BOGOTÁ, Colombia (15 Noviembre 2014).- “Me hirieron,
me jodieron, Chucho. Coge a ese hijueputa”, alcanzó a decir Álvaro Ortega a
Jesús Díaz, su amigo y compañero en el arbitraje. Acababa de recibir 10
impactos de bala. Díaz echó a correr en dirección al taxi del que se había
bajado el asesino, alcanzó a tomar por el cuello al conductor mientras lo
insultaba. El carro arrancó. Jesús se agarró de la puerta tratando de
impedirlo, pero a los pocos metros quedó tendido sobre el pavimento, al tiempo
que le gritaban desde el taxi: “Chucho, tranquilo, no nos metas en problemas
con el patrón. No te queremos hacer daño”.
Con ayuda de un habitante de la calle que aprovechó
para robar la billetera del herido, Díaz subió al agonizante Ortega a otro
taxi, rumbo a la clínica Soma. El reloj marcaba las 10:45 de la noche del 15 de
noviembre de 1989. Ese día, en la esquina de la calle Maracaibo entre carreras
Palacé y Junín, quedó también herido el fútbol profesional colombiano. No sólo
silenciaron a Ortega, de 32 años, quien dejó viuda a Betty y huérfanas a Mónica
y Lorena, sino que quedó al desnudo la mano de la mafia en el balompié
nacional.
Llamada
premonitoria
Una semana antes, cuando le notificaron a Jesús Díaz
que la terna de árbitros elegida para el partido Medellín vs. América, programado
para el miércoles 15 de noviembre de 1989, estaba conformada por él, Álvaro
Ortega y Orlando Reyes, mostró su desacuerdo. Sintió que era poner en riesgo la
vida de Ortega pues 20 días atrás, el 26 de octubre, durante un partido entre
los mismos equipos pero en Cali, había anulado un gol de chalaca al Medellín.
El partido terminó 3-2 a favor del América. Para muchos, esa fue su sentencia
de muerte.
“No quería que Álvaro pitara en Medellín y me
comuniqué con la Dimayor para que revocaran la decisión. No tuve respaldo”,
recuerda Díaz. Sobre las 2 de la tarde del miércoles 15, Ortega recibió una
llamada al teléfono de la habitación del hotel Nutibara, donde se hospedaban.
“Álvaro se descompuso, se puso pálido. Le pregunté quién había llamado y no
quiso decirme. Luego añadió que después del partido me contaba todo. Le insinué
que mejor no estuviera en el juego de esa noche, pero respondió que él no se
arrugaba”.
Ortega acudió al encuentro y ejerció como juez de
línea. Orlando Reyes fue el central. Díaz fue el segundo asistente. El
encuentro transcurrió sin sobresaltos. Era un partido de trámite. Terminó cero
a cero al cabo de los 90 minutos. Cuando los árbitros iban rumbo al hotel en
una patrulla de la Policía, Jesús Díaz le recordó a Ortega su promesa de contarle
todo acerca de la llamada. Pero él respondió que esperara a la cena pues
prefería no hablar del tema porque los policías podían escucharlo.
Díaz nunca pudo saber los detalles de la extraña
llamada. Mientras se dirigían a cenar al restaurante Sorpresa, ubicado al
respaldo del hotel Nutibara, ocurrió el crimen. A partir de ese día, el árbitro
Jesús Díaz, uno de los mejores jueces en la historia del fútbol colombiano,
decidió dar un paso al costado. En medio del estupor nacional, a la siguiente
semana se canceló el campeonato. Ese triste 1989, el mismo año del magnicidio
de Galán y del bombazo contra el avión de Avianca, quedó signado como el año en
que no hubo campeón.
Tragedia
anunciada
“Árbitro que no cumpla honestamente con su función,
será borrado del mapa”, fue el mensaje que la mafia del narcotráfico envió al
país un año antes del asesinato de Ortega. Lo hizo a través del también árbitro
Armando Pérez, el 3 de noviembre de 1988, un día después de secuestrarlo. Un
plagio exprés ejecutado por un grupo que dijo representar los intereses de
Millonarios, Nacional, Quindío, Pereira, Cúcuta y Júnior, supuestamente
afectados por arbitrajes amañados. Un antecedente que pasó de agache.
“Yo ya dije lo que tenía que decir sobre ese
episodio. Lo que viví durante ese secuestro decidí enterrarlo en el pasado
porque uno no tiene que propagar los hechos que pueden afectar negativamente a
la sociedad. Lo que sí puedo asegurar es que le hicieron mucho daño al
arbitraje colombiano”, le indicó Armando Pérez a El Espectador cuando lo
consultó sobre lo sucedido en aquel tiempo. Lo cierto es que, como hoy sostiene
Jesús Díaz, ese secuestro fue un aviso que las autoridades nacionales y del
fútbol no tuvieron en cuenta.
La corrupción en el fútbol ya era patente y el secuestro
de Armando Pérez fue un campanazo de alerta que pudo haber evitado la tragedia
del 15 de noviembre de 1989, pero prevaleció el desinterés. “La noche que
secuestraron a Pérez, saliendo del aeropuerto de Rionegro, se había realizado
una reunión en la Dimayor en Bogotá, donde se dijo que a los árbitros los
acusaban de arreglar partidos. Ese día rechacé los señalamientos e incluso
ofrecí renunciar al arbitraje. Hoy, más de 20 años después, creo que realmente
no todos los árbitros actuaban con honestidad”, refiere Díaz.
A su vez, Rafael Sanabria, exárbitro colombiano, hoy
analista del fútbol, reconoce que en la época del secuestro de Armando Pérez o
del asesinato de Álvaro Ortega seguramente muchos partidos de fútbol sí fueron
arreglados. “Fue una época oscura para el fútbol y también para el arbitraje.
Era un secreto a voces que algunos jueces hicieron arreglos en algunos juegos
para favorecer equipos. También fueron muchos los que intentaron tapar el sol
con un dedo y no pudieron. Tarde o temprano se probó la corrupción”.
El secuestro de Armando Pérez en noviembre de 1988,
el asesinato de Álvaro Ortega el 15 de noviembre de 1989 y la rotunda decisión
de cancelar el campeonato de fútbol profesional de 1989 en la asamblea
extraordinaria del 22 de noviembre terminaron por ratificar la crónica de una
tragedia anunciada. La del fútbol profesional colombiano en aquellos tiempos en
los que los grandes capos del narcotráfico, con sus aliados en el Estado o el
sector privado, también penetraron la economía, la política o la Fuerza
Pública.
Hoy, la memoria del árbitro Álvaro Ortega sólo hace
parte de los recuerdos de su familia o de sus amigos. En ninguna parte quedó un
registro para rememorar su sacrificio. Pero a la hora de hacer el compendio de
los campeones de fútbol en Colombia, en la casilla de 1989 se lee sin mayores
comentarios: “Campeonato cancelado”. No se dice que los árbitros estaban
sentenciados a muerte o que algunos capos de la mafia eran públicamente dueños
de algunos equipos que sumaban estrellas a sus divisas. Un país ahogado en
violencia y paralizado por el miedo en el que el fútbol también alentó la
sociedad de la mentira.
No hay comentarios.: