EL CAIRO.- Cuando la tragedia asoma una vez, conviene guarecerse para la siguiente. El campamento que los islamistas mantienen desde hace un mes en la mezquita de Rabea al Adauiya se lame las heridas mientras extrema su seguridad con la resaca del feroz ataque policial que dejó al menos 72 muertos y cientos de heridos.
El ministro del Interior amenazó ayer con desmantelar "muy pronto" la protesta y la plaza, rendida al martirio o la victoria, ha tomado nota: Se han multiplicado las barricadas y se ha ampliado el radio de seguridad ante la mirada desafiante de vehículos blindados y excavadoras de la policía.
"No podemos dejar la calle. Es nuestro salvavidas. Volverán a matar a 100, 200 o 300 personas pero no podrán con un millón", relata a ELMUNDO.es la egipcia Wafa Helmi desde una de las decenas de jaimas que pueblan la geografía de Rabea al Adauiya. A su lado, unos jóvenes malheridos muestran los cartuchos que durante horas agujerearon ayer los accesos a la acampada, iniciada en el distrito cairota de Medinat Naser a finales de junio en apoyo al derrocado presidente Mohamed Mursi. Los vídeos difundidos por los islamistas y los testimonios reunidos por este diario confirman el uso absolutamente excesivo de la fuerza que la policía y civiles armados aplicó sobre los alrededores de la acampada.
"Ya ve. En Siria han matado a decenas de miles de civiles y ellos sigue en pie. Nosotros también", agrega Helmi, llena de entereza. La plaza, un laberinto de consignas contra los 'golpistas' y de puestos ambulantes, sirve además de refugio a los gerifaltes de los Hermanos Musulmanes y sus aliados salafistas (rigoristas) contra los que la justicia ha cursado órdenes de arresto. Los habitantes de la protesta, seguros de que antes o después las fuerzas del orden tratarán de desalojarles, están ojo avizor. Alcanzar la plaza se ha convertido en una odisea. Los furgones policiales les vigilan desde el puente 6 de octubre y es necesario tomar otros atajos.
Al llegar, los restos de la batalla y los vehículos reducidos a una amasijo de hierros aún levantan acta del asalto en el amplio bulevar donde se ubica el memorial al soldado desconocido, el escenario del asesinato en 1981 del entonces presidente Anuar al Sadat. En las calles contiguas, los acólitos de Mursi han construido hileras de muros con adoquines arrancados del pavimento que bordea los raíles de un tranvía que solía atravesar este acomodado barrio de la capital. El asfalto todavía guarda zapatos sueltos y charcos de sangre junto a flores que rinden homenaje a los caídos. Anoche, un portavoz de la Hermandad precisó que el ataque se cobró la vida de al menos 66 personas. Otras 61 permanecían en estado de 'muerte clínica'. El ministerio de Sanidad cifra en 72 los fallecidos.
El episodio más sangriento desde el derrocamiento del primer líder civil de Egipto y uno de los más mortíferos desde el ocaso deMubarak ha insuflado resistencia en el interior de la fortificada acampada. "No vamos a dejar este lugar. Solo conocemos el martirio o la victoria", señala Mahmud Saber, un obrero de 41 años que hojea el periódico tumbado en una de las tiendas de campaña que cuentan con ventilador. El hombre es sabio: se guarda de los rayos de sol que caen como cuchilladas sobre el páramo contestatario.
La plaza, que ayer rezó por los muertos, ha reanudado su rutina diaria: Sus habitantes cumplen con rigor el ayuno del mes sagrado de Ramadán, oran, leen el Corán, gritan y se arman de paciencia para liberar la vejiga o acceder a la comida que gratuitamente proporciona la Hermandad. Para luchar contra el sol de justicia, decenas de voluntarios rocían agua sobre los esforzados manifestantes.
Junto al calor asfixiante y la amenaza de un sangriento desalojo policial, los dirigentes de la Hermandad son conscientes de que su otro talón de Aquiles es el férreo apagón informativo que los medios de comunicación locales aplican sobre la protesta de Rabaa y la otra acampada islamista que sobrevive en la capital, sita en la plaza de Nahda a los pies de la Universidad de El Cairo.
Para romper ese alarmante bloqueo, los islamistas difunden la señal en directo de las sentadas desde diferentes ángulos y han invitado a las organizaciones de derechos humanos internacionales a ser testigos de las marchas y el perímetro que defiende la legitimidad de Mursi, en prisión preventiva desde el viernes y con un largo y sombrío calvario judicial por delante.
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