EL REY JUAN CARLOS CALIFICA DE "PARÉNTESIS” SU SALIDA DE ESPAÑA, EL ANTERIOR JEFE DE ESTADO DA PISTAS QUE LE UBICAN EN LA REPÚBLICA DOMINICANA

BARCELONA (5 Agosto 2020).- “No estoy de vacaciones ni abandono España. Esto es un paréntesis”. Los amigos del rey Juan Carlos recibieron el lunes llamadas telefónicas o mensajes de texto mientras el avión en el que viajaba, para “trasladarse, en estos momentos, fuera de España”, como comunicó a su hijo, le transportaba hacia un destino que solo comunicó a los más íntimos.
Juan Carlos de Borbón salió de la Zarzuela el pasado fin de semana y, en algún momento, en coche, cruzó la frontera con Portugal, donde algunas fuentes le sitúan en la finca que la familia formada por João Manuel Brito e Cunha y Ana Filipa Espiritu Santo, amigos suyos de toda la vida, tienen cerca de Setúbal.


El lunes por la mañana, Juan Carlos se puso en contacto con varios amigos con quienes habló a bordo de un avión. Deducción o información, todos dieron por hecho que el destino del vuelo era la República Dominicana, ya que algunos conocían de antemano las intenciones del rey Juan Carlos de pasar una temporada junto los Fanjul, en sus posesiones de Casa de Campo (La Romana). De hecho, allí estuvo el pasado mes de febrero hasta que la primera semana de marzo, ya con la crisis de la pandemia llamando a la puerta, regresó a la Zarzuela prometiendo volver en cuanto le fuera posible. El estado de alarma coincidió con el comunicado que el Rey hizo público el 15 de marzo en el que anunciaba su intención de rechazar la posible herencia de su padre y la retirada de su asignación oficial.
Otra alarma se encendió en la Zarzuela, atenuada hasta el mes de junio por la crisis sanitaria, pero fue acabar el estado de alarma y asistir a una avalancha de informaciones, algunas interesadas, acerca de los posibles negocios ocultos del rey Juan Carlos.
Con el paso de los días y la entrada en el campo de batalla del propio presidente del Gobierno, la Zarzuela más parecía un dique a punto de desbordarse. ­Las peticiones, desde diversos sectores políticos, principalmente Unidas Podemos y las formaciones independentistas, de un castigo ejemplar para el rey Juan Carlos fueron en aumento y, en las dos últimas semanas, desde las más altas esferas, se fue filtrando que el Rey iba a imponer un nuevo correctivo a su padre. Le puedan llamar cortafuegos, salvar al soldado Borbón (Felipe) o preservar la estabilidad del Estado, pero la realidad es que en un momento la Zarzuela tuvo claro que la única manera de aliviar la presión era ceder a ella.
A Juan Carlos de Borbón no se le podía quitar el tratamiento de rey ni expulsarlo de la familia ­real, ya que esas dos condiciones están certificadas por sendos decretos que habría que modificar o derogar, de modo que la única solución era que el alejamiento de la Zarzuela fuera físico. De la misma manera que el anterior rey entendió que debía abdicar para dar paso a una monarquía renovada, en esta ocasión no tuvo más remedio que aceptar que debía abandonar la Zarzuela, aunque en un principio se resistió a salir de España.
Su peor pesadilla siempre fue el exilio y quizá eso explica que, de un modo u otro, buscara la manera de tener un fondo monetario para, llegado el caso, sobrevivir económicamente. El miedo de los primeros años de reinado a verse expulsado del país se fue apaciguando, pero nunca desapareció, ni tampoco las aportaciones, no siempre transparentes, a esa especie de plan de pensiones.
En estos últimos días, las conversaciones entre padre e hijo, Juan Carlos y Felipe, se zanjaban con un acuerdo que, al día siguiente, el rey Juan Carlos olvidaba. La investigación de la Fiscalía del Tribunal Supremo y la responsabilidad del rey Juan Carlos de estar a disposición de esa instancia judicial fue, curiosamente, el argumento dado por el rey Juan Carlos para permanecer en España y, una vez despejadas las incógnitas, decidir si se iba de España un rato o para siempre.
Pero la presión sobre la Zarzuela aumentaba y ni la presunción de inocencia era capaz de contener la avalancha que amenazaba con romper el dique y arrasar con todo. Juan Carlos aceptó por fin salir de España, pero solo una temporada, como ha hecho unas cuantas veces desde su abdicación. No calculaba el impacto de su gesto y la interpretación falaz de que su salida era sinónimo de exilio, de huida o de rendición. Lo decía claramente en su carta en la que comunicó a su hijo su deseo de “trasladarse, en estos momentos, fuera de España”, pero hacerlo, y eso se deducía, con la intención de volver. También explicaba que lo hacía para aliviar la presión sobre su hijo quien en su condición de jefe de Estado, debe gozar de cierta tranquilidad y sosiego.
La decisión del rey Juan Carlos, pactada, obligada o voluntaria, o una mezcla de las tres posibilidades, de irse un tiempo de España generó un nuevo interrogante: ¿adónde? Las opciones más claras eran las que coincidían con la existencia de un entorno de lealtad y discreción que solo podían ofrecerle amigos de probada solvencia, económica y emocional, como los Fanjul o los Brito e Cunha Espiritu Santo o lo que es lo mismo: Portugal o República Dominicana (que puede ser sustituida por cualquiera de los enclaves en los que los Fanjul tienen propiedades).
Sin embargo, aunque las fuentes eran fidedignas, no existe confirmación oficial de dónde está el rey Juan Carlos en estos momentos. Fuentes oficiales portuguesas negaron ayer a la agencia Efe su presencia en Portugal, pero no que hubiera estado el pasado fin de semana. En la República Dominicana, los medios locales publicaron que no había constancia en los controles de Migración de la entrada en el país de Juan Carlos de Borbón, quien, por otra parte, si aterrizó en la isla lo hizo en un aeropuerto privado.
La única certeza es que quienes sostienen que el rey Juan Carlos viajó de España a Portugal y desde allí cruzó el Atlántico ofrecen demasiada concreción y muestran un gran interés en que se sepa que el anterior rey había elegido, quien sabe si como destino o únicamente como escala, la República Dominicana, Tantos datos avalan también la sospecha de que, a la inversa que Hansel y Gretel, las pistas que se han ido dejando, incluso por el propio rey Juan Carlos, no son para llegar a la casa, sino para enviar a los rastreadores en otra dirección.
Tanto la Zarzuela como el propio presidente del Gobierno afirman desconocer dónde está el rey emérito, y al protagonista solo le interesa que se sepa que se ha ido, pero con billete de vuelta.

Por MARIÁNGEL ALCÁZAR/La Vanguardia

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