Robredo, a cuartos en el Roland Garros

Nadie quiere ganar en la Suzanne Lenglen; nadie quiere perder; nadie quiere abandonar la grada, repleta de un público desprejuiciado, que únicamente se decanta por la prolongación del partido, de un espectáculo de puro tenis de arcilla, y poco a poco sintoniza del todo con el gran héroe. Nadie quiere vérselas con David Ferrer en cuartos; nadie quiere, a la vez, dejar pasar esa oportunidad. Todo son contradicciones en una lucha eterna.

"Habrá sexto set", bromea un colega argentino. Quizás hasta lo hubiera aguantado Robredo. Quién lo pone en duda tras volver por tres veces de dos parciales adversos, contra Sijling, en la segunda ronda; ante el mismísimo Monfils, con la grada boca abajo; y ahora, en octavos, contra Almagro, 13º entre los favoritos. Viaja de vuelta tras estar a dos juegos de la derrota: 4-1 abajo en el tercero, 4-2 en el cuarto... 'Break' abajo en el quinto. Almagro se desespera y va echando lodo sobre sí. Le pierde ese punto visceral, autodestructivo. Robredo interactúa con la multitud. Agita las manos y se toca el oído en busca de loas tras conectar un 'passing-shot' de revés. Ha regresado de lo que fue casi una prejubilación, sacudido obstinadamente por las lesiones, sepultado hace un año hasta el puesto 471º del 'ranking', y no está dispuesto a irse.

Robredo vence por 6-7 (5), 3-6, 6-4, 6-4 y 6-4, en cerca de cuatro horas, y jugará el martes contra David Ferrer en busca de una plaza en las semifinales. Sólo Albert Costa había logrado tres remontadas semejantes, y no de manera consecutiva, en 2003, cuando alcanzó la final. El gerundense, 31 años, los mismos que su adversario en la búsqueda de las semifinales, firma una sucesión de reacciones sin antecedente conocido. Campeón hace unas semanas en Casablanca, Robredo maneja las situaciones con la serenidad que da el goce de una prórroga felizmente conquistada en su carrera. El combate en la pista, brutal, tiene un apéndice de gestos confrontados, de brindis toreros que buscan el refrendo popular, de actitudes desafiantes sin cruzar una mirada.

Llora y llora Robredo, se quita las gafas con las que ha contemplado su propio renacer, y apoya la cabeza sobre su raqueta, postrado sobre la arena. Presente en cuartos en 2008, 2010 y 2012, perdiendo siempre contra Nadal, Almagro sabe que ha puesto demasiado de su parte para contribuir a la heroicidad, que ha dilapidado una ventaja casi definitiva por no mantener el pulso en un partido que tenía ganado, por dar vida a un rival que precisaba de muy poco para encontrar estímulos. Será Tommy quien entre por quinta vez en la antepenúltima ronda. Ausente del torneo en los dos últimos años, y después de lo padecido, ni él mismo esperaba citarse nuevamente con los mejores.



Por JAVIER MARTINEZ/París

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