronel del Ejército. Conocía algunos de sus familiares y me trató con aparente confianza. Trató de inducirme a confiarle el nombre del autor del letrero aparecido en la escuela. Le dije que no lo conocía y que estaba inclinado a creer que no había sido la obra de ninguno de los alumnos, sino de alguna persona interesada en hacernos daño, ya que era muy fácil penetrar al patio. Abundé sobre el temperamento y mas que todo, sobre los intereses del alumnado, muy alejados de las cuestiones políticas.

El Coronel insistió una y otra vez y finalmente me insinuó el nombre de José Luis Perozo. Le dije que conocía bien a este niño, muy inquieto,  pero que sus travesuras eran de otro tipo, que no sabía, como ya le había expresado, quien pudiera haber sido el de la ocurrencia, pero que me atrevía a asegurar que no eran cosas de este niño. No obstante lo relatado no me podía imaginar que José Luis Perozo pudiera estar en peligro de muerte, pensarlo solo me hubiera parecido imposible, por monstruoso.

No se si antes o después de esta visita, me contó una profesora que uno de los compañeros de José Luis había referido que éste manifestaba entre ellos que vengaría la muerte de su padre aunque fuera en la persona de uno de los hijos de Trujillo. A otro de sus compañeros se le siguió luego un proceso relacionado con todo esto y fue finalmente descargado, en un acto de responsabilidad del Lic.         Elina en la Corte de La Vega.

Acababa de cenar una prima noche, cuando alguien llegó a decirme que en ese momento habían dado muerte a José Luis. Salí en seguida y vi una multitud en el Cuartel de la Policía, a dos cuadras de casa. Me dirigí allí. El cuartel estaba rodeado por un fuerte cordón de policías y guardias armados que no permitían pasar a nadie. Dentro del cuartel, tirado en el piso, estaba José Luis con el vientre traspasado por una bayoneta, desangrándose. En el momento en que llegaba vi entrar al Dr. Lavandier. Los médicos del Hospital estaban esa noche en una cena en una finca distante de la ciudad, propiedad del Gobernador, según me informaron.

Mas tarde fue llevado José Luis al Hospital, donde murió mientras lo operaban. De allí lo trasladaron esa misma noche a su casa. El había salido de su casa en dirección a una cancha que habíamos habilitado para esparcimiento de los estudiantes. Pasó por el Cuartel de la Policía y, al llegar a la otra esquina, un hombre le asestó la estocada. El corrió hacia atrás en dirección al cuartel, perseguido de cerca por su atacante. Entró al cuartel y se desplomó n el piso. El asesino fue apresado y conducido  al Cuartel del Ejército. Al día siguiente, las niñas que iban para la escuela y las personas que pasaban por allí, eran invitadas a ver un hombre ahorcado en una celda. Los que habían visto al hombre apresado la noche anterior afirmaban que ese, a quien se hacía aparecer como suicida, no había sido el matador de José Luis Perozo.

Eran los últimos dias de clases. Una protesta sorda y un profundo dolor se reflejaba en el rostro de los alumnos de la escuela.  No hablábamos, pero nos entendíamos. Algunos de ellos ofrecerían mas tarde el tributo de sus vidas en el ara de la libertad, en la invasión de Constanza y aquí mismo, ya profesionales.

El Secretario de Educación lo era entonces don Telesforo Calderón. acababa de llegar a Macorís y quería verme, Llegué a la Inspección de Instrucción Pública donde me esperaba. Con él estaban el inspector de aquel distrito y el señor         Villanueva que lo acompañaba. Me interrogó sobre lo acontecido. Le expliqué, agregándole que aquel pueblo estaba indignado con el disc    y  frialdad demostrados por los autores de aquel crimen abominable. Me dijo que Trujillo había dispuesto visitar a Macorís dos dias después y que tenía especial interés en que yo asistiera al acto que se estaba preparando. Al otro dia insistió en lo mismo. Entendía que Trujillo quería enterarse personalmente de lo acontecido, con el fin de tratar de desagraviar de algún modo al pueblo macorisano, y me preparaba para hablar con claridad cuanto sabía. Me puse una corbata negra y salí con el Secretario a la residencia donde se esperaba a Trujillo. La casa y los jardines estaban llenos de las personas de la sociedad macorisana y de sus autoridades. Me quedé en el jardín y allí me fueron a llamar para presentarme al Generalísimo. Estaba en el fondo de un pasillo. A su lado estaba una joven con quien llevaba relaciones maritales y a cada lado del pasillo numerosas personas en hilera y en actitud de firme. Me conducía una de las personalidades que le acompañaban y quien me presentó; esperé que me autorizara a hablar, aunque me parecía fuera de lugar, pero no podía entender el objeto que tenía mi presentación en estas circunstancias. No cruzamos una sola palabra y me devolví por aquel pasillo lleno de personas a uno y otro lado. En la estancia del lado alguien me preguntó por mi corbata negra. Le contesté que llevaba luto por la muerte de un alumno.

De esta residencia salió toda la concurrencia para el Club Esperanza. Allí pasé casi toda la noche sentado aburridamente en una mesa de la galería exterior con el Secretario y el Sr. Villanueva. En la sala Trujillo bailaba con su querida y con las damas de la sociedad de Macorís. Macorís había  sido desagraviado a seguidas de aquel crimen inenarrable!

En el dia el Secretario Calderón me había explicado que había ido a poner en posesión, en mi lugar, al Sr. Villanueva por orden expresa de Trujillo, pero que había comprendido que nadie podría, en mucho tiempo, alcanzar el ascendiente que yo tenía sobre profesores y alumnos y que había informado sobre la conveniencia de no efectuar el cambio. Aproveché para manifestarle que había decidido no continuar en el magisterio así como abandonar el Servicio de Educación si no podía ir a otro cargo.

Al iniciarse el año lectivo, pasadas las vacaciones, renunciaba a la dirección de la Escuela de Macorís venía a la capital donde por espacio de unos doce años, trabajaría como agrimensor primero en la Dirección General de Mensuras Catastrales, luego en la Secretaría de Estado de Agricultura y por último en los Ingenios de la Casa Vicini. Fue también en esos años cuando ingresé de nuevo en la Universidad para obtener el título de Doctor en Derecho. El mismo año en que ingresó el General Ramfis Trujillo, quien asistía a cátedras todas las tardes, acompañado de dos jóvenes oficiales. Muy circunspecto, se sentaba en una de las filas delanteras y leía interminablemente, mientras los profesores hablaban, creo que eran novelitas policiales. En los recesos entre cátedras se juntaba invariablemente con los oficiales, no recuerdo que intercambiara con ningún otro estudiante. Sus exámenes se decía que se realizaban en privado y uno de nuestros profesores nos aseguró una vez que eran brillantes. Pasados los cuatro años de facultad, los periódicos le llamaban "distinguido jurisconsulto".

Por AGUSTIN PEROZO


Datos facilitados por doña Fedora Cabral de Rumland, hija de don Ángel Severo Cabral. Tomado de sus notas personales

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