LOS MIGUELES

LA HABANA (8 Mayo 2021).- Un Miguel lleva a otro para desandar y gozar a plenitud el Día del Son. Del santiaguero Matamoros en las últimas horas resuena su obra en la exigente antología Juramento, álbum doble del septeto Ecos del Tivolí, surgido en 1992 en la urbe oriental comprometido con la promoción del legado del autor de Son de la loma.


Antología matamorina que incluye 30 piezas, el fonograma producido por Bis Music, grabado en los estudios Siboney y Eusebio Delfín bajo el cuidado de José Manuel García, se internacionaliza con las voces de los boricuas Choco Orta (en alianza con el cuatrista Edwin Colón y los intrépidos toques y la corneta china de la Conga de los Hoyos), Andy Montañez y Gilberto Santa Rosa, quien lidereó la campaña de lanzamiento con su interpretación de El que siembra su maíz, a la vez que se prolonga en actuales exponentes del movimiento sonero y de la canción cubana como Zulema Iglesias, Mayito Rivera, El Indio Llorente, Haydée Milanés y María Victoria. Aunque, por sí misma, vale y brilla la tropa de Ecos del Tivolí, encabezados por su director Jorge Félix Cambet y el canto de Iván Batista, José Antonio Rosabal y las segundas de Angel Shombert.


Al escuchar esta entrega se explica por qué Matamoros surgió en Santiago y la fidelidad de los habitantes de esa ciudad al complejo musical que identifica a la nación. 


Con su genio por delante y la fortuna de saberse introducir tempranamente en la naciente industria fonográfica, don Miguel, en el primer cuarto del siglo pasado, condensó las esencias de una expresión que se había venido fraguando mediante síntesis sucesivas en los campos orientales, y penetró en el tejido popular de las ciudades de esa región antes de alcanzar categoría nacional. 


Él, como tantos otros, no obstaculizaban el tránsito del son a la trova y viceversa, por lo que viene bien calzar a su fabulosa producción el término troverosonero, rigurosamente conceptualizado por el musicólogo Danilo Orozco.



Matamoros es el compositor, pero también el intérprete, el líder del trío que se armó en su casa durante la fiesta de cumpleaños el 8 de mayo de 1925, cuando Rafael Cueto le presentó a Siro Rodríguez; y del conjunto que llevó a México al inmenso Benny Moré.



Que el Día del Son –¿hará falta entre nosotros sobreañadir cubano?– enlace las fechas de nacimiento del santiaguero con otro Miguel, pinareño, debe verse como una doble epifanía: el alcance verdaderamente nacional, vivo y en constante renovación del complejo musical y su capacidad inspiradora para penetrar e imbricarse con otras músicas del mundo, comenzando por las de los ámbitos más cercanos.



Miguelito Cuní marcó un sello interpretativo en el son, y habrá que contarlo, asimismo, como un ejemplar trovero-sonero.



Ahí están sus dúos con Pablo Milanés en Convergencia y los temas de Marta Valdés. Como nos recuerda Elpidio Gómez, director del Centro Argeliers León, de Pinar del Río, Vueltabajo es tierra de soneros: el Niño Rivera, Aldo del Río, Virgilio González, Rafael López, Goyo Ríos, Carlos Quiñones.



Miguel Arcángel Conill, Miguelito Cuní, fue y es punto y aparte. Creció prestándole atención al sabor del Sexteto Habanero, modeló su canto en las agrupaciones pinareñas de Fernando Sánchez y Jacobo Rubalcaba, y en 1938 dio el salto a La Habana  con la banda de Ernesto Muñoz. 



Hasta emprender la ruta consagratoria mediante tres estaciones decisivas. Arsenio Rodríguez y Félix Chapottin. Encajó en el estilo de estos conjuntos a tal punto que cuando uno los oye sabe que por ahí no puede haber otro que no sea Miguelito. 



A tal punto que, en la irradiación de la expresión sonera y la semilla plantada en la génesis de la salsa, Miguelito ha sido y es espejo en el que otros cantantes se miran. 



Vale para él la ofrenda que le dedicó Juan Almeida al despedirlo: «Este son / no se ha escrito para el baile / es un póstumo homenaje / al que tanto son cantó / lleno de gracia sonera / Miguel Cuní se llamó».




Por PEDRO DE LA HOZ

No hay comentarios.: