NUEVA YORK.- En la fachada, el letrero:
"Caribbean Social Club", está casi borrado. Y si se borrara completamente
la gente del vecindario no lo echaría de menos, ya que, por 30 años, todos lo
han llamado el bar de Toñita.
Aparte del ambiente que empieza a las 2 p.m. y
termina en la madrugada, donde los vecinos escuchan música de vellonera, juegan
dominó y billar y hablan de los viejos tiempos, el bar se transforma los
domingos en un comedor para personas necesitadas.
Este día, rayando la 1 p.m., Maria Antonia
"Toñita" Cay, la dueña, entra al negocio elegantemente vestida,
luciendo una amplia sonrisa.
Pasa a la parte de atrás, toma un cucharón y le
sirve a las personas que hacen la fila, de varios calderos con arroz, pernil y
habichuelas, que ella misma cocina. Mientras sirve, Toñita no deja de sonreír.
"La felicidad de los muchachos es mi
felicidad", dice. Y los muchachos son las más de 30 personas que reciben
de ella un almuerzo gratis, entre ellos jornaleros y desamparados, en su
mayoría latinos.
El bar de Toñita es uno de los últimos negocios
latinos que quedan en la calle Grand de Los Sures, un área históricamente
hispana de Williamsburg, en Brooklyn, afectada por el desplazamiento. En la
última década, cerca de 10,000 latinos se han mudado del vecindario, debido al
incremento de los alquileres.
"Yo he permanecido aquí porque no pago
renta", dice Toñita.
Emprendedora
boricua
Nacida en Juncos, Puerto Rico, Cay llegó a Nueva
York a la edad de 15 años. Trabajó en una factoría de faldas durante 20 años, y
trajo a su padre y otros hermanos cuando su madre falleció. Abrió el bar al
cruzar de la calle en 1973, y en 1986, con US$12,000 que había ahorrado, compró
la casa y el espacio comercial, que hoy día es sede del negocio.
El bar, más que un negocio, funciona como un lugar
de encuentro de amigos del vecindario. Se realizan torneos de dominó, juegos de
billar y durante muchos años Toñita patrocinó equipos de softball y de pequeñas
ligas de béisbol.
"Con el dinero que hacía en el bar, patrocinaba
los equipos", dice Toñita. "Pero desde que la ciudad subió el uso de
los parques de pelota de US$600 a US$1,600, tuvimos que parar", indicó.
Todos
le echan flores
Los jornaleros Arturo Guevara (50), Cripín Guarero
(32) y Joaquín Vargas (48) son de los primeros en llegar a comer gratis.
"La comida es muy buena y aquí uno se siente en
familia", dijo Guevara.
Santa Morales, amiga de Toñita desde hace 30 años,
dijo que le gusta venir al bar por el ambiente familiar. "Y Toñita siempre
trata a uno con dulzura y amor", dijo Morales.
Los negocios latinos que había en el área fueron
desplazados por restaurantes, tiendas de vinos, de ropas, de antigüedades,
cuyos dueños son en su mayoría judíos y polacos.
"Que venga al vecindario quienquiera",
dice Toñita. "Yo pienso quedarme aquí mientras viva".
Por
JOSÉ ACOSTA/Edlp
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