MADRID (2 Abril 2020).- Al escuchar el ruido del motor, el cura se asoma a la puerta de la capilla. El coche fúnebre acaba de detenerse en la entrada. Transporta el ataúd sellado y hermético de una señora que ha muerto a los 100 años de edad. El padre José Luis Sáenz, encargado de la última oración a los difuntos en el cementerio Sur de Madrid, se ajusta la mascarilla y se coloca al cuello la estola morada.
—¿Algún familiar?, le pregunta al conductor.
—No, creo que ninguno.
—Vale. Abra la parte de atrás.
—Tengo entendido que es mejor...
Fuente: EL PAÍS
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