EL PAPA FRANCISCO: CIVILIZACIÓN ES LA QUE RESPETA EL ESPÍRITU DE LOS ANCIANOS
CIUDAD DEL VATICANO (30 Marzo 2022).- En la audiencia general, Francisco habló de Simeón y Ana, figuras bíblicas que son ejemplo de una vejez "capaz de reconocer los signos de Dios", y advirtió contra la anestesia de los sentidos espirituales que impide distinguir entre el bien y el mal: en el mito de la eterna juventud, hoy muy extendido, "se esfuerza por crecer una cultura de la ternura".
Simeón y Ana: dos ancianos que han hecho de la espera
de Dios la razón de su vida. A ellos, que en el templo de Jerusalén esperaban
ver "al Cristo del Señor", dedicó Francisco su quinta catequesis
sobre la vejez. De estos "ancianos llenos de vitalidad espiritual",
afirma el Papa, aprendemos que "la fidelidad de la espera agudiza los
sentidos", pero que es el Espíritu Santo quien los ilumina. Y si "la
vejez debilita, de un modo u otro, la sensibilidad del cuerpo", una vejez
que se ha ejercitado en la espera de Dios será más sensible para acogerlo
cuando pase.
Recordemos que la actitud del cristiano es estar
atento a las visitas del Señor, porque el Señor pasa por nuestra vida con
inspiraciones, con la invitación a ser mejores. Y San Agustín decía:
"Tengo miedo de Dios cuando pasa" - "Pero ¿cómo es eso, tienes
miedo?" - "Sí, tengo miedo de no darme cuenta y dejarlo pasar".
Es el Espíritu Santo quien prepara nuestros sentidos para entender cuando el
Señor nos hace una visita, como hizo con Simeón y Ana.
Hace
falta una vejez capaz de reconocer los signos de Dios
Hoy, subraya Francisco, necesitamos más que nunca
"una vejez dotada de sentidos espirituales vivos y capaces de reconocer
los signos de Dios, más aún, el Signo de Dios, que es Jesús". Pero,
lamentablemente, en la sociedad actual "que cultiva la ilusión de la
eterna juventud", observa el Pontífice, la "anestesia de los sentidos
espirituales", debida a la excitación y al aturdimiento de los sentidos
del cuerpo, es un síndrome muy extendido", aunque "mayoritariamente
inconsciente". Uno no se da cuenta, explica el Papa, de que está
anestesiado, de modo que los sentidos interiores, los sentidos del Espíritu, no
distinguen la presencia de Dios o la presencia del mal.
La insensibilidad no te hace comprender la compasión,
no te hace comprender la piedad, no te hace sentir vergüenza o remordimiento
por haber hecho una cosa mala... Es así. Los sentidos espirituales anestesiados
lo confunden todo y uno no siente, espiritualmente, tales cosas. Y la vejez se
convierte, por así decirlo, en la primera pérdida, en la primera víctima de
esta pérdida de sensibilidad.
En una sociedad que ejerce sobre todo la sensibilidad
para disfrutar, añade el Pontífice, se presta menos atención a los frágiles y
prevalece la competencia de los vencedores. Y así se pierde la sensibilidad, se
pierden los movimientos del Espíritu que nos hacen humanos.
Falta
el espíritu de la fraternidad humana
Francisco advierte que, si "la retórica de la
inclusión es la fórmula ritual de todo discurso políticamente correcto",
en realidad, "en las prácticas de la convivencia normal" sucede de
otra manera.
La cultura de la ternura social se esfuerza por
crecer. El espíritu de la fraternidad humana -que me pareció necesario relanzar
con fuerza- es como un vestido desechado, para ser admirado, sí, pero... en un
museo.
Testigos
para las generaciones futuras
Existe una brecha entre la ternura social "y el
conformismo que impone a la juventud contar su historia de manera completamente
diferente", señaló el Pontífice. Pero las figuras de Simeón y Ana y
"otras historias bíblicas de ancianos sensibles al Espíritu" nos
enseñan a ser testigos sencillos para las generaciones futuras. Simeón y Ana
reconocen en el Niño Jesús "la señal segura de la visita de Dios" y
aceptan no ser protagonistas, sino sólo testigos. Y en cambio, en aquellos que
quieren ser protagonistas, precisa Francisco, el camino hacia la plenitud de la
vejez nunca madurará y acabarán siendo superficiales.
Es la gran generación de los superficiales, que no se
permiten sentir las cosas con la sensibilidad del Espíritu. Pero, ¿por qué no
se lo permiten? En parte por pereza, y en parte porque ya no pueden: la han
perdido. Es feo cuando una civilización pierde la sensibilidad del Espíritu. En
cambio, es hermoso cuando encontramos ancianos como Simeón y Ana que conservan
esta sensibilidad del Espíritu y son capaces de comprender las diferentes
situaciones, como estos dos comprendieron esta situación que tenían delante que
era la manifestación del Mesías.
Simeón y Ana no lamentan, explica Francisco, que
"Dios no se encarne en su generación", sino en la que les seguirá.
Por el contrario, en ellos hay una gran emoción y consuelo "por poder ver
y anunciar que la historia de su generación no está perdida ni
desperdiciada". Y esto, continúa el Papa, es lo que sienten los ancianos
cuando sus nietos hablan con ellos. Un anciano abierto se despide de la vida,
entregándola a la nueva generación. Y esta es la despedida de Simeón y Ana.
Por TIZIANA
CAMPISI/Vatican News
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