PARÍS (9 Junio 2016).- En la tarde del martes, a
tres días del partido Francia-Rumania con el que se abrirá la copa Uefa 2106,
varias estaciones del metro y el tren de cercanías (RER) de París continuaban
cerradas como consecuencia de las inundaciones que desde hace dos semanas azotan
el país. El clima, sin embargo, parece mejorar y según un portavoz de la
alcaldía municipal ya no hay razones para temer evacuaciones masivas en la
capital: “El nivel máximo ya fue alcanzado durante el fin de semana, ahora nos
preocupan los departamentos que están río abajo y por supuesto el trabajo de
reconstrucción de las estructuras dañadas por la creciente”.
Ninguno de los diez estadios que recibirán a los 24
equipos participantes en la Eurocopa está ubicado “río abajo”, pero el daño que
las inundaciones dejaron en estructuras eléctricas y de transporte no podrá ser
evaluado hasta que el caudal del Sena haya descendido lo suficiente. Para
entonces ya el campeonato habrá comenzado.
“Es como si nos hubieran caído las plagas de
Egipto”, comenta Rachid, un vendedor de souvenirs en Montmartre que ha
reemplazado la mayor parte de sus recuerdos turísticos —motivos de
Toulouse-Lautrec, la Monalisa y el Moulin Rouge— por productos más o menos
originales referentes a la gran cita del fútbol europeo. “Yo imaginaba que
desde una semana antes París estaría invadida de hinchas de toda Europa. Por
ahora si acaso se ven algunos ingleses y alemanes y más en plan familiar”.
El pesimismo es compartido por grupos hoteleros como
Accor, que confirma el rumor de que los hoteles de la cadena estarían llenos
apenas entre el 30 % y el 40 % de su capacidad. “Una cifra normal para un mes
de junio, pero que todas maneras muestra una recuperación después de los meses
desastrosos que siguieron a los atentados”. “Alrededor del 60 por ciento”,
según la oficina de la presidencia de la Federación Francesa de Hotelería.
“Esperábamos que la Copa adelantaría los meses de lleno total del verano, pero
parece que eso no ocurrirá”.
Las cifras ponen en peligro el objetivo de dos mil
millones de euros en entradas económicas para el país, con el que el gobierno
francés esperaba al menos recuperar las inversiones realizadas para albergar
una competición cuyo éxito sería la mejor carta de presentación para las
aspiraciones de París como sede olímpica del 2024.
“También es posible que los viajeros prefieran
encontrar alojamiento a través de plataformas como AirBnB”, dice Paul,
administrador de un hotel de 45 habitaciones en el sector de los Grandes
Bulevares, en el que se concentran decenas de bares que transmitirán en directo
los encuentros. “Los hinchas son fieles y por eso no hemos tenido ni una sola
anulación a pesar de las inundaciones y las huelgas”.
Porque si el clima-clima parece mejorarse, el clima
social sigue siendo de tormenta. La cuestión de la reforma al código laboral
está lejos de resolverse y el lunes pasado decenas de empleados de los
ferrocarriles nacionales bloquearon durante horas las vías de la estación de
Montparnasse. “Valls (el primer ministro) dice que no entiende cómo hay gente
que no quiere que se realice la Copa y no es que nosotros no queramos, es que
no pueden coger la copa como excusa para imponernos una ley que echa para atrás
setenta años de conquistas sociales”, explica una veterana sindicalista.
Tanto los sindicatos como las autoridades lo saben:
la acción de Montparnasse era un simulacro de una posible ocupación de las vías
de la Estación del Norte, un paso obligatorio para todos los trenes que unen la
capital con el aeropuerto y el estadio de Francia. “Un bloqueo en ese punto y
la mitad de los espectadores no podrán llegar al estadio”, confirma otro de los
militantes. “Valls va a intentar dar prebendas a los empleados del sector
ferroviario, pero como se trata de un movimiento que agrupa muchos sectores, lo
que queremos es que al menos se comprometa a negociar, no después de la copa
sino ahora”.
Lo mismo opinan varios de los asistentes al
movimiento de la Nuit Debout (noche en pie), que un día antes de la
inauguración celebrarán los cien días de ocupación de la Plaza de la República,
un sector clave para la hotelería de la ciudad. “No estamos contra el fútbol
como deporte, pero sí contra los megaespectáculos que acaban con la idea de
pasatiempo para convertirlo en una mercancía”, dice Dorothée, una estudiante de
ciencias políticas, mientras con un megáfono invita a los transeúntes a una
manifestación en la Fuente de Saint-Michel horas antes del pitazo inicial.
Pero si las inundaciones, las manifestaciones
diarias contra las reformas laborales, la respuesta violenta de la policía y
una bonanza turística que parece que no llegará inquietan a los organizadores,
el gran temor de visitantes y residentes es un nuevo atentado como los que
sacudieron en los últimos meses a París y Bruselas. Cientos de miles de
aficionados son a la vez una masa difícil de controlar y un blanco fácil para
los extremistas armados de todo tipo, y las advertencias oficiales de los
gobiernos inglés y norteamericano a sus ciudadanos que piensan asistir a la
Eurocopa parecen confirmarlo.
“No se trata de una reacción a los hechos de ayer”,
explica la Embajada Británica refiriéndose al arresto en Ucrania de un
ciudadano francés miembro de un grupo de extrema derecha quien se preparaba a
entrar en la Unión Europea con un arsenal de guerra y habría declarado
proyectar quince ataques durante la competición deportiva.
Los partidos en sí preocupan menos a las autoridades
que las aglomeraciones en zonas urbanas. “Desde antes de los atentados de
noviembre y con mayor razón después, un estadio es un lugar que podemos tener
bajo control. Hay puntos de acceso, detectores y zonas de requisa por las que
todo mundo tiene que pasar, pero es mucho más difícil controlar la gente que
sale a celebrar en las calles o a ver los partidos en bares y restaurantes”,
admite un responsable de la Prefectura de Policía.
En el centro de las inquietudes están las “fan
zones”, espacios al aire libre equipados con pantallas gigantes y que, como en
el caso del Campo de Marte (a los pies de la Torre Eiffel), pueden reunir más
de noventa mil espectadores. Las complicaciones a la hora de garantizar la
seguridad en este tipo de espacios llevaron incluso al expresidente Nicolás
Sarkozy a solicitar que sean desmantelados argumentando que “nuestras fuerzas
del orden tienen cosas más importantes que ocuparse de cien mil personas en
pleno centro de París”.
Cuarenta y cinco mil policías (diez mil de ellos en
la capital) y treinta mil gendarmes se encargarán de establecer dobles
perímetros de seguridad alrededor de los estadios y las “fan zones” y de
patrullar las calles, mientras la totalidad de las compañías de CRS, el ESMAD francés,
estarán en alerta para dividir sus esfuerzos entre la represión de
manifestantes y el control de las barras bravas.
Las autoridades han solicitado los refuerzos de
cerca de 200 policías originarios de los países que participan en la
competencia, así como de 3.500 agentes de seguridad privada. La última
revelación, dada a conocer por el semanario Le Point, es que cerca de cien de
ellos aparecerían en las “Fichas S”, el archivo de los servicios de
inteligencia franceses en el que están señalados los sospechosos de estar en
contacto con grupos radicales.
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