NOCHE
OSCURA.- Juan Bosch, cuando todavía era perredeísta,
y Miguel Vargas e Hipólito Mejía no andaban de por medio, acostumbraba a decir
algo que de seguro aprendió en los campos, pero que como concepto aparece en
los poetas alemanes: Nunca es más oscura la noche que cuando va a amanecer. Vargas se cogió
–para él– la semana pasada, y visitó al presidente Danilo Medina en el Palacio
Nacional, y a Leonel Fernández en la Oficina Presidencial, recuperando espacios políticos que en apariencia había
perdido y ganando primeras páginas en los periódicos. Igual se había reunido
con los principales dirigentes del PRD
en los pueblos, a quienes advirtió sobre la posible convocatoria a convención
de Mejía y su grupo. La línea que bajó fue de no atender ese llamado ni acudir
a la cita del mes de julio. De manera que Vargas y los suyos estaban haciendo
arcos y afilando flechas para continuar la lucha de exterminio, considerando
difícil, por no decir imposible, un probable acercamiento, porque avenimiento,
nunca. Es decir, el momento más oscuro de la noche...
DESCALIFICACIONES.-
Mejía por igual andaba tocando tambores de guerra por doquier que pasara,
proclamando la unidad del PRD de la boca hacia afuera, pues en su discurso,
antes que conceptos, estaban las
descalificaciones. A este, o a aquel. Al gobierno, pero también a Vargas. Para
no ir muy lejos, el artículo que publicara el pasado viernes 3 en El Nacional
de Ahora. Entre cuyos párrafos puede leerse: “...Hemos hecho todos los
sacrificios posibles para que los perredeístas volvamos a ser dignos de la
aprobación mayoritaria de la sociedad, pero la traición y la maledicencia han
primado...” Repito: “ la traición y la maledicencia...”... Y seguía: “ Nunca,
en ningún país del mundo, se ha visto que un partido democrático pueda ser
secuestrado y colocado al servicio de la causa de sus enemigos...”. Léase bien:
“...secuestrado y colocado al servicio de la causa de sus enemigos ”. Es decir,
que hasta el pasado viernes, Mejía le estaba dando tablas a Vargas, sin pensar
en juntarse y mucho menos cejar en sus afanes de avasallarlo...
LO
IMPENSABLE.- Con esas actitudes, acciones y palabras
era impensable que pudieran verse, juntarse y tener un inicio de entendimiento.
La parte más oscura de la noche era aprovechada por los asaltantes, mucho más
cuando eran de camino. Aunque daba oportunidad a las luciérnagas, cuyo bajo
vientre se ilumina cuando buscan pareja.
De ahí que se produjeran asomos de información que no encontraron mucho eco, y
se produjeran desmentidos hasta de los más cercanos colaboradores de uno y de
otro. Es más, entre quienes se dan de muy enterados se hablaba de una probable
reunión en los próximos días. Y las versiones digitales ubicaban el encuentro
en la noche y en las lomas de San Cristóbal, donde Mejía tiene una casa. Es
decir, que había un afán de nocturnidad. La
intención era obvia: hacer creer que Vargas fue a dar la boca, aun
cuando era Mejía que urgía la reunión, e incluso presionaba con la reciente
experiencia con Danilo Medina y Leonel Fernández. Si Vargas había sido capaz de intercambiar con los
peledeístas ¿por qué no con sus compañeros perredeístas?...
POR
DISCRECIÓN.- El encuentro del pasado viernes de
Vargas y Mejía, almorzando en la casa de campo del general (r) José Miguel Soto
Jiménez, en Loma Linda, no se produjo por
milagro. Aunque si convenida al
margen de las diligencias conocidas y de manera poco perredeísta. Fue una
comida de cinco: los huéspedes de honor con sus respectivos edecanes y el
anfitrión. Y nadie más. Si Vargas y Mejía se hubieran acompañado
de otros perredeístas, no llegan
a sentarse a la mesa, pues hasta con señales de humo, para no decir con palomas
mensajeras, hubieran dado cuenta del acontecimiento. En vez de un Viernes de
Dolores, fue un Viernes de Amores. Aunque tampoco hay que volverse loco, y
recordar que el kilómetro 29 queda a uno del 28, donde estuvo el Manicomio. O teniendo
en cuenta que entre los manjares servidos hubo guineas, de la que todavía no se
averigua si eran tuertas, pero cuya naturaleza, indudablemente, era bronca. El encuentro no duró una hora,
como se publicó, sino dos horas y media, pues tanta comida no se consume en tan
poco tiempo, y la cordialidad del momento
no era para irse rápido...
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