WASHINGTON.- El presidente Barack Obama estaba dispuesto a
ordenar un ataque contra Siria con o sin la autorización del Congreso, pero
súbitamente cambió de opinión el viernes en la noche.
Funcionarios de alto rango que describieron el
viraje del sábado de Obama presentaron la imagen de un presidente que comenzó a
batallar con su propia decisión, primero internamente, y que después confió sus
puntos de vista a su jefe de gabinete, y finalmente convocó a sus colaboradores
para una reunión nocturna en la Oficina Oval a fin de comunicarles que había
cambiado de opinión.
El aluvión subsiguiente de actividades culminó el
sábado en la tarde en el Rosedal de la Casa Blanca; Obama se presentó bajo un
sol sofocante, acompañado del vicepresidente, y anunció públicamente que
Estados Unidos debía lanzar un ataque militar para castigar al presidente
Bashar Assad porque éste utilizó la semana pasada armas químicas en una acción
bélica que, según Washington, dejó más de 1.400 personas muertas.
Sin embargo, Obama anunció que primero solicitará al
Congreso autorización para lanzar la acción bélica.
Los
informes de inteligencia
Para cuando el Consejo de Seguridad Nacional de
Obama se había reunido el sábado de la semana pasada, pocos días después del
ataque, estaba claro que la información de inteligencia que había recabado
Estados Unidos corroboraba la idea de que esa acción había resultado en un
número dramático de víctimas, dijeron funcionarios.
Todas las fuentes que facilitaron la información
solicitaron el anonimato porque no estaban autorizados a hacer declaraciones
por su nombre sobre las decisiones del mandatario.
Al comienzo de la reunión, Obama dijo a sus asesores
que el ataque ocurrido en las afueras de Damasco era precisamente el tipo de
escenario que le preocupaba desde el año pasado, cuando había dicho que Assad
rebasaría el límite frente a Estados Unidos si hacía uso de armas químicas a
gran escala y que una acción de ese tipo necesitaría una respuesta.
Obama no había adoptado una decisión definitiva,
dijeron los funcionarios, aunque había comunicado a sus colaboradores su firme
inclinación de que Estados Unidos debía actuar.
Para el final de la reunión, los colaboradores ya no
discutían si Estados Unidos reaccionaría, sino cómo y cuándo.
Tambores
de guerra
En el transcurso de la semana siguiente, los
colaboradores de Obama comenzaron a exponer públicamente la postura de Washington,
solicitaron a los aliados que apoyaran una acción militar y conversaron con
legisladores, que se encontraban en la etapa final del receso de agosto en el
Congreso.
El secretario de Estado norteamericano, John Kerry,
abrevió sus vacaciones y se encargó de anunciar que Estados Unidos tenía
evidencia clara del ataque, en dos discursos apasionados en el Departamento de
Estado.
"La matanza indiscriminada de civiles, la
matanza de mujeres y niños y transeúntes inocentes con armas químicas es una
obscenidad moral", expresó el luens Kerry en el primero de sus discursos.
"Bajo cualquier norma, es inexcusable", apuntó.
El secretario de Defensa, Chuck Hagel, que viajaba a
Asia, dijo que Estados Unidos había movilizado recursos militares.
"Estamos listos para ir", afirmó Hagel. La Marina reforzó su
presencia en la región del golfo Pérsico y aumentó el número de porta-aviones
de uno a dos.
Movilizar
a los aliados y convencer a la ONU
En el ámbito exterior de Washington, Estados Unidos
afrontó obstáculos en su búsqueda para concretar una coalición global a fin de
impulsar la postura de que era necesaria una respuesta para mostrar que la
comunidad mundial no toleraría el uso de armas químicas.
El Consejo de Seguridad de la ONU, cuyos inspectores
se encontraban en Siria, no alcanzó el miércoles un acuerdo que autorizara el
uso de la fuerza; Rusia objetó cualquier intervención internacional. En tanto,
Obama declaró pública e inequívocamente que Estados Unidos había concluido que
el gobierno de Assad era responsable del ataque.
El jueves fue otra jornada de fuertes reveses debido
a que el Parlamento británico no aprobó una acción militar con la participación
directa de la Gran Bretaña. Sin embargo, el gobernante de Francia dijo que él y
Obama coincidían y que Francia podría apoyar la acción militar.
Presión
republicana en el Congreso
En Washington, legisladores de ambos partidos
insistieron en que Obama consultara más estrechamente con el Congreso antes de
que ordenara el comienzo de las hostilidades. Decenas de legisladores, en su
mayoría republicanos, firmaron una carta en la que decían que Obama no debía
emprender una acción bélica sin la aprobación del Congreso, aunque funcionarios
afirmaron que ningún líder o presidente de alguna comisión del Congreso había
presentado personalmente la petición a la Casa Blanca.
El equipo de seguridad nacional de Obama era del
acuerdo de que aunque las consultas con el Congreso serían cruciales, no había
necesidad de una aprobación formal, según funcionarios. La búsqueda de un voto
en el Congreso para autorizar el ataque ni siquiera estaba a consideración.
La decisión final: escuchar al Congreso
Todo cambió el viernes en la noche cuando Obama dejó
el Ala Occidental con su jefe de gabinete, Denis McDonough.
Bajo un cielo nublado y una temperatura cercana a
los 32 grados (90 Fahrenheit), ambos dieron un paseo en los patios de la Casa
Blanca durante casi una hora; Obama le confió que había cambiado de decisión.
Expuso la idea de solicitar al Congreso que autorizara el ataque.
Para las siete de la noche, los principales
colaboradores, como los asesores de seguridad nacional adjuntos Ben Rhodes y
Tony Blinken, fueron convocados a la Oficina Oval, donde Obama compartía el
nuevo plan. Era lo correcto de hacer, dijo el presidente, y hará más fuerte a
Estados Unidos.
Los colaboradores se pusieron a trabajar de
inmediato; algunos se dieron a la tarea de elaborar una autorización que
pudiera examinar el Congreso y otros a examinar los tiempos.
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