Por recomendación gendarmes salud Fidel no asistió actos 60 aniversario del Cuartel Moncada
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LA HABANA.- El líder de la Revolución Cubana, Fidel
Castro, aseguró que no estuvo en los actos oficiales del 60 aniversario del
asalto al cuartel Moncada, por recomendaciones de los médicos, a los que llamó
gendarmes de la salud.
“No estaré sin embargo con ustedes en Santiago de
Cuba, pues debo respetar la obvia resistencia de los guardianes de la salud.
Puedo en cambio escribir y trasmitir ideas y recuerdos, que siempre serán
útiles, al menos para el que escribe”, redacto Fidel en carta enviada a los
jefes de Estado y de Gobiernos asistentes a las actividades por el histórico
aniversario.
Alternativasnoticiosas.com,
deja a sus lectores la carta enviada por Fidel Castro.
El viernes 26 de julio se arriba al 60 aniversario
del asalto al regimiento del Moncada en Santiago de Cuba y al cuartel Carlos
Manuel de Céspedes en Bayamo. Conozco que numerosas delegaciones piensan viajar
a Cuba para compartir con nosotros esa fecha en la que nuestro pequeño y
explotado país decidió proseguir la lucha inconclusa por la independencia de la
Patria.
Ya entonces también nuestro Movimiento estaba
fuertemente influido por las nuevas ideas que se debatían en el mundo.
Nada se repite exactamente igual en la historia.
Simón Bolívar, libertador de América, proclamó un día el deseo de crear en
América la mayor y más justa de las naciones, con capital en el istmo de
Panamá. Incansable creador y visionario, se adelantó más tarde al sentenciar
que Estados Unidos parecían destinados a plagar la América de miserias a nombre
de la libertad.
Cuba sufrió, como América del Sur, Centro América y
México con el territorio que le fuere arrebatado a sangre y fuego por el
insaciable y voraz vecino del norte, que se apoderó de su oro, su petróleo, sus
bosques fabulosos de sequoia, sus mejores tierras y sus más ricas y abundantes
aguas pesqueras.
No estaré sin embargo con ustedes en Santiago de
Cuba, pues debo respetar la obvia resistencia de los guardianes de la salud.
Puedo en cambio escribir y trasmitir ideas y recuerdos, que siempre serán
útiles, al menos para el que escribe.
Hace breves días, cuando observaba desde mi asiento en la parte media de un vehículo
de doble tracción lo que fuera un viejo centro genético para la producción
lechera, pude leer una brevísima síntesis de solo un párrafo del discurso
pronunciado el Primero de Mayo del año 2000, hacía ya más de 13 años.
El tiempo borrará aquellas palabras en letra negra
sobre una pared blanqueada con cal.
“Revolución […] es luchar con audacia, inteligencia
y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción
profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la
verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por
nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de
nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo.”
Ahora se cumplen 60 años de aquel hecho ocurrido en
1953, sin duda valeroso y demostrativo de la capacidad de nuestro pueblo para
crear y enfrentar a partir de cero cualquier tarea. La experiencia posterior
nos enseñó que habría sido más seguro comenzar la lucha por las montañas, algo
que planeábamos hacer si tomada la fortaleza del Moncada, no podíamos resistir
la contraofensiva militar de la tiranía con las armas que ocupáramos en
Santiago de Cuba, más que suficientes para vencer en aquella contienda y mucho
más rápidamente que el tiempo invertido después.
Los 160 hombres escogidos para la operación fueron
seleccionados entre 1 200 con los que contábamos, entrenados entre los jóvenes
de las antiguas provincias de La Habana y el este de Pinar del Río, afiliados a un partido radical de la nación cubana
donde todavía el espíritu pequeño burgués inculcado por los dueños extranjeros
y sus medios de divulgación, en mayor o menor medida, influían en todos los
rincones del país.
Yo había tenido el privilegio de estudiar, y ya en
la universidad adquirí una consciencia política a partir de cero. No está de
más repetir lo que he contado otras veces, la primera célula marxista del
Movimiento la creé yo con Abel Santamaría y Jesús Montané, utilizando una
biografía de Carlos Marx, escrita por Franz Mehring.
El Partido Comunista, integrado por personas serias
y consagradas de Cuba, soportaba los avatares del Movimiento Comunista
Internacional. La Revolución reiniciada el 26 de julio recogió las experiencias
de nuestra historia, el espíritu abnegado y combativo de la clase obrera, la
inteligencia y espíritu creativo de nuestros escritores y artistas, así como la
capacidad que yacía en la mente de nuestro personal científico, que ha crecido
como la espuma. Nada se parece hoy a lo de ayer. Nosotros mismos, a los que el
azar nos designó el papel de dirigentes, nos podríamos abochornar de la
ignorancia que todavía muestran nuestros conocimientos. El día que no
aprendamos algo nuevo será un día perdido.
El ser humano es producto de las leyes rigurosas que
rigen la vida. ¿Desde cuándo? Desde tiempos infinitos ¿Hasta cuándo? Hasta
tiempos infinitos. Las respuestas también lo son.
Por ello, aunque no las comparta, respeto el derecho
de los seres humanos a buscar respuestas divinas, preguntas que pueden hacerse,
siempre y cuando las mismas no tiendan a justificar el odio y no la solidaridad
en el seno de nuestra propia especie, error en el que han caído muchas en uno u
otro momento de su historia.
Aquel atrevido intento no fue sin duda un acto
improvisado; admito sin embargo que a partir de la experiencia acumulada habría
sido mucho más realista y más seguro iniciar aquella lucha por las montañas de
la Sierra Maestra. Con los 18 fusiles que logramos reunir después del durísimo
revés que sufrimos en Alegría de Pío, en parte por inexperiencia y el
incumplimiento de las instrucciones recibidas por el Movimiento en Cuba, y
también por la excesiva confianza nuestra en el poder de fuego de los
expedicionarios armados con más de 50 fusiles con mirilla telescópica, y su
entrenamiento en tiro. Atentos sin embargo a los vuelos rasantes de los aviones
de combate del enemigo, descuidamos la vigilancia en tierra y nos atacaron en
un pequeño cayo de monte a pocos metros de nosotros. Nunca más nos pudo sorprender de esa forma el
enemigo.
En los combates librados después siempre fue al
revés, y en las acciones finales, con menos de 300 combatientes, en 70 días de
incesante lucha derrotamos la ofensiva de más de 10 mil hombres de sus fuerzas
élites. En los combates librados durante dos años siempre los bombarderos y
cazas del enemigo en solo 20 minutos solían estar encima de nosotros. No consta
sin embargo que haya muerto un solo combatiente por esa causa en aquella dura
lucha. Todo cambió en las décadas siguientes con la nueva tecnología
desarrollada por Estados Unidos y sumadas a las fuerzas reaccionarias en
América Latina y el mundo, aliadas a ellos. Siempre los pueblos encontrarán las
formas adecuadas de lucha.
Ustedes estarán allí, en el escenario del primer
combate.
Cuando, después de los hechos que se consumaron el
26 de julio, un último carro se acerca y me recoge, monté en la parte trasera
del vehículo repleto del personal, otro combatiente se acerca por la derecha;
me bajo y le doy mi asiento; el carro parte y me quedo solo. Hasta el momento
que me recogieron por primera vez en medio de la calle, con la escopeta
semiautomática Browning y cartuchos calibre 12 de balines, trataba de impedir
que dos hombres usaran una ametralladora calibre 50 desde el techo de uno de
los pisos del edificio central de mando del amplio campo militar; era lo único
que podía verse del tiroteo generalizado que se escuchaba.
Los pocos compañeros que con Ramiro Valdés habían
penetrado en la primera barraca despertaron a los soldados que allí dormían y,
según me explicaron posteriormente, estaban en paños menores.
No pude hablar con Abel ni otros de su grupo que
desde un alto edificio al fondo del hospital civil, dominaban la parte trasera
de los dormitorios. Yo consideraba que era absolutamente obvio para él lo que
estaba ocurriendo. Tal vez pensó que yo había muerto.
Raúl, que estaba con el grupo de Lester Rodríguez,
veía con claridad lo que estaba ocurriendo y pensaba que estábamos muertos.
Cuando el jefe de esa escuadra decide bajar, toman el elevador, y al llegar
abajo, le arrebata el fusil a un sargento que no hace resistencia, ni tampoco
los soldados que iban con él. Toma el mando del grupo y organiza la salida del
edificio.
Mi preocupación fundamental era en ese momento el
grupo de compañeros que supuestamente había ocupado el cuartel de Bayamo y no
tenía noticia alguna de nosotros. Por mi parte, contaba todavía con suficientes
cartuchos y pensaba vender bien cara mi vida luchando contra los soldados de la
tiranía.
De repente aparece otro carro: venía a buscarme; y
de nuevo albergo la esperanza de ayudar a los compañeros de Bayamo con una
acción en el cuartel del Caney.
Varios carros esperaban al final de la avenida donde
yo pensaba tomar la dirección correcta hacia ese punto. Pero el propio
compañero que conducía el vehículo que entró para buscarme no la tomó, siguió
hacia la casa de donde partimos por la madrugada, allí se cambió de ropa. Yo
cambié de arma y tomé un rifle semiautomático calibre 22 con punta de acero,
con un poco de más alcance que la calibre 12 de balines, me puse alguna ropa y
a varios pasos de allí cruzamos una cerca de púas con aproximadamente 15
hombres armados, uno de ellos herido. Otros dejaron sus armas y tomaron los
vehículos tratando de buscar una salida. Conmigo iba Jesús Montané y algunos
otros jefes. Caminamos horas aquella calurosa tarde por la falda norte de la
Gran Piedra, una elevada montaña que trataríamos de cruzar para dirigirnos
hacia el Realengo 18, un camino empinado del que Pablo de la Torriente,
excelente escritor revolucionario, escribió que un hombre con un fusil podía
resistir a un ejército. Pero, Pablo murió en España combatiendo en la Guerra
Civil Española, donde alrededor de mil cubanos apoyaron a ese pueblo contra el
fascismo. Lo había leído, pero nunca pude hablar con él, ya había viajado a
España cuando yo estudiaba bachillerato.
Nosotros no pudimos ya proseguir hasta aquel
realengo y permanecíamos al sur de la cordillera. La zona montañosa preferida
por mí para la lucha guerrillera se situaba entre el santuario del Cobre y el
central Pilón; planeé por ello cruzar hasta el otro lado de la bahía de
Santiago de Cuba por un punto que conocía desde que estudié en el Colegio de
Dolores, en la ciudad donde ustedes se reunirán. Gran parte de nuestro
pequeñísimo grupo estaba agotado por el hambre y las fatigas. Un herido había
sido evacuado y Jesús Montané que apenas podía mantenerse en pie. Otros dos,
con menos responsabilidad pero más saludables, marcharían conmigo hacia el
occidente de aquellas montañas. Pero los hechos más dramáticos y menos
esperanzadores estaban todavía por llegar. En la tarde le dimos instrucciones
al resto de los compañeros de esconder sus débiles armas en algún lugar del
bosque y dirigirse aquella noche a la casa confortable de un campesino que
vivía a orillas de la carretera que iba de Santiago a la playa, que disponía de
ganado y tenía comunicación telefónica con la ciudad. Sin duda fueron
interceptadas por el ejército. El enemigo de todas formas conocía el área
cercana por donde nos movíamos. Antes del amanecer, una escuadra de la jefatura
militar fuertemente armada, nos despertó con la punta de sus fusiles. Las venas
del cuello, y el rostro de aquellos soldados bien alimentados, se veían latir
deformadas por la excitación. Nos dábamos por muertos y en el acto estalla la
discusión. Sin embargo no me habían identificado. Al atarme profundamente y
preguntarme el nombre, irónicamente les doy uno que usábamos en bromas de la
peor especie. No podía comprender que no se dieran cuenta de la verdad. Uno de
ellos, con rostro descompuesto, vociferaba que ellos eran los defensores de la
patria. Con voz fuerte le respondo que ellos eran los opresores, como los
soldados españoles en la lucha de nuestro pueblo por la independencia.
El jefe de la patrulla era un hombre negro que a
duras penas podía mantener el mando. ¡No disparen!, les gritaba constantemente
a los soldados.
En voz más baja repetía: “Las ideas no se matan, las
ideas no se matan”. En una de aquellas ocasiones se acerca a mi y con voz baja
dice y repite: “Ustedes son muy valientes, muchachos”. Al escuchar aquellas
palabras le digo: “Teniente, yo soy Fidel Castro”; y el responde: “No se lo
digas a nadie”. De nuevo el azar se impone con todas sus fuerzas.
El teniente no era oficial del regimiento, tenía
otra responsabilidad legal en la región de Oriente.
Más adelante se imponen de nuevo los hechos más
importantes todavía.
A los compañeros que debían desmovilizarse les doy
instrucciones de guardar las armas, y después los custodiaríamos hasta el punto
donde debían hacer contacto con las personas del Obispo.
La opinión pública de Santiago de Cuba había
reaccionado con energía frente a los horribles crímenes cometidos por el
ejército batistiano contra los revolucionarios.
Monseñor Pérez Serantes, Obispo de Santiago de Cuba,
había obtenido algunas garantías favorables a sus gestiones por el respeto a la
vida de los revolucionarios prisioneros. A Sarría, sin embargo, le quedaba una
batalla por librar contra el mando del regimiento que esta vez delegó la tarea
al más connotado esbirro de la carnicería impuesta por el jefe militar de
Santiago de Cuba, que le ordenó trasladar los detenidos al Moncada.
Por primera vez en nuestra Patria los jóvenes habían
entablado una lucha semejante frente a lo que fuera hasta el Primero de Enero
de 1959: una colonia yanki.
Al llegar a la casa del vecino junto a la estrecha
carretera que une la ciudad con la playa Siboney, un pequeño camión esperaba.
Sarría me sentó entre el chofer y él. Cientos de metros más adelante se topan
con el vehículo del comandante Chaumont que demanda la entrega del prisionero.
Como en una película de ciencia ficción el teniente discute y afirma que no
entregará al prisionero, en vez de eso lo presentará al Vivac de Santiago de
Cuba y no a la sede del regimiento. Es así como el hecho rememora una inusual
experiencia.
Es imposible en tan breve tiempo expresarle a
nuestros ilustres visitantes las ideas que suscitan en mi mente los increíbles
tiempos que estamos viviendo.
No puedo pensar que dentro de 10 años, en el 70
aniversario, escribiría un libro. Desgraciadamente nadie puede asegurar que
habrá un 70, un 80, un 90, o un centésimo aniversario del Moncada. En la
Conferencia Internacional sobre el Medio Ambiente, de Río de Janeiro, dije que
una especie estaba en peligro de extinción: el hombre. Pero entonces creía que
sería cuestión de siglos. Ahora no soy tan optimista. De todas formas nada me
preocupa; seguirá existiendo la vida en la inabarcable dimensión del espacio y
el tiempo.
Mientras tanto digo solo algo, ya que cada día
amanece para todos los habitantes de Cuba y del mundo:
Los líderes de cualquiera de las más de 200 naciones
grandes y pequeñas, revolucionarias o no, necesitan seguir viviendo. Tan
difícil es la tarea de crear la justicia y el bienestar, que los líderes de
cada país necesitan autoridad, o de lo contrario reinará el caos.
En días recientes se intentó calumniar a nuestra
Revolución, tratando de presentar al Jefe de Estado y Gobierno de Cuba,
engañando a la Organización de Naciones Unidas y a otros jefes de Estado,
imputándole una doble conducta.
No vacilo en asegurar que aunque durante años nos
negamos a suscribir acuerdos sobre la prohibición de tales armas porque no
estábamos de acuerdo en otorgar esas prerrogativas a ningún Estado, nunca
trataríamos de fabricar un arma nuclear.
Estamos contra todas las armas nucleares. Ninguna
nación, grande o pequeña, debe poseer ese instrumento de exterminio, capaz de
poner fin a la existencia humana en el planeta. Cualquiera de los que tales
armas poseen, dispone ya de suficientes para crear la catástrofe. Jamás el
temor a morir, ha impedido las guerras en ninguna parte del planeta. Hoy no
solo las armas nucleares sino también el Cambio Climático es el peligro más
inminente que en menos de un siglo puede hacer imposible la supervivencia de la
especie humana.
Un líder latinoamericano y mundial, al que deseo
rendir hoy especial tributo por lo que hizo a favor de nuestro pueblo y a otros
del Caribe y del mundo es Hugo Chávez Frías; él estaría aquí hoy entre nosotros
si no hubiese caído en su valiente combate por la vida; él como nosotros no
luchó para vivir; vivió para luchar.
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