El Rey regenerador: 'Debemos cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción'
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MADRID (25 Diciembre 2014).- «Sin contemplaciones»:
Así ha instado el nuevo Rey a luchar contra la corrupción en España, apenas un
día después de que el juez Castro ordenara sentar en el banquillo a su hermana,
la Infanta Cristina, por un presunto delito contra la Hacienda Pública. Claro
que, en el estreno navideño de su reinado, Felipe VI apenas se distinguió de su
padre al hablar entre líneas sobre las conductas irregulares de sus familiares
-el Rey Juan Carlos pidió una «justicia igual para todos» en la Nochebuena de
2011, a los pocos días de la imputación de su yerno, Iñaki Urdangarin-. El
actual Monarca sí fue directo y al grano en lo que se refiere a la corrupción
de los «servidores públicos».
Y es que el primer mensaje que trasladó el Monarca,
tras lanzar la tradicional felicitación de Navidad desde el Palacio de la
Zarzuela, fue que la Corona ha recogido como propias la «indignación» y el
«desencanto» de los españoles hacia quienes se han apartado, con sus
«conductas», del «comportamiento que cabe esperar de un servidor público».
El primer jefe de Estado propiamente constitucional,
que apenas innovó el escenario al uso para no distraer la atención sobre su
discurso, fue literal en el argumentario del Ejecutivo acerca de que «los
responsables de esas conductas irregulares están respondiendo de ellas», y ello
es «prueba del funcionamiento del Estado de Derecho». También lo fue al
subrayar que «la gran mayoría» de los políticos «desempeñan sus tareas con
honradez».
No obstante, y tras aludir a «la crisis» como telón
de fondo, el Monarca puso el acento en la prevención hacia el futuro y en
frases con clara vocación de titular: «Debemos cortar de raíz y sin
contemplaciones la corrupción». Haciéndose intérprete de la «inquietud»
ciudadana por tantos casos que en absoluto citó, como Gürtel, los falsos ERE,
los cursos de formación, el clan Pujol..., Felipe VI abundó: «Los ciudadanos
necesitan estar seguros de que el dinero público se administra para los fines
legalmente previstos; que no existen tratos de favor por ocupar una
responsabilidad pública; que desempeñar un cargo público no sea un medio para
aprovecharse o enriquecerse».
Pero su aportación esta noche, en línea con el
discurso pronunciado en octubre en los Premios Príncipe de Asturias [léalo en
PDF], fue la llamada a la reacción y al rearme moral de la sociedad. «Decía
entonces», recordaba un Felipe VI correcta y átonamente vestido de gris, «que
necesitábamos un gran impulso moral colectivo. Y quiero añadir ahora que
necesitamos una profunda regeneración de nuestra vida colectiva». «Y en esa
tarea», volvió a insistir, «la lucha contra la corrupción es un objetivo
irrenunciable».
Después de lanzar su andanada contra los corruptos y
su compromiso «sin contemplaciones» familiares ni de ningún tipo en esta lucha
nacional, el Rey habló del paro y de la crisis. Aquí volvió a emular, hasta la
literalidad, tanto el diagnóstico del Gobierno -sobre las cifras «inaceptables»
de desempleados-, como su optimismo -«hemos recuperado el crecimiento
económico»- . Pero introdujo dos mensajes clave. Primero, instó a la unidad de
«los agentes políticos, económicos y sociales» en la lucha contra el paro,
«anteponiendo sólo el interés de la ciudadanía». «Porque la economía debe estar
siempre al servicio de las personas», redundó.
El segundo mensaje, ya clásico en los discursos de
un Rey de aparente y marcada vocación social, fue que «debemos proteger
especialmente a las personas más desfavorecidas y vulnerables». En este
sentido, llamó de manera expresa a la necesidad de «garantizar nuestro Estado
del Bienestar». Todo un aviso a navegantes, que tal vez fue especialmente
acogido por la izquierda parlamentaria.
Pero si algo llamó la atención de la alocución que
esta noche llegó al cuarto de estar de los españoles, es que, por primera vez,
el Rey habló del problema de Cataluña, sin eufemismos y con todas las letras:
«Quiero referirme ahora también a la situación que se vive actualmente en
Cataluña», arrancó.
Claro que lo que dijo a continuación no escondió
ninguna sorpresa. El Monarca se mostró escrupuloso en la alusión a la
Constitución como garante de «nuestra unidad histórica y política» y del
respeto a la pluralidad y «personalidad» de «todos». Y en ese «todos» incluyó
luego a «cada Comunidad, cada pueblo, cada territorio de España, cada
ciudadano».
Hizo también un reconocimiento de la contribución de
Cataluña a la gobernabilidad de España: «Sin duda, ha contribuido a la
estabilidad política y a su progreso económico». «Es evidente que todos nos
necesitamos. Formamos parte de un tronco común», afirmó.
Pero en relación al desafío independentista, la
réplica de Felipe VI abundó más en los sentimientos: «Millones de españoles
llevan, llevamos, a Cataluña en el corazón. Como también para millones de
catalanes los demás españoles forman parte de su propio ser. Por eso me duele y
me preocupa que se puedan producir fracturas emocionales. Nadie en la España de
hoy es adversario de nadie», sentenció, antes de insistir en su retórica de
buenos deseos: «Los desencuentros no se resuelven con rupturas emocionales o sentimentales.
Hagamos todos un esfuerzo leal y sincero ...», vino a repetir.
Lejos de hacerse eco de la polémica política en
torno a la reforma de la Constitución, el Monarca pidió el «respeto» a la Carta
Magna de 1978, por ser «la garantía de una convivencia democrática, ordenada,
en paz y libertad». Y aunque sólo con palabras genéricas, llamó a seguir
construyendo «todos juntos un proyecto que respete nuestra pluralidad y genere
ilusión y confianza en el futuro».
España, futuro, confianza: éstas fueron las tres
palabras más repetidas a lo largo del primer discurso navideño de Felipe VI,
quien por encima de los problemas señalados y de la reconocida «preocupación
social» de los españoles, hizo una llamada, primero, al «sosiego» y a la
«serenidad» de la ya «consolidada» democracia española; y después, a la
«esperanza» y la «ilusión» por «los tiempos nuevos».
Fiel a su costumbre de pronunciar largos discursos,
y desafiando la máxima de que la atención del televidente se pierde a los 10
minutos, Felipe VI habló más de 12 (su padre, el Rey Juan Carlos, llegó a
reducirlos a ocho minutos). Claro que el Monarca quería aprovechar para dar las
gracias a los españoles por la acogida de su nuevo reinado.
«El mes de junio pasado», constató por primera vez,
«España se dio a sí misma y al mundo un ejemplo de seriedad y dignidad en el
desarrollo del proceso, de acuerdo con nuestra Constitución. Y a lo largo de
estos últimos meses me habéis rodeado de vuestro respeto, afecto y cariño.
Sinceramente, me he sentido querido y apreciado, y os lo agradezco de corazón».
Por
CARMEN RAMÍREZ DE GANUZA/El Mundo
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