LA HABANA,
Cuba (22 Julio 2019).- El cine también
sirve para soñar, me asegura Musculito, teléfono mediante, después de quejarse
de un Hércules descafeinado, visto recientemente en un filme exhibido en la
televisión, otro más, desde que Steve Reeves le diera vida al personaje, hace
60 años.
–Aquella sí
era una película, a pesar de sus escenarios de cartón –se exalta Musculito, y
su concepto del «cine para soñar» se me aclara al vislumbrarlo, medio siglo
atrás, tratando desesperadamente de inflarse bíceps y dorsales en el gimnasio,
en medio del estrépito de las pesas y de los gritos con que solíamos darnos
aliento para concluir en el banco del prom una carga a punto de aplastarnos.
–¿Hace
cuánto de aquello Musculito?
–Mucho antes
de ver por primera vez a Steve Reeves, pero él marcó la diferencia, el
desenfreno.
El filme Las
hazañas de Hércules se estrenó en 1958, aunque no lo vimos en los cines hasta
principio de los 60, en una copia en blanco y negro que no permitía apreciar el
Eastmancolor y el Dyaliscope, maestrías seductoras de la época.
Pero
minucias técnicas para los jóvenes de entonces, empeñados en obtener un físico
menos ingrato al otorgado por la madre naturaleza. Nadie, en el entorno del
gimnasio, hablaba del director Pietro Francisci, ni de la historia, basada muy
libremente en el poema Las argonáuticas, de Apolunio de Rodas, importante
fuente para que Virgilio escribiera la Eneida. Tampoco nos interesaba el
impulso que le daba el filme al género péplum, con sus temas sacados del
clasicismo, ni la buena taquilla obtenida por la producción italiana, incluso
en Estados Unidos.
Si acaso,
traíamos a colación a Sylva Koscina y a Gianna Maria Canale, espectaculares en
sus escotes y vaporosos ropajes, verdaderos mamíferos de lujo, según término
acuñado por Fellini. Lo importante
en el gimnasio era hablar de Steve
Reeves, con varios triunfos en campeonatos
internacionales de fisicoculturismo, derrochador él de los músculos por nosotros soñados, un
actor con serias limitaciones dramáticas, pero capaz de exhibir sus atributos
en verdaderas poses de competencia, ya
fuera derribando las columnas a las que estaba encadenado, lanzando el disco
ante la mirada incrédula de los contendientes, o rodeando con tendinosos brazos a su amada.
Hércules y
Steve Reeves llenaron gimnasios ante el espanto de lo que estábamos dentro y
veíamos cómo «los nuevos» llegaban arrolladores, dispuestos a acaparar las
pesas y hacer suyos los aparatos destinados a convertirnos en poco tiempo en
émulos del semidiós, hijo de Zeus.
–Nunca
llegamos a ser como él, pero al menos lo
intentamos –me dice un nostálgico Musculito al final de la conversación.
–Sesenta
años de Hércules, Musculito, y aquí estamos a la misma edad en que Reeves
murió.
–Yo a veces
hago mis pesas –me confiesa él– pero suave, por los años. ¿Y tú?
–Planchas,
Musculito, algunas planchitas de vez en cuando.
Por ROLANDO
PÉREZ BETANCOURT/Granma
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