PUNTA CANA: UN REFUGIO DE LOS 'BOLIBURGUESES' Y DE LOS HAMBRIENTOS DE NICOLÁS MADURO
PUNTA CANA,
República Dominicana (17 Junio 2019).- ¿Quién está en Punta Cana? ¿Cilia
Flores, la esposa de Nicolás Maduro? ¿Otros altos cargos del régimen
bolivariano, entre ellos muchos 'boliburgueses', es decir, los empresarios que
ayudan al Gobierno de Maduro a eludir las sanciones internacionales y, de paso,
a enriquecerse? ¿O son sólo una parte de los exiliados venezolanos que han
huido del hambre en su país y malviven como inmigrantes indocumentados o hasta
vendiendo arepas -tortas- en la calle?
En realidad,
son ambos. Evidentemente, en la capital turística de República Dominicana sólo
se ve a los segundos. Su número se ha multiplicado a medida que la economía
venezolana se ha ido colapsando. En 2012, eran unos 3.400 en todo el país.
Ahora, pasan de 40.000. Llegan con visados de turista y nunca se van. Y viven
de vender cosas en las puertas de los supermercados, en los semáforos, y de
hacer los trabajos que les van saliendo. También abundan en los restaurantes,
tanto en las cocinas como en los trabajos de cara al público, en el servicio
doméstico. La laxitud dominicana a la hora de exigir papeles para dar un puesto
de trabajo les ayuda a encontrar vías de supervivencia. Los dominicanos también
dicen que algunos de ellos participan en otras actividades, como la
prostitución, que es legal en ese país.
Así, los
inmigrantes de habitantes del país con más petróleo del mundo -Venezuela-
pugnan, así pues, con los del país más pobre de América -Haití- por los
trabajos peor pagados en República Dominicana.
Los
venezolanos tienen fama de ser trabajadores y de no causar problemas, y son
vistos con muchas más simpatías que los haitianos, con quienes los dominicanos
han tenido una relación históricamente muy complicada. El hecho de que
racialmente venezolanos y dominicanos se parezcan hace difícil que "la camiona"
-el nombre del vehículo de las autoridades de inmigración- los identifique. Los
haitianos, que son mucho más oscuros, no tienen esa suerte.
En línea
recta, Punta Cana está tan lejos de Caracas como Huelva de Gerona. Así que los
dos extremos de la inmigración -los 'boliburgueses' y los desesperados-
coexisten. Pero sin mezclarse. Los primeros viven tras mansiones con muros de
cinco metros de alto en urbanizaciones de acceso restringido a cuya puerta los
exiliados venden lo que pueden.
Una mansión exclusiva
Nadie sabe
con exactitud ni cuántos refugiados ni cuántos 'financiadores' o altos cargos
del régimen de Maduro hay. Todo son rumores. Hace dos semanas, el periodista y
escritor peruano-estadounidense Jaime Bayly declaró, apoyándose en varios
medios de comunicación de América Latina, que en Punta Cana está la propia
esposa de Nicolás Maduro, Cilia Flores, que residiría desde el 30 de abril
pasado -día del golpe frustrado contra su esposo- en Villa La Caracola, una
mansión de 3.000 metros cuadrados valorada en 18 millones de dólares (16
millones de euros), con vecinos de la talla de la ex estrella del golf Jack
Nicklaus, y con visitantes de la de Eric Trump, el hijo del presidente de EEUU,
que en 2017 viajó a Cap Cana -a apenas un kilómetro y medio en línea recta de
la mansión- para explorar la posibilidad de construir allí 17 rascacielos de 20
pisos. El proyecto parece paralizado, entre otras cosas porque las ordenanzas
municipales prohíben la edificación de bloques de más de cuatro metros de
altura para proteger el paisaje.
Nadie ha
concedido credibilidad a la idea de que Flores esté en Villa Caracola. Pero eso
no quita interés a la mansión. Su dueño es la epítome del 'boliburgués': el
multimillonario venezolano Samark López Bello, amigo personal del ex vicepresidente
y actual ministro de Industrias y Producción Nacional venezolano, Tarek El
Aissami, un autoproclamado "chavista radical" que llegó a sonar como
sucesor de Hugo Chávez, hasta que, según algunas fuentes, los cubanos
decidieron que se puesto fuera a Nicolás Maduro.
Estados
Unidos considera a El Aissami uno de los líderes del narcotráfico en Venezuela,
y hace dos meses subió el tono de su cargos al acusarle de violar las sanciones
impuestas por el Gobierno de Donald Trump al usar aviones privados registrados
en Estados Unidos para salir de Venezuela y viajar a Rusia y Turquía, entre
otros países. La persona que se encargó del alquiler de los aparatos y de toda
la logística de la operación fue, según EEUU, López Bello.
Así que no
es de extrañar que el 12 de mayo, la policía dominicana, en una operación
conjunta con las autoridades estadounidenses, entró en Villa Caracola, con la
intención de arrestar a López Bello para extraditarlo a Estados Unidos. No lo
encontraron, aunque detuvieron a cuatro personas -dos venezolanos y dos
colombianos- y se incautaron de 43.000 dólares (38.500 euros) en metálico y
tres coches deportivos.
La presencia
de López Bello es sólo otro signo de que Punta Cana es, con Miami y Madrid, la
capital mundial de la élite venezolana madurista, y uno de los centros de
operaciones de la amplia red de empresas y canales financieros creados por el
chavismo para eludir las sanciones internacionales. Pocos han logrado, sin
embargo, el grado de virtuosismo de Danilo Diazgranados, que vivió durante al
menos una década en el exclusivo barrio de La Romana, en Santo Domingo, la
capital del país.
El caso de
este banquero es digno de estudio. Diazgranados no sólo ha logrado rentabilizar
sus excelentes conexiones con el chavismo, que fueron conseguidos, en parte,
gracias a que dos de sus socios, Ramiro Helmeyer y Álex del Nogal, compartieron
cárcel con el fallecido líder cuando éste estuvo en la cárcel por golpista, a
principios de la década de los noventa. Es que también es socio del ex portavoz
de Donald Trump, Anthony Scaramucci. Diazgranados no sólo fue socio de
Scaramucci, sino que en 2017 le compró, conjuntamente con la empresa china HNA,
su 'hedge fund' (un tipo de fondo de inversión que no está regulado) por 180
millones de dólares (161 millones de euros), según la agencia de noticias
financieras 'Bloomberg'.
Por PABLO
PARDO/El Mundo.es
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