MADRID (22 Febrero 2015).- Ganó el que tenía que
hacerlo. Durante los últimos días, y por aquello de fingir la incertidumbre que
todo espectáculo merece, se jugó a una falsa e incierta rivalidad entre
'Birdman' y 'Boyhood'. B versus B. Pero no. Puestos a sumar indicios, pocas
oportunidades le quedaban a la duda. De entrada, la película protagonizada por
Michael Keaton era, junto a la inmensa 'El gran hotel Budapest' (también con
cuatro estatuillas y también con B), la que más nominaciones acumulaba.
Y de
salida, conviene no olvidar nunca el punto débil de los que votan: siempre que
los muy maduros académicos han tenido oportunidad de premiar una cinta en la
que ellos mismos salen retratados, no han podido reprimirse. Hablamos, para
entendernos, de profesionales de la vanidad. Si además se tiene en cuenta que
tanto los productores como los directores, pasando por los premios del cine
independiente (los Spirit), todos ellos han elegido a Iñárritu... no quedaba
otra.
Para 'Birdman' fueron cuatro Premios Oscar, incluido
en el que cuenta: el de producción del año junto al director, la fotografía y
el guión. Puestos a ser tan justos como radicales, lo suyo habría sido colocar
a 'Boyhood' a su lado. Al fin y al cabo, es la película por la que recordaremos
el año 2014 y su solitario Oscar se antoja hasta cruel. Es así. Sin embargo, y
aunque sólo sea porque provoca ardor de estómago, tampoco conviene enfadarse.
Más allá del virtuosismo de encerrar la crónica de un suicidio en un único
plano-secuencia (brillante el fotógrafo Emmanuel Lubezki, que ya ganó el año
pasado con 'Gravity'), la película es un fiel y agrio retrato de un conflicto
necesariamente eterno.
La historia de un hombre lanzado al laberinto del
'backstage' de su propia obra (su existencia quizá) ofrece al espectador un
rutilante y abigarrado juego de espejos en el que, en efecto, no es difícil
verse reflejado. La enfermedad del personaje al que da vida Michael Keaton
(lástima de Oscar perdido) en conflicto entre lo que quiso ser y lo que
necesariamente es se parece bastante al padecimiento de cualquiera.
Pero no sólo eso, cuando Iñárritu deposita la
película en la retina del espectador sin cortes aparentes, ofrece de paso una
de las más interesantes reflexiones sobre el propio cine, sobre su capacidad de
tocar lo real, que se han visto en años. La idea es acercar la cámara lo más
posible a lo que la realidad tiene de espejismo de sí misma. Nada tan tramposo,
vulgar y falso como eso que entendemos por real; nada tan necesario, por lo que
tiene de reconstrucción del mundo, como el cine. Iñárritu recogió su premio y,
fiel a la radicalidad de su propuesta, incendió la tribuna con una agresiva
denuncia de cosas tales como la política de inmigración de Estados Unidos. Para
que luego le acusen de blando.
Y así las cosas, todo siguió su curso predeterminado
por culpa del cenagal de pronósticos, ceremonias cargantes y rituales
patrocinados que anteceden a la gala de marras. Todos los convocados a subir al
estrado del Dolby Theatre ya habían sido premiados antes por alguna asociación
de críticos, gremio de técnicos o peña de eruditos en paro. No es tanto una
temporada de premios como una bacanal de abrazos; no se trata de fomentar la
autoestima sino del simple exterminio del sentido común.
Desde el primer momento, se impuso cada uno de los
pronósticos. J.K. Simmons se convirtió en el primer premiado de la noche. Y lo
hizo porque antes había ya recogido todas las estatuillas que existen por su
visceral trabajo de torturador y profesor en 'Whiplash'. No parecía ni
nervioso. Era más la sensación del deber cumplido. A punto estuvo de decir
"por fin" en vez de "gracias". Para el mismo ejercicio de
nervio dirigido por Damien Chazelle fueron las menciones al sonido y a un
montaje digno de Scorsese. Sin duda, una de las sorpresas de la noche y del
año.
A su lado, con un premio más, 'El gran hotel
Budapest' se alzó, tal cual dictaba el guión, con buena parte de los términos
considerados técnicos más la música de Alexandre Desplat. En total, cuatro.
Pero... error. No son exactamente técnicos. En el cine de Wes Anderson el
paisaje exterior no es más que la prolongación del alma de la propia película;
lo que corre por dentro de los personajes. Todo en él, desde cada línea de
guión a la estructura de la trama pasando por la perfección de cada plano y el
sonido del acción; todo, decíamos, forma un universo perfecto, completo,
geométrico y dolido. Simétricamente emocional.
No lejos, en la categoría de actriz de reparto,
Patricia Arquette se llevó lo que le pertenecía por derecho y por 'Boyhood'
(¡qué sólo se quedó este Oscar para la que es la película más apabullante de
tantísismo tiempo!). Alzó el brazo con el Oscar en la mano y emocionó a la
concurrencia con un discurso vibrante sobre la condición femenina. Lo y la
mejor, sin duda. A la altura de la emoción fue el Oscar a mejor canción,
'Glory', que se escucha en 'Selma', de Ava DuVernay. John Stephens y Lonnie
Lynn, los autores del tema, se emocionaron y emocionaron a la concurrencia cantando
y reclamando justicia. Justo es que así fuera.
Hasta los 'biopics' de rigor, la parte más aburrida
y protocolaria de todo esto, se llevaron su parte proporcional de gloria
anunciada. Eddie Redmayne partía como favorito por su interpretación rota de Stephen
Hawking en 'La teoría del todo' y para él fue el reconocimiento. Julianne
Moore, por su parte, consiguió su Oscar por 'Siempre Alice'. Los dos trabajos,
calcados en la representación herida de la enfermedad, se mantienen muy encima
de sus respectivas películas.
Por lo demás, no estaría bien despedirse sin
recordar el Oscar de 'Ida'. Pawel Pawlikowski, le quitó la ilusión a los
hermanos Almodóvar que no pudieron celebrar el Oscar a la mejor película en
lengua no inglesa. Ellos son los productores de la argentina 'Relatos
salvajes'. Eso y, ya que estamos, por qué no citar el extraordinario documental
'Citizenfour', una simple entrevista a Edward Snowden con aspecto de
'thriller'.
¿Y la ceremonia? Por decirlo en corto: mal. Alguien
dijo que el mago, además de todo lo demás, Neil Patrick Harris está llamado a
suceder a Billy Crystal. No en balde, a los dos les une... no se me ocurre el
qué. El caso es que no lo consiguió. Ni de lejos. Aunque sería injusto echarle
la culpa a él. O toda ella. En una gala con más números musicales que los 25
especiales de 'Murcia que hermosa eres' juntos, costaba mantener el tono
adecuado entre la ironía, el ácido y la justa ocurrencia. Imposible. Pese al
buen arranque, todo se antojó larguísimo, falto de ritmo, cursi, estirado...
Deberían juntar la gala de los Goya y los Oscar en un programa doble, a ver qué
pasa. El apocalipsis quizá.
Para cuando acabó la noche, quedaba una certeza. El
mismo fin de semana que '50 sombras de Grey', ese baluarte de la estupidez
global, insistía en arrasar en taquilla, 'Boyhood', 'Birdman' y 'El gran hotel
Budapest' (tres formas de escribir la B, la cara B de Hollywood) eran señaladas
como las tres mejores producciones del año en opinión de los 6.000 académicos
que viven del cine; que viven, para entendernos, de lo que recaudan cintas como
la primera. Seis veces más (400 millones) ha juntado en el ancho mundo el
bodrio basado en el otro bodrio de EL James que los tres prodigios de González
Iñárritu, Richard Linklater y Anderson juntos. Ahora, si pueden, sigan creyendo
en lo de un hombre, un voto.
Y así, pasadas más de tres horas que parecieron
siglos, ganó quien tenía que ganar. El año, sin duda, del pájaro, el vuelo de
la cara B de la industria.
Por LUIS MARTÍNEZ/El Mundo
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