LONDRES (30 Diciembre 2014).- El último martes de
septiembre del año 1976 se desató la alerta en el laboratorio de Microbiología
de Antwerp (Bélgica). Varias monjas belgas habían muerto de una desconocida
enfermedad en Zaire y en un paquete llegaban las muestras de sangre, contenidas
en un termo brillante y azul. Un microbiólogo novato llamado Peter Piot
participó con otros dos compañeros de laboratorio en la apertura de la
misteriosa botella. Sin guantes ni máscaras de protección, en un acto
«increíblemente peligroso».
Treinta y ocho años después, con 65 a sus espaldas,
Peter Piot recuerda como si fuera ayer el momento de su primer e insospechado
contacto con lo que luego se llamaría el ébola (tomando aleatoriamente el
nombre de un río que pasaba cerca de la aldea zaireña de Yambuku). El
microbiólogo belga revive aquel encuentro en un apasionante libro, No time to
lose (Sin tiempo que perder), que se lee como un auténtico thriller y que deja
paso a la inesperada secuela vivida en 2014 por cuenta del enemigo del año.
«Los microbios tendrán siempre la última palabra»,
decía Louis Pasteur. Y su premonición sigue siendo rigurosamente cierta en esta
época de ciencia y tecnología sin precedentes. «Hasta cierto punto se pueden
prever los brotes de nuevos y desconocidos patógenos, pero las sorpresas
ocurren», advierte Piot, el primer «sorprendido» por la epidemia que se ha
cobrado este año más de 7.842 vidas en África Occidental.
«Pero la tragedia era completamente evitable»,
asegura el sagaz microbiólogo belga, media vida consagrada a la lucha contra el
sida, al frente ahora de la Escuela de Londres de Higiene y Medicina Tropical.
«Los riesgos para la población europea siguen siendo bajos», asegura, aunque si
hay alguna lección que podemos extraer de lo sucedido en 2014 es precisamente
ésta: «Lo que ocurre en África nos afecta a todos».
Usted ha recalcado que su labor como investigador no
tendría el mismo aliciente sin la dimensión social. ¿Es cierto que el Che
Guevara y el Padre Damián fueron los héroes de su juventud?
Crecí en un pueblo muy católico en Bélgica, y allí
era muy conocida la historia del padre Damián y su trabajo con los leprosos.
Ese fue mi primer héroe. Después vinieron los movimientos de liberación, la
descolonización y todo eso. Y sentí de alguna manera la llamada de la justicia
social. Aunque siendo belga no podemos olvidarnos de Tintín, nuestro gran héroe
local, que me inculcó el sentido de la aventura (risas). Pero sí, siempre he
sentido este doble interés por la ciencia y por la justicia social.
No podemos olvidar que usted ha dedicado gran parte
de su vida como investigador al estudio y la prevención del sida. ¿Cuáles son
esencialmente las diferencias entre el virus VIH y el del ébola?
Sin tratamiento, hay poco que hacer contra los dos
virus. Con el VIH se estaba en manos del destino, hasta hace 10 años o más. Con
el ébola, si resultas infectado, te puedes morir muy rápidamente. Como el ébola
mata tan rápido, es más fácil de controlar, mientras que con el VIH puedes
estar trasmitiendo el virus a otros durante años porque puede parecer incluso
que tienes buena salud y no sabes si tienes el virus. Los dos provienen de
animales: el ébola viene de los murciélagos y el VIH de los chimpancés. Y los
dos tienen un estigma asociado: el VIH porque la transmisión está ligada al
sexo, especialmente a la homosexualidad, o al consumo de drogas, y en el caso
del ébola es por el factor miedo. Quienes se recuperan del ébola arrastran un
peso que no se pueden quitar: la gente no quiere tener relación con ellos. Y es
una lástima, porque tenemos a toda esta gente que se ha recuperado, sobre todo
trabajadores sanitarios y enfermeras, que podrían ser muy útiles para combatir
la enfermedad, y sin embargo se les ve con estigma. Otro punto en común ha sido
también la falta inicial de acción internacional. Con el tiempo se ha
construido una solidaridad mundial en torno al VIH, veremos si acaba ocurriendo
algo parecido con el ébola.
¿Y qué opina de las vacunas en fase experimental?
Hay un gran debate si debemos usarlas junto con
placebo para contrastar su efectividad, pero yo he mandado una carta urgiendo a
acelerar la disponibilidad de las vacunas. Con una tasa tan alta de mortalidad
no podemos usar placebos, porque usar placebos va a significar que más gente puede
morir. No sé lo que tardaremos en poder usar algo que realmente funcione de una
manera contrastada. Mi mayor esperanza es que cuando tengamos la próxima
epidemia de ébola, podamos responder con algo más que con el aislamiento y la
cuarentena, que es como respondían a las epidemias en la Edad Media. Confío en
que pronto tengamos ya un tratamiento y una vacuna.
¿Cuáles son sus esperanzas con los actuales
tratamientos?
En este momento no tenemos un tratamiento aprobado
contra el ébola. Pero lo tendremos pronto. De momento, son muy efectivos los
tratamientos de apoyo como la rehidratación. La gente pierde muchos fluidos,
porque el virus produce vómitos y diarrea. Podemos reducir la mortalidad
probablemente entre un 40% o 50% con estos métodos, pero no es suficiente.
Tenemos un número de terapias experimentales que están evolucionando,
básicamente con fondos de defensa contra el terrorismo biológico, pero no por
razones de salud pública. Tenemos los tratamientos con el plasma de pacientes
que han superado el ébola, pero no tenemos todavía la prueba definitiva. Con el
fármaco Zmapp tenemos también resultados positivos con primates, pero tienen
que ser probados. Estamos ante un reto nuevo porque nunca antes se había
probado con medicamentos experimentales en una epidemia tan aguda.
¿Es correcto repatriar a pacientes con ébola, como
ocurrió en el caso los misioneros españoles Miguel Pajares y Manuel García
Viejo?
¿Qué se puede hacer si no? Es muy caro y arriesgado.
En una situación ideal, debería ser tratado en el país donde ha contraído la
enfermedad, pero no había capacidad para hacerlo. Por razones humanitarias
pienso, ¿por qué no? Pero ésa es una decisión de cada país. Yo no voy a
criticar a España por haberlo hecho. El caso español ha servido en todo caso de
alerta sobre la necesidad de trabajar a fondo el control de la infección en los
países de origen, lo que implica una gran disciplina. Aprovechemos en todo caso
lo ocurrido en España como una oportunidad para hacerlo mejor.
¿Lo que ocurrió en España con Teresa Romero podría
servirnos como llamada de atención sobre lo que se debería y no se debería
hacer?
Sí, pienso que lo ocurrido en España nos enseña unas
cuantas lecciones. La primera: puede suceder en cualquier sitio, en España, en
Luxemburgo o en Finlandia. La segunda lección es que tenemos que estar
preparados: entrenando a la gente para hacer las pruebas y para tratar a
enfermos de ébola llegado el caso. No sé realmente si se puede hacer más de lo
que se hizo en su momento en España, más allá de la preparación del personal
para evitar infecciones.
¿Cuáles son los riesgos reales en Europa?
Todo el riesgo para Europa está centrado en el
personal sanitario y en la gente que cura los casos y que pueden resultar
infectados. No estoy en absoluto preocupado por un brote o una epidemia en
Europa como la que hemos visto en África Occidental, pero sí estoy preocupado
por la seguridad de las enfermeras y los doctores, y hay mucho que hacer en el
terreno de la prevención. Hay que poner el énfasis en el control de la
infección, aunque nunca será suficiente. No podemos olvidar que las infecciones
matan aún a decenas de miles de europeos en los hospitales todos los años. En
Europa hay que hacer un esfuerzo para la detección temprana de casos y el
tratamiento inmediato. Necesitamos gente que pueda ser desplegada en casos de
emergencia, y tener disponible una capacidad de reacción, a través del Centro
de Prevención y Control de las Enfermedades. En Europa tenemos un centro de
control que está totalmente dirigido por la Comisión Europea en Bruselas, y que
no es el apropiado para actuar a nivel local, no tiene un mandato
internacional. Necesitamos un mecanismo más robusto de defensa, y también más
entrenamiento y preparación. En cierto modo es como las brigadas contra el
fuego de los bomberos. Cuando la casa se incendia, tienes que tener listo el
coche de bomberos para correr a apagarlo.
¿España podría hacer más por ayudar a contener la
epidemia?
Todos los países europeos podrían hacer más. No es
una cuestión de dinero, es sobre todo de gente, de recursos humanos. Hay un
gran espectro de profesionales que podrían ayudar, no sólo doctores y
enfermeras, ingenieros sanitarios y demás. Pero el gran reto es cómo parar la
transmisión del virus en las comunidades, cómo construir también puentes con
las autoridades locales, con los líderes religiosos. Ellos tienen que subirse a
bordo y propiciar el cambio de conducta en la población para evitar que el virus
se propague. Hay que encontrar maneras dignas pero seguras de enterrar a los
muertos. Para mí, ha habido sobre todo dos héroes en mitad de toda esta
tragedia: Médicos Sin Fronteras y la Cruz Roja con sus voluntarios. Es lógico
que cuando hay una amenaza en un país, las ONG corran con el peso al principio,
pero ahora es una labor esencialmente de los Gobiernos.
¿Lo que han hecho Estados Unidos y Gran Bretaña en
los últimos meses es lo que se debe hacer o aún no es suficiente?
Creo que lo que el Reino Unido está haciendo en
Sierra Leona está bien, y por supuesto lo que está haciendo Estados Unidos en
Liberia. El ejército francés está también construyendo un hospital en Guinea,
los chinos han mandando laboratorios. Los cubanos están realizando una gran labor
con su personal sanitario.
¿Se podía haber evitado la tragedia?
La tragedia era completamente evitable. Si
analizamos cómo reaccionaron los tres países afectados en concreto, veremos que
el primer brote fue hace más de un año, pero se tardó dos o tres meses en
diagnosticarlo. Puedo entenderlo hasta cierto punto, porque nunca antes se
habían dado casos de ébola en África Occidental. Pero luego se tardaron cinco
meses más en reaccionar, y tuvimos que llegar hasta las mil muertes para
declarar el estado de emergencia para la salud pública. No hay excusas para
eso. Hubo una situación de negación a nivel local. Y la comunidad internacional
tampoco estuvo a la altura. Es por la combinación de todos estos factores por
lo que hemos llegado a este punto.
En el año 2014 se superó la barrera de los 15.000
afectados y los 6.000 muertos. ¿Podemos hablar de un desastre humanitario?
Sí, para los países de África Occidental no es sólo
una epidemia, sino una gran crisis humanitaria. Los efectos que ha tenido en
estos países han sido tremendos, particularmente en Liberia y Sierra Leona, con
unas sociedades que eran ya muy frágiles, recién salidas de una guerra civil.
Sólo había 51 doctores en toda Liberia en 2010. Un doctor por cada 100.000
personas. Durante la guerra civil, gran parte del personal sanitario dejó el
país. Yo habría hecho lo mismo. Estamos hablando de una situación muy
desestabilizada, y eso contribuyó a la epidemia. Una de las lecciones
aprendidas en esta crisis es que cuando estalla una epidemia en África Occidental,
será siempre una amenaza para otras partes del mundo. Lo que ocurre en África
nos afecta a todos.
Volveremos después sobre el caso español. Pero
regresemos ahora al momento del primer brote. ¿Estaba usted convencido de que
la enfermedad sería contenida a nivel local o tenía miedo de que tarde o
temprano se pudiera desatar una epidemia?
Nunca pensé, hasta hace unos meses, que este virus
podría causar una enorme epidemia. Porque de los 25 brotes que se habían
detectado hasta la fecha, todos se habían logrado contener y habían causado del
orden de 300 muertos como mucho. Duraban sólo unos meses y, a través del
aislamiento y la cuarentena, logramos controlarlos. Nunca pensé que pudiera
alcanzar estas dimensiones. Pensemos que en 38 años sólo 1.500 personas habían
muerto de ébola, eran 400 al año. No era un gran problema de salud global. Era
un problema para África Central, por la disrupción que causaba sobre todo en el
personal sanitario, pero no era realmente un problema para el resto del mundo.
Eso fue de alguna manera lo que pasó en España con
el caso de Teresa Romero. No sé hasta qué punto siguió de cerca el caso...
Lo he seguido de cerca, sí, aunque lo cierto es que
hubo muchos más tuits sobre el perro que sobre ella. Es un poco triste, pero
así fue.
Usted mismo sufrió una infección gastrointestinal al
poco de su llegada. ¿Llegó a pensar que podía ser el ébola?
Sí, en un cierto punto tuve fiebre y diarrea, y
llegué a pensar que lo había pillado. Los médicos teníamos la obligación de
tomarnos la temperatura dos veces al día e informar de los resultados, pero yo
no lo hice ese día. Me dije, vamos a esperar a mañana. Mi pensamiento racional
me decía que había muchas causas por las que podía tener fiebre, pero mi otra
mitad estaba realmente asustada. No dije nada a los compañeros. Al día
siguiente los síntomas fueron poco a poco remitiendo, y se acabó la historia.
Sé que quizás no obré de una manera correcta, pero es lo que mucha gente hace
tal vez: no informas de lo que te está sucediendo y esperas lo mejor y que se
pase pronto.
l último martes de septiembre del año 1976 se desató
la alerta en el laboratorio de microbiología de Antwerp (Bélgica). Varias
monjas belgas habían muerto de una desconocida enfermedad en Zaire y en un
paquete llegaban las muestras de sangre, contenidas en un termo brillante y
azul. Un microbiólogo novato llamado Peter Piot participó con otros dos
compañeros de laboratorio en la apertura de la misteriosa botella. Sin guantes
ni máscaras de protección, en un acto «increíblemente peligroso».
Treinta y ocho años después, con 65 a sus espaldas,
Peter Piot recuerda como si fuera ayer el momento de su primer e insospechado
contacto con lo que luego se llamaría el ébola (tomando aleatoriamente el
nombre de un río que pasaba cerca de la aldea zaireña de Yambuku). El
microbiólogo belga revive aquel encuentro en un apasionante libro, No time to
lose (Sin tiempo que perder), que se lee como un auténtico thriller y que deja
paso a la inesperada secuela vivida en 2014 por cuenta del enemigo del año.
«Los microbios tendrán siempre la última palabra»,
decía Louis Pasteur. Y su premonición sigue siendo rigurosamente cierta en esta
época de ciencia y tecnología sin precedentes. «Hasta cierto punto se pueden
prever los brotes de nuevos y desconocidos patógenos, pero las sorpresas
ocurren», advierte Piot, el primer «sorprendido» por la epidemia que se ha
cobrado este año más de 7.842 vidas en África Occidental.
«Pero la tragedia era completamente evitable»,
asegura el sagaz microbiólogo belga, media vida consagrada a la lucha contra el
sida, al frente ahora de la Escuela de Londres de Higiene y Medicina Tropical.
«Los riesgos para la población europea siguen siendo bajos», asegura, aunque si
hay alguna lección que podemos extraer de lo sucedido en 2014 es precisamente
ésta: «Lo que ocurre en África nos afecta a todos».
¿Qué fue lo que sintió cuando vio por primera vez la
imagen del ébola?
El virus no se ve directamente en el microscopio,
sino a través de las imágenes del electromicroscopio, que permite ampliaciones
muy superiores. Cuando lo vimos, exclamamos con sorpresa: «Oh, Dios mío». Eso
no era exactamente lo que esperábamos ver. Era un virus muy único en su
morfología. La mayor parte de los virus son redondos, o cuadrados, pero no con
esta forma de gusano que estábamos viendo. Fue un descubrimiento hasta cierto
punto excitante, la verdad. No sabíamos realmente de qué se trataba. No supimos
que estábamos ante algo realmente nuevo y distinto hasta que recibimos los
resultados del Centro para el Control de Enfermedades. Tuvimos que dejar de
trabajar directamente con el virus porque sabíamos que podía ser demasiado
peligroso. Pero la excitación inicial estuvo ahí, como ante cualquier
descubrimiento.
Por CARLOS FRESNEDA/El Mundo
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