EL PAPA FRANCISCO: EL CONCILIO, LUZ PARA LLEVAR AL MUNDO LA FRATERNIDAD
CIUDAD DEL VATICANO (28 Septiembre 2021).- El corazón del Evangelio es el anuncio del Reino de Dios, que es Jesús en persona, el Emmanuel y Dios con nosotros. En efecto, en Él, Dios realiza definitivamente su proyecto de amor para la humanidad, estableciendo Su señorío sobre las criaturas e introduciendo en la historia humana la semilla de la vida divina, que la transforma desde dentro.
Ciertamente, el Reino de Dios no debe identificarse o
confundirse con alguna conquista terrenal y política, pero tampoco debe
imaginarse como una realidad puramente interior, personal y espiritual, o como
una promesa que sólo concierne al más allá. En realidad, la fe cristiana vive
de esta fascinante y convincente "paradoja", palabra muy querida por
el teólogo jesuita Henri de Lubac: es lo que Jesús, unido para siempre a
nuestra carne, realiza ya aquí y ahora, abriéndonos a la relación con Dios
Padre y obrando una liberación continua en la vida y en la historia que
vivimos, porque en Él se ha acercado ya el Reino de Dios (cf. Mc 1,12-15); al
mismo tiempo, mientras estamos en esta carne, el Reino sigue siendo una
promesa, un anhelo profundo que llevamos dentro, un grito que se eleva desde la
creación todavía marcada por el mal, que gime y sufre hasta el día de su plena
liberación (cf. Rm 8,19-24).
El Reino anunciado por Jesús, por tanto, es una
realidad viva y dinámica, que nos invita a la conversión y pide a nuestra fe
que salga del estatismo de una religiosidad individual o reducida al legalismo,
para ser, en cambio, una búsqueda inquieta y continua del Señor y de su Palabra,
que cada día nos llama a colaborar en la obra de Dios en las distintas
situaciones de la vida y de la sociedad. De diferentes maneras, a menudo
silenciosas y anónimas, a menudo incluso dentro de la historia de nuestros
fracasos y heridas, el Reino de Dios está teniendo lugar en nuestros corazones
y en la historia que nos rodea; como una pequeña semilla escondida en la tierra
(cf. Como una pequeña semilla escondida en la tierra (cf. Mt 13,31-32), como un
poco de levadura que fermenta la masa (Mt 13,24-30), Jesús introduce en nuestra
historia los signos de la vida nueva que vino a inaugurar y nos pide que
colaboremos con Él en esta obra de salvación: cada uno de nosotros puede
contribuir a realizar la obra del Reino de Dios en el mundo, abriendo espacios
de salvación y liberación, sembrando esperanza, desafiando las lógicas
mortíferas del egoísmo con la fraternidad evangélica, comprometiéndonos con la
ternura y la solidaridad a favor del prójimo, especialmente de los más pobres.
Nunca se debe neutralizar esta dimensión social de la fe cristiana. Como
recordé también en la Evangelii Gaudium, el kerigma de la fe cristiana tiene en
sí mismo un contenido social, que invita a construir una sociedad en que
triunfe la lógica de las Bienaventuranzas y un mundo solidario y fraterno.
El Dios amor, que en Jesús nos invita a vivir el
mandamiento del amor fraterno, sana nuestras relaciones interpersonales y
sociales por medio del amor y nos llama a ser artífices de la paz y
constructores de fraternidad entre nosotros: "La propuesta es el Reino de
Dios (Lc 4,43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo.
En la medida en que Él consiga reinar entre nosotros,
la vida social será un espacio de fraternidad, justicia, paz y dignidad para
todos. Por eso, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a
provocar consecuencias sociales" (Evangelii Gaudium, 180). En este
sentido, el cuidado de nuestra Madre Tierra y el compromiso de construir una
sociedad solidaria en la que seamos "todos hermanos" no sólo no son
ajenos a nuestra fe, sino que son una realización concreta de la misma.
Este es el fundamento de la Doctrina Social de la
Iglesia. No se trata de un simple aspecto social de la fe cristiana, sino de
una realidad que tiene un fundamento teológico: el amor de Dios por la
humanidad y Su diseño de amor y fraternidad que realiza en la historia a través
de Jesucristo Su Hijo, al que los creyentes están íntimamente unidos por el
Espíritu.
Por ello, estoy agradecido a Card. Michael Czerny y
Don Christian Barone, hermanos en la fe, por esta contribución que ofrecen
sobre la fraternidad y por estas páginas que, al tiempo que pretenden ser una
introducción a la Encíclica Fratelli tutti, buscan sacar a la luz y explicitar
el profundo vínculo entre el actual Magisterio social y las afirmaciones del
Concilio Vaticano II.
A veces este vínculo no surge a primera vista y trato
de explicar por qué. En la historia de América Latina en la que he estado
inmerso, primero como joven estudiante jesuita y luego en el ejercicio del
ministerio, respiramos un clima eclesial que con entusiasmo ha absorbido y
hecho propias las intuiciones teológicas, eclesiales y espirituales del
Concilio y las ha inculturado y aplicado. Para nosotros, los más jóvenes, el
Concilio se convirtió en el horizonte de nuestro credo, de nuestros lenguajes y
de nuestra praxis, es decir, pronto se convirtió en nuestro ecosistema eclesial
y pastoral, pero no teníamos la costumbre de citar con frecuencia los decretos
conciliares ni de detenernos en reflexiones especulativas. Sencillamente, el
Concilio había entrado en nuestra manera de ser cristianos y de ser Iglesia, y,
en el transcurso de la vida, mis intuiciones, percepciones y espiritualidad se
generaron sencillamente por las sugerencias de la doctrina del Vaticano II. No
había tanta necesidad de citar los textos del Concilio.
Hoy, probablemente, habiendo pasado varias décadas y
encontrándonos en un mundo -también eclesial- profundamente cambiado, es
necesario hacer más explícitos los conceptos clave del Concilio Vaticano II,
los fundamentos de sus argumentos, su horizonte teológico y pastoral, los
argumentos y el método que utilizó.
El Cardenal Michael y Don Christian, en la primera
parte de este precioso libro, nos ayudan mucho en esto. Ellos leen e interpretan
el Magisterio social que trato de llevar adelante, sacando a la luz algo que
está un poco sumergido entre líneas, es decir, la enseñanza del Concilio como
base fundamental, punto de partida, lugar generador de preguntas e ideas y que,
por ello, orienta también la invitación que dirijo a la Iglesia y al mundo
entero hoy sobre la fraternidad. Porque la fraternidad, que es uno de los
signos de los tiempos que el Vaticano II saca a la luz, es lo que necesita
nuestro mundo y nuestra Casa común, en la que estamos llamados a vivir como
hermanos y hermanas.
En este horizonte, además, el libro que voy a
presentar tiene la ventaja de releer en el presente la intuición conciliar de
una Iglesia abierta, en diálogo con el mundo. A los interrogantes y desafíos
del mundo moderno, el Vaticano II quiso responder con el aliento de la Gaudium
et Spes; pero hoy, continuando el camino trazado por los Padres conciliares,
nos damos cuenta de que es necesaria no sólo una Iglesia en el mundo moderno y
en diálogo con él, sino sobre todo una Iglesia que se ponga al servicio de los
hombres, cuidando la creación y proclamando y realizando una nueva fraternidad
universal, en la que las relaciones humanas se curen del egoísmo y la violencia
y estén fundadas en el amor recíproco, la acogida y la solidaridad.
Si esto es lo que nos pide la historia de hoy,
especialmente en una sociedad fuertemente marcada por los desequilibrios, las
heridas y las injusticias, nos damos cuenta de que esto también está en el
espíritu del Concilio, que nos invitó a leer y escuchar las señales que nos
llegan de la historia de la humanidad.
El libro del Card. Michael y de Don Christian tiene
también este mérito: nos ofrece una reflexión sobre la metodología utilizada
por la teología postconciliar y por el mismo Magisterio social, mostrando cómo
está íntimamente relacionada con la metodología utilizada por el Concilio, es
decir, un método histórico-teológico-pastoral, en el que la historia es el
lugar de la revelación de Dios, la teología desarrolla las orientaciones a
través de la reflexión y la pastoral las encarna en la praxis eclesial y
social.
En este sentido, el Magisterio del Santo Padre
necesita siempre escuchar la historia y necesita la contribución de la
teología.
Por último, me gustaría dar las gracias al Card.
Czerny también por involucrar a un joven teólogo, Don Barone, en este trabajo.
Esta unión es fructífera: un cardenal, llamado al servicio de la Santa Sede y a
ser guía pastoral, y un teólogo fundamental. Es un ejemplo de cómo se pueden
combinar el estudio, la reflexión y la experiencia eclesial, y esto también nos
indica un método: una voz oficial y una voz joven, juntas. Así debemos caminar
siempre: el Magisterio, la teología, la práctica pastoral, el liderazgo.
Siempre juntos. La fraternidad será más creíble si empezamos también en la
Iglesia a sentirnos "todos hermanos" y a vivir nuestros respectivos
ministerios como un servicio al Evangelio y a la construcción del Reino de Dios
y al cuidado de la Casa Común.
San Pedro, Roma, 3 de octubre de 2021 primer
aniversario de los Fratelli tutti.
(Traducción no oficial, Vatican News)
El 30 de septiembre, transmitido en directo por
Vatican News desde la Sala Barberini de la Biblioteca Apostólica, se presentará
el volumen “Fraternità Segno dei Tempi. Il magistero sociale di Papa Francesco”
( Fraternidad, signo de los tiempos. El Magisterio Social del Papa Francisco)
del cardenal Michael Czerny y Don Christian Barone, con un prefacio del Papa
Francisco.
Intervienen: Sor Alessandra Smerilli, Secretaria
interina del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral; el Dr.
Aboubakar Soumahoro, Presidente de la Lega Braccianti y portavoz de Invisibili
in Movimento; Don Armando Matteo, Subsecretario Adjunto de la Congregación para
la Doctrina de la Fe. Moderará el Dr. Gerard O'Connell, corresponsal del
Vaticano para "America".
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