EL DISCRETO SISTEMA CONSERVADOR QUE CONQUISTÓ LA CORTE SUPREMA DE ESTADOS UNIDOS
WASHINGTON
(5 Septiembre 2018).- La confirmación en el Senado de Brett Kavanaugh a la
Corte Suprema apuntalaría el giro a la derecha de la máxima instancial judicial
del país. Esta configuración es el fruto de tres décadas del minucioso trabajo
de la ultraconservadora y poco conocida organización Federalist Society, que
habrá conseguido colocar a cinco de los nueve miembros del tribunal.
Durante la
segunda mitad del siglo 20, la Corte Suprema y las principales instancias de la
justicia estadounidense fueron percibidas como el coto vedado de los liberales.
El fin de la segregación racial, la Advertencia Miranda (“Tiene derecho a
guardar silencio…”), la jurisprudencia Roe vs Wade (la legalización del aborto)
fueron una sucesión de fallos de la Corte Suprema que marcaron y transformaron
la sociedad estadounidense.
Mientras
estos cambios eran saludados por la izquierda norteamericana, los sectores
conservadores observaban con impotencia cómo decisiones fundamentales se
imponían contra sus propios intereses y valores. ¿Las razones? “Por un lado
está la cultura de la profesión legal, que empezando por las facultades de
Derecho tendían a ofrecer un sesgo liberal, produciendo más abogados
liberales”, apunta Jason Zengerle, de la The New York Times Magazine.
“Lo segundo
es que creían que los políticos y presidentes republicanos no pensaban
necesariamente en el conservadurismo cuando escogían a jueces de la Corte
Suprema, sino que buscaban a gente con experiencia e integridad, pero no se
fijaban en su filosofía judicial, por lo que nominaban a jueces que no eran
necesariamente conservadores”, agrega.
Esta lógica
fue desafiada en la primavera boreal de 1982, coincidiendo con la llegada de
Ronald Reagan a la presidencia y una revolución conservadora disgustada con las
decisiones de la Corte Suprema en los años anteriores. Fue entonces cuando un
grupo de estudiantes de Derecho de la Universidad de Yale, rodeados de
compañeros progresistas, crearon un espacio con una meta: contrarrestar el
sistema liberal dominante a partir de un contrapeso. Así nació la Federalist
Society.
The
Federalist Society for Law and Public Policy Studies (tal es su nombre
completo) defiende una concepción llamada “originalista”. Privilegia una teoría
de interpretación jurídica apegada a lo que la Carta Magna quiso decir en el
momento de su aplicación en 1789. Su corolario es el “textualismo”, que
antepone como interpretación lo que se dijo directamente en la Constitución en
vez de una interpretación de la intención del legislador. De este modo, se le
atribuye al texto fundamental un carácter restringido claro, evidente y unívoco
del que la justicia no debe apartarse.
“Creen que
la Constitución limita estrictamente lo que el Congreso y los jueces pueden
hacer. Así que impulsan toda una serie de doctrinas que dicen que el Congreso
no puede hacer nada a menos que esté específicamente autorizado por la ley.
Durante décadas, jueces pensaron que estaba permitido llenar las brechas que
aparecían en las ambigüedades de la Constitución y las leyes. Pero los
conservadores de hoy tienen una agenda para quitarle poder al gobierno”,
explica Samuel Issacharoff, de la New York School of Law, citado por The New
Yorker.
Con este
programa, los conservadores se abocaron a crear un ducto capaz de transportar
una élite, de los bancos de la universidad a la Corte Suprema. Liderada por su
fundador, el abogado Leonard Leo, la Federalist Society cultivó primero un
discreto semillero, empezó a acompañar finacieramente a estudiantes
conservadores, les ayudó obtener pasantías en Washington e impulsó sus carreras
por el sistema judicial estadounidense hasta lo más alto.
“La
Federalist Society se ha concentrado singularmente durante años en edificar un
equipo judicial de nominados suscriptos a una filosofía hostil al progreso
económico y social en el país. Detrás de escena, durante las administraciones
republicanas, se abocan a identificar y reclutar jueces candidatos que son
ultraconservadores, que se oponen a nuestros derechos y libertades de la mujer,
en temas como el medio ambiente, protección de los consumidores o protección
para los trabajadores”, deplora en el New Yorker Nan Aron, quien desde el otro
lado del espectro ideológico preside Alliance for Justice, una organización que
impulsa una agenda de izquierda.
Del aula a
la Corte Suprema
Si en 1982
la Federalist Society era un pequeño cuarto aislado en la universidad de Yale,
hoy está presente en unas 200 facultades de Derecho y reivindica 10.000
miembros que siguen la carrera de abogacía. Su presencia puede verificarse en
los distintos tribunales estadounidenses en todo el país. La Corte Suprema no
es una excepción, entre ellos se puede citar al recientemente fallecido Antonin
Scalia, John G. Roberts, Clarence Thomas, Samuel Alito y Neil Gorsuch. Este
último fue nombrado por Donald Trump, quien directamente tercerizó la
nominación de los jueces a la Federalist Society. Brett Kavanaugh, quien enfrentaba
esta semana una audiencia para la Corte Suprema, es también miembro de la
Federalist Society.
“En 36 años,
se ha convertido en la organización legal más influyente en la historia del
país- no sólo formando a los estudiantes, sino cambiando la sociedad
estadounidense de manera deliberada, girando claramente el sistema judicial
hacia la derecha”, apunta la publicación Politico.
“Hoy, cuatro
de los mayores responsables de la justicia del país tienen vínculos con la
Federal Society, y la confirmación de Brett Kavanaugh –literalmente
seleccionado para el presidente Donald Trump por el vicepresidente ejecutivo de
la organización [Leonard Leo] hace que la cifra pase a cinco”, subraya esta
referencia de la política en Washington.
La
Federalist Society ha probado además que es capaz de contradecir los designios
de los mandatarios republicanos que se aparten de su línea. El presidente
George W. Bush lo vivió en carne propia en 2005 cuando vio naufragar la
candidatura de Harriet Miers, quien no contaba con el visto bueno de la
organización.
Para el
Partido Republicano, tener las riendas de la Corte Suprema se ha convertido en
una cuestión de supervivencia política. Con el cambio demográfico que
convertirá a la mayoría blanca del país en la primera minoría, la formación
conservadora ve comprometida su capacidad de conseguir el poder en las urnas,
por lo que preservar la Corte Suprema con mandatarios vitalicios, en lo posible
jóvenes, se ha convertido en un seguro de vida para sus valores.
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