SANTO DOMINGO, República Dominicana (30 Mayo 2016).-
“¡Este guaraguao no come más pollos!”, expresión lapidaria para dar a conocer
la muerte del tirano Rafael Leonidas Trujillo Molina.
Los dominicanos conmemoran cada 30 de mayo, el Día
de la Libertad, y el aniversario del
ajusticiamiento del dictador Rafael L. Trujillo, acontecimiento que tuvo lugar
gracias a una vasta conspiración integrada por diversos grupos (uno de acción,
otro político y otro militar), que tenían la responsabilidad primero de
ajusticiar al tirano y luego, de proceder a una segunda fase consistente en
apresar a la familia Trujillo y a sus principales epígonos con el fin de
provocar un recambio en la cúpula política y militar del régimen.
Dentro de los grupos que conformaban el complot, el
llamado “grupo de acción o de la avenida”, era el responsable de llevar a cabo
la ejecución del tirano. Los principales líderes de la conjura habían obtenido
la información de que cada miércoles Trujillo, habitualmente, viajaba a su
pueblo natal y sobre la base de ese dato confiaron en que la delicada y
arriesgada misión tendría lugar a mediados de semana.
Pero el destino quiso que tal acontecimiento
sucediera un martes, circunstancia fortuita que provocó que por lo menos tres
de los miembros originales del grupo de acción se vieron imposibilitados de
participar en el tiranicidio.
Los hombres de la avenida
El grupo de acción que iría a la avenida estaba
conformado por nueve personas, que se distribuirían en tres vehículos, pero en
vista de que fue necesario actuar con inusitada precipitación antes del día
previsto, solo siete de los hombres que tenían la encomienda de fulminar a
tiros al tirano se encontraban disponibles en la ciudad de Santo Domingo.
Algunos de los participantes en ejecución de Trujillo Molina.
Los hombres de la avenida fueron Antonio de la Maza,
Antonio Imbert Barrera, Salvador Estrella Sadhalá, Amado García Guerrero, Pedro
Livio Cedeño, Huáscar Tejeda Pimentel y Roberto Pastoriza Neret, los cuales,
por lo menos en tres ocasiones (los días 17, 24 y 25 de mayo), intentaron
fallidamente enfrentarse al dictador, que extrañamente varió su itinerario en
cada ocasión.
La emboscada final
Tan pronto Antonio de la Maza recibió la noticia de
que esa noche “el hombre” iría a San Cristóbal, procedió a verificar que la
misma era fidedigna, y tras determinar que no disponía de tiempo suficiente
para la reflexión pausada, para la planificación cautelosa y mucho menos para
tratar de congregar a todos los que debían participar en la emboscada; sin
pérdida de tiempo, contactó a los integrantes del grupo de acción accesibles en
la capital.
Todo se desarrolló vertiginosamente. De la Maza, con
no disimulada precipitación logró convocar a seis compañeros –algunos
personalmente y otros por teléfono–, a los cuales advirtió que la hora decisiva
había llegado, y que las circunstancias exigían pasar de la teoría a la acción.
Dos horas después (Robert Crasweller estima que hacia las 7 de la noche), el
teniente García Guerrero se comunicó por teléfono con el ingeniero Pastoriza y
le aseguró que había confirmado que el hombre saldría esa noche fuera de la
ciudad capital. Pastoriza, a su vez, debió contactar a su íntimo amigo, el ingeniero
Huáscar Tejeda (que previamente había sido localizado por De la Maza), y de esa
manera las personas claves de la conspiración fueron recibiendo la “valiosa
información”, como la calificó uno de los héroes.
Tres vehículos intervinieron en la ejecución de
Trujillo. Una vez en la avenida, en las cercanías de la Feria Ganadera, hacia
las 8:30 de la noche, los miembros del “grupo de acción” se repartieron las
armas y de inmediato decidieron separarse para esperar por su presa, conforme a
un croquis que para tales fines había elaborado el ingeniero Pastoriza.
El auto en que viajaba Trujillo recibió una lluvia de balas.
El auto en que viajaba Trujillo recibió una lluvia de balas.
De acuerdo con el plan original, dos de los
vehículos debían esperar por una señal de luces para bloquear la autopista y
así obligar al carro del dictador a detenerse, de suerte tal que el auto
persecutor pudiera alcanzar el blanco entre dos fuegos.
En el primer auto, estacionado en las proximidades
del Teatro Agua y Luz, en dirección oeste-este, viajaban Imbert Barrera,
conductor; De la Maza, quien ocupaba el asiento derecho delantero; Estrella
Sadhalá y el teniente García Guerrero, quienes iban sentados detrás. En un
segundo carro, estacionado a 4 kilómetros de la Feria Ganadera, también en
dirección oeste-este, se encontraban el ingeniero Huáscar Tejeda y Pedro Livio
Cedeño; mientras que el tercer automóvil, que se aparcó en el kilómetro 9 de la
autopista en dirección hacia San Cristóbal, lo conducía el ingeniero Roberto
Pastoriza.
Trujillo viajaba en el asiento trasero de su
Chevrolet azul celeste, modelo 57, contiguo a la puerta posterior derecha. En el
interior del vehículo había tres ametralladoras, además de la pistola de
reglamento que portaba el chofer. Trujillo también tenía un revólver calibre 38
así como el maletín que acostumbraba llevar consigo, repleto de dinero.
Tan pronto los cuatro conjurados avistaron el carro
del déspota, se prepararon para perseguirlo. Con cierta premura encendieron el
motor de su auto, hicieron un giro y de inmediato enfilaron en dirección
este-oeste tras la codiciada presa. En el momento en que el vehículo conducido por
Imbert Barrera se colocó paralelo al de Trujillo, De la Maza y García Guerrero
dispararon sus armas creyendo, erradamente, que habían fallado en su primer
intento; pero en realidad no fue así. El disparo de escopeta que hizo De la
Maza dio en el blanco y resultó ser mortal para El Jefe.
Ante el inesperado ataque, el chofer de Trujillo
frenó bruscamente provocando que el automóvil manejado por Imbert lo rebasara
velozmente.
Fue entonces cuando Imbert (urgido por De la Maza)
giró en “U” aceleradamente y se situó a unos 15 metros de distancia del
objetivo. De inmediato los cuatro ocupantes del vehículo atacante se
desmontaron, armas en mano, dando así inicio a un intenso tiroteo que, según
apreciaciones de expertos militares, duró aproximadamente diez minutos.
Trujillo y su chofer también salieron del vehí- culo, detenido en medio del
paseo central de la avenida en posición diagonal (pues De la Cruz quiso
intentar un giro a la izquierda para regresar a la capital). Una vez fuera del
carro, y parapetados detrás del mismo, el capitán De la Cruz respondía con
ametralladora al fuego de sus atacantes, defendiéndose, al tiempo que trataba
de proteger a su jefe.
Los dos Antonio, Imbert y De la Maza, tirados sobre
el pavimento, solicitaron a Estrella Sadhalá y García Guerrero que los
cubrieran, ya que tratarían de acercarse al carro de Trujilllo con el propósito
de terminar rápidamente el enfrentamiento, que, según consideraban, se estaba
prolongando demasiado.
De la Maza logró deslizarse por el pavimento hasta
posicionarse detrás del vehículo de Trujillo, mientras que Imbert lo hizo por
la parte delantera. La intensidad del tiroteo aumentaba cada vez más cuando, de
repente, De la Maza, después de haberle disparado otra vez al tirano, gritó:
“¡Tocayo, va uno para allá!”.
El tiro de gracia al “Jefe”
En medio de aquella lluvia de proyectiles, los
atacantes del Jefe no se percataron de que el chofer de éste había cesado de
disparar, replegándose hacia la maleza, mientras que Imbert sí pudo notar que
una persona, evidentemente mal herida, se tambaleaba frente al vehículo en
donde minutos antes se encontraba el hombre más poderoso del país. Era
Trujillo, cuyo metal de voz Imbert dice haber reconocido, pues el dictador
naturalmente se quejaba de las heridas recibidas o profería palabras que en ese
momento resultaron ininteligibles.
Un certero disparo de Imbert, que Trujillo recibió
en el pecho, detuvo su marcha, desplomándose estrepitosamente a casi tres
metros de distancia de su atacante. En ese preciso instante, Antonio de la Maza,
a la velocidad de un rayo, emergió de la oscuridad de la noche aproximándose al
cuerpo del dictador –que yacía sobre el pavimento “boca arriba, con la cabeza
en dirección a Haina”– y le descerrajó un tiro de pistola en la barbilla, al
tiempo que exclamó: “¡Este guaraguao no come más pollos!”.
En cuestión de
minutos Trujillo estaba muerto y desde entonces es parte de la historia.
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