NUEVA YORK (10 Diciembre 2014). - Largas horas de
espera, hacinamiento, falta de camas así como de personal médico son sólo
algunas de las anomalías a las que tiene que enfrentarse una persona cuando
acude a la sala de emergencia del hospital New York Presbyterian en Manhattan,
según se conoció durante una audiencia pública.
Graciela Martínez tuvo que esperar más de 25 horas
en la sala de emergencia, el 27 de junio del año pasado antes de que su madre,
Azucena de Martínez, de 100 años, fuera atendida en el mencionado hospital.
“Fueron días de horror”, describió la mujer, que relató cómo su progenitora
falleció 20 días después de ser hospitalizada.
“Le suministraron morfina sin mi consentimiento y no
me permitieron trasladarla a otro hospital”, narró Martínez durante su
testimonio en la audiencia pública organizada por el senador estatal Adriano
Espaillat.
“Las condiciones de la sala de emergencia del
Presbyterian son deplorables, terribles y son similares a las de un país pobre
del tercer mundo”, describió el legislador, que recalcó que se debe reconocer
que el tratamiento que se ofrece en el New York Presbyterian se ha convertido
en una historia de “dos hospitales”.
De acuerdo con el representante por el Alto
Manhattan, “la sala de emergencias, a la que acude nuestra gente está
abarrotada de pacientes, con tiempo de espera que excede el doble del promedio
nacional y la falta de áreas privadas obligando a los pacientes a discutir su
historial médico en áreas públicas”.
Carmen Pérez fue la semana pasada al hospital para
que atendieran a su hija y tuvo que esperar por más de nueve horas antes de
recibir atención médica. No es una historia nueva, “voy hace cerca de 20 años y
siempre es lo mismo”, se quejó la mujer que en más de una ocasión, asegura, se
ha cansado de esperar y se ha tenido que ir a otro hospital.
Marisol Alcántara, miembro de la Asociación de
Enfermeras de Nueva York, calificó de “inaudito” el hecho que en la sala de
emergencias funcionen dos sistemas. “Uno para la gente pobre, donde no hay
privacidad para discutir sus dolencias, o los pacientes son atendidos en los
pasillos. Mientras que el otro, es para gente de dinero, que cuenta con una
sala de espera lujosa, cómodas sillas y comen a la carta”.
En un comunicado, el hospital se defendió de las
acusaciones. “Cada paciente que acude a un centro de New York-Presbyterian
recibe la misma alta calidad y cuidado compasivo de nuestro dedicado personal”.
Asimismo, en la misiva se asegura que, en 2012, se
inició una expansión de US$100 millones en el servicio de emergencia para
adultos, en respuesta a la creciente demanda.
Una vez completado en 2017, el
nuevo departamento comprenderá 45 mil pies cuadrados, el doble del tamaño
actual, que estará equipado con 88 lugares de tratamiento que duplicará la
capacidad actual.
“La falta de personal de enfermeras es el problema
más grave. La realidad simple y dura es que hay demasiados pacientes por cada
enfermera para cuidar”, testificó Anthony Ciampa, enfermero que trabaja en el
Presbyterian desde hace casi 10 años, en el área de cardiología.
Luego de la audiencia, en la que testificaron más de
30 personas, el senador Espaillat, aseguró que se propone llevar los
testimonios al Departamento de Salud del estado para que se investiguen y se
corrijan las anomalías.
El Contralor Municipal, Scott Stringer, se mostró
esperanzado en que la expansión prevista en el servicio de emergencia del
Presbyterian ayude a solucionar el problema actual, pero añadió que hay que
hacer más por éste y otros hospitales.
“Necesitamos un enfoque integral para reducir los
tiempos de espera que se centre en proveer opciones de servicio adicionales
para nuestras comunidades”, sostuvo Stringer. “Además de preservar las
capacidades existentes de nuestros hospitales en los cinco condados”.
Una situación extendida
El Presbyterian no es el único hospital de Nueva
York que tiene problemas para atender a los pacientes que acuden a la sala de
emergencia. Esto se debe a que la delicada situación económica que atraviesan
varios de ellos les está obligando a recortar servicios o directamente a
cerrar, lo que a su vez provoca que se incrementen considerablemente las visitas
a los centros que continúan abiertos.
Los pacientes que acudieron el año pasado al
hospital Interfaith, en Bedford – Stuyvesant (Brooklyn), tuvieron que esperar
un promedio de dos horas antes de ser atendidos, cuatro veces por encima de la
media nacional, según datos estatales.
Este hospital es uno de los que estuvo a punto de
cerrar este año en Brooklyn tras declararse en bancarrota, aunque una inyección
de US$500 millones, procedente de un fondo federal en mayo, lo salvó finalmente
de cerrar sus puertas y que los 250,000 pacientes que atiende tuvieran que
buscar otro centro.
Peor suerte corrió el hospital Long Island College,
en Cobble Hill, que tuvo que cerrar a finales de mayo por su situación
económica. La State University of New York (SUNY), propietaria del hospital,
llegó a un acuerdo en octubre para vender el edificio y el terreno a una
inmobiliaria por US$240 millones, que accedió a que se siga utilizando parte para
servicios de salud.
El centro médico Langone de la New York University
ha tomado ya el control de las operaciones médicas y ha reabierto una sala de
emergencia, pero el Long Island College no volverá a operar como un hospital a
plena capacidad.
Brooklyn es el condado más afectado por la pérdida
de camas hospitalarias. En 1980, el condado contaba con 26 hospitales, y ahora
sólo tiene 15. Ello ha provocado que ahora tenga una tasa de 2.3 camas
hospitalarias por cada 1,000 habitantes, bastante por debajo de la media
estatal (3.1) y de la de Manhattan (4.7).
Desde 1990, más de 50 hospitales han cerrado o han
sido reconvertidos en centros médicos de menor capacidad en el estado.
Aproximadamente, la mitad de ellos estaba en la ciudad, que aún así todavía
mantiene una tasa de camas hospitalarias superior a la media nacional (3 por
cada 1,000 habitantes frente a 2.6)
Un
hecho "inaudito"
Marisol Alcántara, miembro de la Asociación de
Enfermeras de Nueva York, calificó de “inaudito” el hecho que en la sala de
emergencia funcionen dos sistemas: uno para la gente pobre, con pacientes
atendidos en los pasillos, sin privacidad para discutir sus dolencias; y otro
para la gente de dinero que cuenta con una sala de espera lujosa con cómodas
sillas y hasta donde se come a la carta.
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