"DEJEMOS DE INQUIETAR POR EL GRITO SUFRIENTE DEL MUNDO"; EL LLAMADO DEL PAPA FRANCISCO A LOS JESUISTAS
CIUDAD DEL VATICANO (12 Marzo 2022).- La celebración Eucarística que forma parte de la celebración del Año Ignaciano – que inició el 20 de mayo de 2021 y durará hasta el 31 de julio de 2022 – con que la Compañía de Jesús conmemora el 500° aniversario de la conversión de San Ignacio di Loyola, estuvo centrado en el Evangelio de la transfiguración el cual nos presenta, dijo el Santo Padre, cuatro acciones de Jesús en las que encontramos indicaciones para nuestro camino.
El
primer verbo es tomar consigo
El Papa Francisco comentando la primera acción de
Jesús señaló que, es Él quien tomó a los discípulos, y es Él quien nos ha
tomado junto a sí. Nos ha amado, nos ha elegido y nos ha llamado. “En el origen
está el misterio de una gracia, de una elección. Ante todo, no hemos sido
nosotros quienes tomamos una decisión, sino que fue Él quien nos llamó, sin
ningún mérito de nuestra parte. Antes de ser aquellos que han hecho de su vida
una ofrenda, somos quienes han recibido un regalo gratuito”. El Pontífice dijo
que, nuestro camino tiene que empezar cada día desde aquí, desde la gracia
original. La gracia que nos conduce a su monte santo, donde ya desde ahora nos
ve para siempre con Él, transfigurados por su amor. Ahí es donde nos lleva la
gracia.
“Cuando experimentemos amargura y decepción, cuando
nos sintamos menospreciados o incomprendidos, no caigamos en quejas y
nostalgias. Son tentaciones que paralizan el camino, senderos que no llevan a
ninguna parte. En cambio, a partir de la gracia, tomemos nuestra vida en
nuestras manos. Y acojamos el regalo de vivir cada día como un tramo de camino
hacia la meta”
Tomó
consigo a Pedro, Santiago y Juan
El Santo Padre también dijo que, el Señor toma a los
discípulos juntos, los toma como comunidad. Nuestra llamada está arraigada en
la comunión. “Para empezar cada día, además del misterio de nuestra elección –
precisó el Papa – necesitamos revivir la gracia de haber sido acogidos en la
Iglesia, nuestra santa Madre jerárquica, y por la Iglesia, nuestra esposa.
Pertenecemos a Jesús, y le pertenecemos como Compañía”. No nos cansemos de
pedir la fuerza para construir y conservar la comunión, para ser fermento de
fraternidad para la Iglesia y para el mundo. No somos solistas que buscan ser
escuchados, sino hermanos que forman un coro. Sintamos con la Iglesia,
rechacemos la tentación de buscar éxitos personales y formar facciones. No nos
dejemos arrastrar por el clericalismo que nos vuelve rígidos ni por las
ideologías que dividen.
“Los santos que hoy recordamos han sido columnas de
comunión. Nos recuerdan que, en el cielo, a pesar de nuestras diferencias de
carácter y de perspectiva, estamos llamados a estar juntos. Y si vamos a estar
unidos para siempre allá arriba, ¿por qué no empezar desde ahora aquí abajo?
Acojamos la belleza de haber sido tomados juntos por Jesús”
El
segundo verbo: subir. Jesús «subió a la montaña»
El segundo verbo o acción de Jesús que comentó el Papa
Francisco fuel el de subir a la montaña. Por ello, el camino de Jesús no es
cuesta abajo, sino que es un ascenso. La luz de la transfiguración no llega en
la planicie, sino después de un camino difícil. Por tanto, para seguir a Jesús
hay que dejar las planicies de la mediocridad y las bajadas de la comodidad;
hay que dejar los propios hábitos tranquilizadores para efectuar un movimiento
de éxodo. De hecho, en lo alto de la montaña, Jesús hablaba con Moisés y Elías
precisamente de su «partida […], que iba a cumplirse en Jerusalén». Moisés y
Elías habían subido al monte Sinaí u Horeb, después de dos éxodos en el
desierto; ahora hablan con Jesús del éxodo definitivo, el de su pascua.
Hermanos, sólo la subida de la cruz conduce a la meta de la gloria. Este es el
camino: de la cruz a la gloria. La tentación mundana es buscar la gloria sin
pasar por la cruz.
“A nosotros nos gustarían caminos conocidos, rectos y
llanos, pero para encontrar la luz de Jesús es necesario que salgamos
continuamente de nosotros mismos y vayamos detrás de Él. Como hemos oído, el
Señor, que desde el principio «llevó afuera» a Abraham (Gn 15,5), nos invita
también a nosotros a salir y a subir”
Llamados
a salir para ir al confín entre la tierra y el cielo
Para nosotros, los jesuitas, precisó el Santo Padre,
la salida y la subida siguen un camino específico, que la montaña simboliza
bien. En la Escritura, la cima de las montañas representa el borde, el límite,
la frontera entre la tierra y el cielo. Y estamos llamados a salir para ir
precisamente allí, al confín entre la tierra y el cielo, donde el hombre se
“enfrenta” a Dios con dificultad; a compartir su búsqueda incómoda y su duda
religiosa. Es allí donde debemos estar, y para ello debemos salir y subir.
Mientras el enemigo de la naturaleza humana quiere convencernos de que volvamos
siempre sobre los mismos pasos, los de la repetición estéril, los de la
comodidad, los de lo ya visto, el Espíritu sugiere aperturas, da paz, pero sin
dejarnos nunca tranquilos, envía a los discípulos hasta los últimos rincones
del mundo. Pensemos en Francisco Javier.
Hermanos, para los que siguen a Jesús no es tiempo de
dormir, de dejarse narcotizar el alma, de dejarse anestesiar por el clima
consumista e individualista de hoy, según el cual la vida es buena si es buena
para mí; en el que se habla y se teoriza, mientras se pierde de vista la carne
de nuestros hermanos, la realidad concreta del Evangelio.
“Uno de los dramas de nuestro tiempo es cerrar los
ojos a la realidad y darle la espalda. Que santa Teresa nos ayude a salir de
nosotros mismos y a subir a la montaña con Jesús, para darnos cuenta de que Él
se revela también a través de las heridas de nuestros hermanos, de las
dificultades de la humanidad, de los signos de los tiempos”
El
tercer verbo, orar: La transfiguración nace de la oración
El Papa Francisco dijo que, la transfiguración nace de
la oración. Preguntémonos, tal vez después de muchos años de ministerio, qué
significa hoy para nosotros orar. Quizá la fuerza de la costumbre y una cierta
ritualidad nos han hecho creer que la oración no transforme al hombre y a la
historia. En cambio, orar es transformar la realidad. Es una misión activa, una
intercesión continua. No es un alejamiento del mundo, sino un cambio del mundo.
Orar es llevar la pulsación de la actualidad a Dios para que su mirada se abra
de par en par sobre la historia.
Nos hará bien preguntarnos si la oración nos sumerge
en esta transformación; si arroja una nueva luz sobre las personas y
transfigura las situaciones. Porque si la oración está viva “trastoca por
dentro”, reaviva el fuego de la misión, enciende la alegría, provoca
continuamente que nos dejemos inquietar por el grito sufriente del mundo.
Preguntémonos cómo estamos rezando por la guerra actual.
“Pensemos en la oración de san Felipe Neri, que le
ensanchaba el corazón y le hacía abrir las puertas a los niños de la calle. O
en la de san Isidro, que rezaba en los campos y llevaba el trabajo agrícola a
la oración”
El
cuarto verbo: «Jesús estaba solo»
Finalmente, comentando la cuarta acción de Jesús en el
Evangelio, el Santo Padre dijo que, es necesario “tomar cada día las riendas de
nuestra llamada personal y de nuestra historia comunitaria; subir hacia los
confines indicados por Dios, saliendo de nosotros mismos; orar para transformar
el mundo en el que estamos inmersos”. A menudo tenemos la tentación, en la
Iglesia y en el mundo, en la espiritualidad como en la sociedad, de convertir
en primarias tantas necesidades secundarias. En otras palabras, corremos el
riesgo de concentrarnos en costumbres, hábitos y tradiciones que fijan nuestro
corazón en lo pasajero y nos hacen olvidar lo que permanece. Qué importante es
trabajar sobre el corazón, para que pueda distinguir lo que es según Dios, y
permanece, de lo que es según el mundo, y pasa.
Por RENATO MARTÍNEZ/Vatican News
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