MADRID (08 Marzo 2014).- El Barcelona ha decidido abrirse el vientre y la
sangre que brota amenaza con llevárselo todo por delante. Ya sea a un
presidente no electo, Josep Maria Bartomeu, al que los socios juzgarán
aprovechando el referéndum por la reforma del Camp Nou, ya sea a un entrenador,
Gerardo Martino, que deambula con las manos en los bolsillos sin nada que decir
y poco que arreglar, ya sea al grueso de una plantilla que, lejos de ser mejor
con el retoque de Neymar, sufrirá el próximo verano una regeneración que entre
unos y otros retrasaron sin sentido. De aquellos polvos, estos lodos.
[Narración y estadísticas]
Valladolid fue Anoeta, fue el Amsterdam Arena o fue
San Mamés. Qué más da. La tristeza que destilaron los azulgrana fue exactamente
la misma. Pero con una diferencia fundamental. En el Nuevo Zorrilla los
azulgrana escenificaron por fin su particular Apocalipsis en una Liga en la que
al Real Madrid debería bastarle con cumplir con su parte para hacerla suya.
No hubo que buscar esta vez argumentos en el dibujo
táctico pergeñado por el entrenador, tal y como ocurrió en la derrota frente a
la Real Sociedad, ni en la elección de los futbolistas, porque jugó toda la
burguesía disponible -incluso Alexis calentaba por fin banquillo y Song se
había quedado en Barcelona-. Exceptuando el ausente Iniesta, fueron los
teóricos titulares quienes descubrieron sus vergüenzas en un partido calamitoso
desde cualquier punto de vista. Un encuentro en el que los azulgrana recitaron
palabra por palabra todos aquellos males que se habían venido denunciando hasta
la fecha. A saber, pésima actitud, deficiente organización colectiva, ritmo
cachazudo y nula capacidad de reacción tanto por parte del capataz del
banquillo como por parte de los futbolistas, reacios a adaptarse a las
condiciones del césped de Zorrilla e incapaces de igualar el espíritu
competitivo de un Valladolid que alcanzaba el choque como antepenúltimo de la
clasificación, con sólo cuatro triunfos en toda la temporada. La impotencia fue
terrible.
A los rivales del Barcelona parece bastarles
últimamente con sudar algo más y ganar los duelos individuales. Suficiente para
que al equipo azulgrana le salten todas las costuras. Estremeció la solvencia
con la que el marroquí Bergidch dejó atrás una y otra vez a Dani Alves, pero
también la preocupante falta de precisión de Sergio Busquets, la invisibilidad
de Xavi, las carreras sin sentido de Cesc, las escasas apariciones de mérito de
Messi o la flojera de Neymar, cada vez más acomplejado tanto en el regate como
en el tiro (sus dos únicos disparos marcharon sin remedio por encima de la
portería de Mariño).
En el primer tiempo, el Barcelona sólo husmeó con
claridad la meta rival merced a un contragolpe que Messi no acertó a culminar
tras una carrera de más de 40 metros. No podía ser de otro modo dado que los
azulgrana se mostraron incapaces de enhebrar con cierto sentido más de tres
toques en campo rival ante la furiosa presión de los futbolistas vallisoletanos,
que encontraron su merecido premio con celeridad. La defensa azulgrana no
acertó a sacar del área un balón que primero rebotó en Mascherano -pésimo toda
la tarde- y después en Adriano. Por lo que Rossi, un saqueador entre cadáveres,
sólo tuvo que aparecer por allí para llevarse unas joyas que nadie iba a
reclamar.
Porque nadie iba a asomar tampoco en el segundo
tiempo, como si el título de Liga importara un pimiento y fuera suficiente con
disputar la final de Copa y permanecer vivo en la Champions. El Tata sí que se
removió esta vez y confió la remontada a Alexis y a dos chicos en los que no
había confiado en todo el curso, Sergi Roberto y Tello. Por supuesto nada iba a
cambiar en un Barcelona que parece haber tomado una máquina del tiempo para descubrir
el extraño placer del haraquiri.
Por
FRANCISCO CABEZAS/El Mundo
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