MUR DE BRETAGNE (11 Julio 2015).- El Tour pasa por
el pueblo de Louison Bobet, por la tierra de dos bretones extraordinarios.
Tres ediciones consecutivas ganó el priBernard Hinaultmero; cinco el tejón.
Bobet eligió el ciclismo para no ser panadero; Hinault para dejar su trabajo de
ajustador. Más cornadas da el andamio, decía Tasio Greciano, el gregario de
Perico Delgado, para describir sus sacrificios sobre la bicicleta. La noche del
jueves pasado, Hinault paseaba por las calles de Yffiniac, su pueblo, en un
reportaje de televisión. Describía los parajes. «Aquel era el muro donde nos
pegábamos», decía mientras señalaba un lugar.
El reportero se extrañaba. «Sí, sí. Salíamos del
colegio y si teníamos alguna cuenta que resolver, nos dábamos allí unas palizas
enormes. Tengo un buen recuerdo de aquellos días. Las peleas me hicieron
fuerte». Un muro en un pueblo de la Bretaña, el de las peleas. Sin embargo, en
el Mur de Bretagne que subían los ciclistas, no hubo asuntos para resolver.
A Bernard Hinault le va el ciclismo heróico, el que
desplegaba en sus tiempos de ambición sin medida. Las palizas del Tour, o la de
aquella Lieja-Bastoña-Lieja de 1980, bajo la nevada, más de cien abandonos y 80
kilómetros en solitario. «Me retiro en el avituallamiento», se decía a si
mismo, pero siguió hasta el final. Tres semanas después no podía aún mover
todos los dedos de las manos. Ganó, claro. No tenía otra.
El control no era lo suyo. En el podio, donde ejerce
como jefe de protocolo, ayer sólo exhibía una media sonrisa. No estaba contento
porque no hubo pelea en las Cotes dArmor como en el muro de su pueblo a la
salida del colegio. Sólo Alexis Vuillermoz se salió de la norma en los últimos
metros, para conseguir la primera victoria francesa en la edición en curso.
Nibali
se queda atrás
«Casi se podía ir a rueda», reconoce Alberto
Contador, que se quedó extrañado con Nibali. «Ví cómo reventaba». El italiano
no pudo coger esa rueda tan cómoda que describe su rival. Contador no quería
quemarse. En el Muro bretón perdió una etapa frente a Cadel Evans, por levantar
la mano, por no dar una pedalada más. Después del Giro regula sus fuerzas,
tampoco da una pedalada de más, «pero no nos podemos olvidar de él», dice Chris
Froome, el líder, «porque nunca renuncia a nada».
En la tierra de Hinault las cosas ya no son lo que
eran. Hasta el lago de Guerdelan, -cuatro kilómetros cuadrados, 50 metros de
profundidad- se ha secado. Y en el Tour nadie provoca peleas. Froome, que es el
líder, observa desde su atalaya; Contador controla al trantrán; a Nairo
Quintana nadie le ha visto aún. Está en el pelotón, pero tan escondido entre
Castroviejo y Valverde que sólo se le encuentra en las clasificaciones. Sólo
Nibali se deja ver desde esa cámara que tanto le gusta al realizador del Tour y
que recoge a los rezagados.
Mientras en Francia encumbran a Vuillermoz, como
ganador de etapa, o a Barguil, que desplaza a Pinot en las preferencias de los
periódicos, todos los favoritos aplazan las peleas en los muros a la próxima
semana, en los Pirineos después de la jornada de descanso en Pau. «Allí empieza
la verdadera pelea por el maillot amarillo», dice Froome convencido.
Por
JON RIVAS/Enviado especial El Mundo
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