VÍCTOR LUSTIG, ESTAFÓ A AL CAPONE, VENDIÓ DOS VECES LA TORRE EIFFEL E INUNDÓ ESTADOS UNIDOS CON 134 MILLONES DE DÓLARES FALSOS

LA HABANA, Cuba (8 Febrero 2021).- Una noticia publicada en un periódico parisino que contenía un trivial comentario de un funcionario de la alcaldía de París, relacionado con el alto costo del mantenimiento de la emblemática torre Eiffel, quien a su juicio resultaría más económico “tirarla abajo”, llamó la atención de Victor Lustig, para organizar en Francia una de las estafas más sonadas del pasado siglo.

Victor era un selecto estafador quien se hacía llamar conde, dominaba cinco idiomas y de acuerdo con la ficha del FBI, había nacido el 4 de octubre de 1890 en Hostinné, antiguo Imperio austrohúngaro, en la actualidad República Checa.

Eso aparecía en los registros del estafador. Pero cuando Jeff Maysh, autor del libro "Handsome Devil" (El diablo guapo"), sobre la historia de Victor, hurgaba en los archivos, descubrió que nada existía sobre esta persona en Hostinné. Simplemente no existía.

Fue una investigación a fondo, en los archivos de la famosa prisión de Alcatraz, California, en las memorias de su hija, y en los artículos publicados sobre el famoso personaje.

Poseía una vasta cultura y desarrolló extraordinarias habilidades en el juego del bridge, el póker y el billar, de la mano de Nicky Armstein, uno de los más famosos estafadores profesionales del pasado siglo.

La pareja viajaba en lujosos cruceros esquilmando en las verdes mesas de juego a ricos comerciantes, y a nobles que eran presas fáciles de sus habilidades como timadores.

Victor era capaz de aparentar y representar perfectamente numerosas personalidades para ganarse la confianza de sus víctimas. Llegó a tener cerca de 25 identidades diferentes.


En mayo de 1925 el famoso farsante se encontraba en la ciudad de París en compañía de su colega y amigo, Daper Dan Colllins.  Un estafador de su categoría que se respetase como Victor, no podía hospedarse en cualquier hotel. Siempre lo hacía en el antiguo y lujoso Hotel Crillón, situado en el lado norte de la Plaza de la Concordia, a la caza de los opulentos incautos.

Allí conoció la noticia relacionada con el alto costo del mantenimiento de la Torre Eiffel, así como del comentario de un funcionario de la alcaldía, de que resultaba más barato tirarla abajo.

Victor lo comentó con su socio de fechorías y le dijo que la vendería como chatarra; miles de toneladas de metal serían vendidas al mejor postor.  Su compinche quedó estupefacto por la gran estafa que tramaba así como por el monto monetario que les proporcionaría, y los riesgos que implicaba su ejecución.

Ni corto ni perezoso, Victor comenzó a preparar su audaz timo. Con la ayuda de Collins, contrató a los mejores falsificadores franceses quienes les proporcionaron papeles oficiales timbrados del Ministére de Postes et Telégraphes, sellos y sobres también timbrados.

Para un profesional como Victor no resultó difícil hacerse con un listado con los nombres de los chatarreros más importantes de París. Su natural intuición y su posterior investigación lo llevaron a elegir solo a cinco de ellos, quienes recibieron una carta de invitación oficial para otorgarles un contrato con el Gobierno. Firmó la misiva simplemente a título de Subdirector General de ese ministerio.

Parte de su engaño consistía en que vieran y oyeran lo que no era. Es decir, el falso escenario montado en el lujoso hotel, y las mentiras que les contaría. Lo demás corría a cargo de él: dirigir hábilmente la reunión.

Repartiendo sonrisas y elegantemente vestido, Victor se las ingenió para contar con una sala especial del hotel donde recibió y atendió espléndidamente a sus invitados con su secretario Collins.

Se presentó como un funcionario del Gobierno: subdirector general del Ministére de Postes et Telégraphes. Inició la reunión y les dio a conocer brevemente por qué los había convocado y cuál era la naturaleza del contrato: "Debido a fallas de ingeniería, reparaciones costosas y problemas políticos que no puedo discutir, la destrucción de la Torre Eiffel es obligatoria", les dijo. Y añadió: “ El comprador debe tirarla abajo y disponer de las 7 000 toneladas de chatarra”. El contrato sería para el que hiciese la mejor oferta.




Para asegurarse de que no revelarían la información que daría al traste con la estafa, les dijo que debían mantenerla en secreto. Miró a un lado y a otro del salón, y les comentó bajando el tono de su voz, casi susurrando, que se temía que el pueblo protestara por la pérdida de la torre, que era un símbolo de Francia. Por ese motivo, de momento nadie podía conocer esa información.

Seguidamente, sin darle mucha importancia a lo que acababan de decirles, los chatarreros hicieron sus ofertas. A los cuatro días, Victor eligió al que consideraba más vulnerable, y no al que hizo la mayor oferta. Y ese hombre era André Poisson.

A estas alturas ya Victor conocía con lujo de detalles, lo más importante del estado financiero de su futura víctima, así como de su vida privada. El ambicioso empresario prácticamente estaba en bancarrota y, además, mantenía una costosa relación sentimental con una joven corista de 20 años llamada Lorelee, por lo que el negocio de la torre le vendría muy bien para sacar a flote su negocio y mantener su relación con la corista.

El audaz estafador le informó a monsieurPoisson que reunía todas las posibilidades para ganar la licitación. Y como el que no quiere las cosas, le dejó caer las dificultades que tenían que afrontar en la vida los funcionarios que debían decidir importantes negocios, y que muchas veces no eran bien remunerados económicamente por el Estado.

Poissoncomprendió que se traba de un soborno, algo frecuente en ese tipo de negocios. Horas más tarde personalmente el empresario le entregó a Víctor una elevada suma de dinero cuyo monto jamás se conoció.

Cuando Monsieur Poisson descubrió que había sido estafado como un idiota, avergonzado decidió no hacer ninguna denuncia. El conde por supuesto, raudo y veloz como el viento abandonóParis y se refugió en Viena, Austria con su abultado botín.

Luego de cuatro meses y al no existir ninguna denuncia en su contra regresó a Paris. Y a nadie se le ocurriría lo que hizo Victor otra vez. Citar a otro grupo de chatarreros y repetir la genial estafa. Volvió a vender por segunda vez la Torre Eiffel.

Recibió una importante suma de dinero, pero esta vez sí descubrieron el sensacional timo y fue denunciado a las autoridades. El conde apenas tuvo tiempo de escapar rumbo a Estados Unidos.



En territorio estadounidense continuó desarrollando su ingenio y ampliando sus habilidades como un experto estafador de lujo. Con el timo de “la caja de dinero rumana”, que consistía en hacer creerles a sus víctimas que insertando un billete en una cajita, imprimía y reproducía otro, incluso con nuevos números de serie que él previamente había alterado con clara de huevo. Más de $200,000 dólares se embolsó con este truco al vender la caja a los incautos.

Otra de sus jugadas más audaces en su larga carrera como estafador la realizó en Chicago, en 1926. Esta vez la víctima fue el famoso y peligroso gánster Al Capone.

Nada podía moverse en los casinos y salas de juego de la populosa ciudad de Chicago sin que Al Capone lo supiese, por eso le llegó la información a su “consigliere” de que un conde que tenía una cicatriz en la mejilla izquierda y de modales distinguidos, además de ser un diestro jugador era un exitoso inversionista.

El consigliere habló y convenció a Capone para que recibiera al conde y así pudiera conocer personalmente las proposiciones de los negocios que podían realizarse con el ilustre individuo.

En una habitación del Hotel Lexington se realizó el encuentro. Victor hizo gala de sus modales y su noble acento europeo a tal punto, que Al Capone se sintió confiado y más con la propuesta que le presentó, de duplicar la inversión en sólo 60 días en la bolsa de valores, por lo que le entregó $50,000 dólares en efectivo sin chistar.



El conde se presentó en el banco donde mantenía una caja de seguridad y colocó dentro de ella íntegramente el dinero que le había entregado Capone para la supuesta inversión. Ya tenía su plan, ahora sólo esperar a que pasara el tiempo.



Y el tiempo pasó, casi dos meses, cuando los dos hombres se volvieron a encontrar en el mismo lugar que la vez anterior, en el Hotel Lexington.Victor comenzó a lamentarse porque las operaciones bursátiles que había realizado no fueron las mejores y en sentido general habían fracasado sus planes financieros. En una palabra, lo había perdido todo, tanto el dinero de Capone como el de él.

Mientras el conde hablaba Al Capone comenzó a encolerizarse, maldecía, las venas de su grueso cuello se dilataban, estaba a punto de estallar cuando Victor lo interrumpió y le dijo:

“Mister Capone, usted ha tenido confianza en mí y yo lo defraudé. No soy un miserable y le voy a devolver su dinero. Si uno de sus hombres me acompaña al banco, retiraré el dinero de mi caja de seguridad para usted”.

Y así ocurrió. Cuando el conde regresó del banco le entregó a Capone sus $50,000 dólares. Pero antes de marcharse el osado estafador continuó lamentándose de que había quedado arruinado y que todo lo había perdido.

Y sucedió lo que Victor esperaba. Al Capone tomó $5,000 dólares de su dinero y se los entregó como una “ayuda” por sus pérdidas. En eso consistía la estafa, porque él no estaba interesado en todo el dinero. Sabía que Capone le daría algo al hacerse la víctima.

Su trabajo como falsificador de billetes fue calificado por el FBI como “uno de los más talentosos falsificadores de la historia”. Inundó Estados Unidos con 134 millones de dólares falsos de la categoría "super-falsos". Definición de super-falsificaciones.

Por eso se convirtió en uno de los delincuentes más buscados en todos los Estados, hasta que fue capturado en Nueva Yorky enviado para el Centro Federal de Detención, en Manhattan, de donde se fugó el 1 de septiembre de 1935.


El día 28 del propio mes de septiembre fue detectada su presencia en la ciudad de Pittsburgh, y luego de una aparatosa persecución de autos el FBI logró detenerlo.

Fue condenado a 20 años de prisión y como era muy escurridizo las autoridades lo enviaron para la isla prisión de alta seguridad de Alcatraz, a donde llegó el 27 de abril de 1936 bajo el nombre de Robert V. Miller. Allí falleció por complicaciones de neumonía el 11 de marzo de 1947.

Por su parte Al Capone desde el año 1934 se encontraba alojado en una de las celdas de esa isla prisión y por supuesto que Victor y Capone se encontraron y conversaron sin resentimientos:

“Debiste haber sido mi abogado —le soltó Capone.

“No, en realidad, debí haber sido tu contador —respondió el conde”.



Por DELFÍN XIQUÉS CUTIÑO/Granma

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