LOS CONSERVADORES ELIGEN A BORIS JOHNSON COMO PRIMER MINISTRO DEL REINO UNIDO
LONDRES (23 Julio
2019).- El Partido Conservador británico ha puesto todas sus esperanzas en
Boris Johnson para salir de su actual estado de ruina. El exalcalde de Londres
ha vencido en las primarias tories, con el 66% de apoyo y 92.153 votos, frente
a su rival, el ministro de Exteriores, Jeremy Hunt, que ha obtenido un respaldo
del 34% y 46.656 papeletas.
La
copresidenta del Comité 1922 (el grupo parlamentario que excluye a los
diputados con cartera), Cheryl Gillan, ha anunciado la victoria de Johnson este
martes, en el centro de convenciones Queen Elizabeth II, a los pies de
Westminster. Aún faltan unas horas para que Johnson entre en Downing Street y
se convierta en el nuevo primer ministro del Reino Unido, pero los posibles
obstáculos —pocos, como se vio desde un principio— que pudieran permanecer en
su carrera a la cumbre han quedado despejados.
En un breve
discurso ante el auditorio, más protocolario que de contenido, Johnson ha
introducido sin embargo la idea que le ha llevado hasta la victoria y que
entusiasma a los seguidores: el Partido Conservador, ha prometido, llevará a
cabo el Brexit, y demostrará "su habilidad histórica para equilibrar dos
instintos enfrentados: el deseo de mantener una relación cercana con la UE y el
deseo de que este país se pueda autogobernar democráticamente".
Pocas veces
un primer ministro ha tenido enfrente un reto tan complicado y urgente desde el
primer día de su mandato. Los miles de afiliados conservadores que le han dado
su respaldo lo han hecho convencidos de que cumplirá con su promesa de sacar al
Reino Unido de la UE el próximo 31 de octubre, con o sin acuerdo. No le
perdonarían un nuevo retraso ni componendas negociadoras como las que intentó
su predecesora en el cargo. Y sin embargo, más allá del entusiasmo y
voluntarismo con que Johnson ha dirigido su exitosa campaña, la realidad va a
ser tozuda. El Parlamento ha dejado ya claro que no respaldará un Brexit a las
bravas y varias decenas de conservadores moderados podrían estar dispuestos a
frenar cualquier intento en esa dirección, incluso con su respaldo a una moción
de censura.
Jeremy Hunt y Boris
Johnson, este martes.
Las primeras
señales que llegan de la UE, más allá de las felicitaciones de cortesía,
indican que no tiene intención de reabrir —salvo algún matiz— el acuerdo ya
firmado. Johnson necesita al menos una victoria y apuesta por cambiar el diseño
del llamado backstop (la salvaguarda irlandesa). Ese endiablado mecanismo por
el que el Reino Unido se mantendría sine die en el territorio aduanero de la
Unión Europea, para evitar que una nueva frontera entre las dos Irlandas —la
república y la región británica de Irlanda del Norte— resucitara la violencia
que los Acuerdos de Viernes Santo de 1996 lograron frenar. Para los
euroescépticos se trata del Santo Grial. La ruptura de una integridad
territorial que se han conjurado para evitar y que fue la principal piedra en
el zapato de May. Parece difícil, si no imposible, que Johnson logre modificar
la única solución ideada hasta ahora para preservar la seguridad del mercado
comunitario. Las "alternativas
técnicas" —controles telemáticos de las mercancías desde su fábrica de
origen— que prometen los más voluntaristas y el propio candidato son todavía
una ilusión.
Johnson
intentará tender la mano a la UE, pero es consciente de que su margen de
maniobra es limitado. Y que resulta mucho más tentadora, fracasado el intento
de obtener nuevas cesiones, la idea de adelantar unas elecciones generales que
legitimen su Brexit sin acuerdo y, de paso, arrinconen de nuevo en el olvido al
ultranacionalista Nigel Farage. Cuenta con la sensación generalizada de que el
líder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn, en sus peores horas de popularidad,
recibiría la noticia con el pie cambiado.
El peso del protocolo
Theresa May
ha querido mantener el protocolo hasta el final, así que este miércoles acudirá
al Parlamento para someterse a una última sesión de control. Será la más triste
de su carrera política, pero probablemente la más fácil. Es previsible que los
diputados tengan hacia ella la cortesía de la que apenas ha disfrutado en su
particular potro de tortura: tres años inmersa en la pesadilla del Brexit, más
preocupada en esquivar las balas euroescépticas que le enviaba su propia
bancada que en responder a una oposición laborista tan desnortada como ella
misma.
Una vez
concluido el rito parlamentario, el coche oficial llevará, por última vez, a
May hasta el número 10 de Downing Street, la residencia oficial y lugar de
trabajo del primer ministro. Una vez pronunciado el discurso de despedida,
dirigido a su equipo y al pueblo británico, se encaminará al palacio de
Buckingham, donde comunicará a la reina Isabel II su renuncia. Y pasará el mal
trago inevitable de recomendarle que proponga como primer ministro al político
que más quebraderos de cabeza le proporcionó durante todo su mandato.
Inmediatamente
después será Johnson quien se presente ante la reina para recibir formalmente
la petición de que forme un nuevo Gobierno. Desde allí, directo a Downing
Street, donde ya habrá a las puertas de la residencia un atril oficial para que
el recién ungido dé su primer discurso como jefe del Gobierno y comience así
una montaña rusa para el propio Johnson, para los que han apostado por su
candidatura con los dedos cruzados y para los que todavía no pueden creerse que
el personaje más extravagante que ha dado en décadas la política británica vaya
a tener en sus manos el destino del país.
Todas las
historias políticas de éxito se pintan siempre como el resultado de un destino
inevitable y la de Johnson, que de niño decía a sus padres y a sus hermanos que
quería ser “el rey del mundo”, no es una excepción. Pero apenas hace un año la
ciudadanía y los políticos del Reino Unido habían vuelto a tomar en serio al
exalcalde de Londres, cuando muchos le habían descartado de la primera línea.
Después de
su importante, prácticamente decisiva, contribución en la campaña del
referéndum de 2016 para que el Brexit saliera adelante, Johnson dio una
espantada final cuando muchos apostaban por él para que fuera el sustituto del
recién dimitido David Cameron. El mismo día en que iba a lanzar su candidatura
se retiró de la pelea. Y transmitió la sensación de que Boris —“que lo que más
quiere es que le quieran”, como dicen muchos de los que le conocen bien— no
tenía el temple necesario para el puesto. A ese recelo contribuyó su breve
papel como ministro de Exteriores bajo el mandato de Theresa May, lleno de
meteduras de pata e inconsistencias. Concluyó con la dimisión, anunciada a
bombo y platillo, para protestar por el borrador de Brexit pergeñado finalmente
por May en la reunión con sus ministros en Chequers, la residencia de verano de
la entonces primera ministra.
Ahora se
sabe que era el primer paso para recomponer su imagen y relanzar sus
aspiraciones. Johnson tomó distancia de una May cada vez más abandonada por los
suyos y desde su tribuna semanal en The Daily Telegraph se convirtió en el
paladín de los euroescépticos. Cuando el momento estaba lo suficientemente
maduro, Boris Johnson El Excéntrico pasó a ser Boris Johnson La Salvación. El
plan de May para abandonar la UE fue rechazado hasta en tres ocasiones en el Parlamento
y el monstruo larvado de Nigel Farage, el ultranacionalista que con su partido,
el UKIP (Partido por la Independencia del Reino Unido) había humillado a David
Cameron, resurgió con una nueva formación de nombre inevitable: el Partido del
Brexit. Arrasó en los últimos comicios europeos, atrajo a muchos políticos
conservadores desencantados y se convirtió en una amenaza existencial para el
Partido Conservador.
El ala dura
El grupo de
euroescépticos liderados por Jacob Rees-Mogg, desde la corriente interna tory
del Grupo de Investigaciones Europeas (ERG, en sus siglas en inglés), entendió
que solo Johnson, del que no se acaban de fiar y de cuyas atrabiliarias ideas
ecologistas y de justicia social recelaban, era la salvación de un Brexit que
se les escapaba de las manos. Desde el primer momento el candidato ha cortejado
al ala dura del partido con la promesa de que el Reino Unido saldrá de la UE en
la fecha prevista, el 31 de octubre, haya o no acuerdo con Bruselas. “A vida o
muerte, caiga quien caiga”, fueron las palabras con las que convenció a los
pocos antieuropeos indecisos que podían quedar.
Ningún
candidato en la historia de la política británica ha recaudado más dinero para
una campaña interna que Johnson. A ninguno se le han perdonado más sus
meteduras de pata o sus escándalos (la policía acudió a las puertas del
apartamento londinense que comparte con su novia nada más comenzar el proceso
de primarias, alertada por unos vecinos espantados por los gritos que se oían a
través de las paredes). Ninguno ha sido capaz de levantar la moral y el ánimo
de unas huestes conservadoras en estado de depresión. Su rival directo, el
ministro de Exteriores, Jeremy Hunt, responsable, serio, e irremediablemente
aburrido frente al ciclón Boris, lo ha tenido complicado desde un principio, a
pesar del apoyo que recibió de todos aquellos dirigentes conservadores que
conocen bien a Johnson. A Johnson le han votado sobre todo los que no le conocen.
A partir del miércoles comenzarán a conocerle todos los ciudadanos británicos.
Pero en esta ocasión, en un puesto en el que las ocurrencias producen
consecuencias de verdad.
Fuente: EL
PAÍS
No hay comentarios.: