HALLAN UNA SUSTANCIA ESCONDIDA EN VENENO DE UNA SERPIENTE BRASILEÑA LLEVÓ A DISEÑO DE EFICAZ MEDICAMENTO ANTIHIPERTENSIVO
Por el riesgo que entraña su veneno muchas veces las serpientes son vistas como animales terroríficos. A pesar de ello, esos reptiles han sido venerados por muchas civilizaciones a lo largo de la historia de la humanidad.
Posiblemente influyen en este último miramiento la
mudanza periódica de su piel, un fenómeno que puede significar el
rejuvenecimiento y con ello, la fecundidad, la fuerza, la virilidad, la
sabiduría, la prosperidad y la salud.
En uno de los relatos mitológicos más aludidos en la
Medicina, distinguida como la leyenda griega del dios Asclepios, se narra el
momento cuando este ser divino visitaba un paciente agónico. De repente
apareció una serpiente a la que mató con su bastón.
Acto seguido entró otra que llevaba en sus fauces unas
hierbas que colocó en la boca del ofidio sacrificado por Asclepios. El animal
muerto revivió y fue así como el hijo de Apolo halló la manera de resucitar y
sanar a su paciente.
Bajo esta sublime leyenda se ha erigido el símbolo del
báculo y la serpiente, asumido como emblema de la Medicina en muchas partes del
mundo.
Pero existe una historia real relacionada con estos
reptiles, con un impacto muy grande en el desarrollo de la Medicina y la
Farmacología contemporáneas.
La
Jararaca
En Brasil son relativamente usuales los reportes de
mordidas producidas por una especie venenosa de serpiente conocida como culebra
con punta de flecha, víbora brasileña del hoyo o jararaca (Bothrops jararaca).
El reptil, de color marrón oscuro y con una forma muy
excéntrica de su cabeza, se halla regularmente entre las hojas de los árboles
amazónicos, enclaustrado en espacios oscuros.
No es de extrañar que los trabajadores de las
plantaciones de plátano del sur de Brasil se toparan con este ofidio oculto
entre los racimos del banano. Se estima que este animal es responsable de más
de la mitad de los accidentes por mordedura de serpiente en el sur brasileño,
con una tasa de mortalidad que puede estar próximo al uno por ciento.
Una vez que una persona es mordida, el veneno produce
un vahído repentino por una acentuada hipotensión arterial. En la búsqueda de
respuestas al efecto del veneno, el farmacólogo Mauricio Oscar Rocha e Silva
—quien trabajaba para el Instituto de Biología del Estado de Sao Paulo—
descubrió en 1949 la bradicinina.
Esta sustancia es una hormona peptídica que causa
disminución de la presión arterial y se libera en la sangre por la acción del
veneno de la citada serpiente.
El
descubrimiento de Ferreira
En el año 1961 un joven médico llamado Sergio Henrique
Ferreira se graduaba en la Universidad de Sao Paulo. Y aunque le motivaba mucho
la Neurofisiología no se podía consagrar a esta ciencia al no existir
neurofisiólogos en el país.
Su vocación, sin embargo, cambió al iniciar una
investigación bajo la supervisión de Rocha e Silva. Llamaba mucho la atención
cómo la bradicinina sintética se mostraba menos activa que la forma natural;
cuando aparecía por la exposición al veneno de la serpiente jararaca.
En la búsqueda de respuestas a este enigma, Ferreira
prosiguió el trabajo de Rocha e Silva y detectó en el veneno una sustancia con
efecto potenciador sobre la bradicinina: contaba con 31 años de edad cuando
aisló el componente que era capaz de inhibir la enzima que degrada la
bradicinina.
Así expuso cómo el veneno de la serpiente era mucho
más potente y causaba la marcada hipotensión arterial.
Ferreira comunicó su hallazgo en un artículo
científico. Por cortesía incluyó el nombre de su profesor, Rocha e Silva, quien
pensaba que lo firmaría conjuntamente. Pero este último tachó su propio nombre
y argumentó al joven investigador: «Si entro, nadie va a creer que lo hiciste
tú».
A continuación, el equipo de Ferreira purificó el
nuevo péptido develado y en su estructura logró aislar otro más pequeño,
compuesto por cinco aminoácidos. Este era capaz de normalizar, en modelos
animales, la hipertensión arterial a través de la inhibición de la formación de
una sustancia conocida como angiotensina II.
En aquel momento nadie prestaba demasiada atención a
la angiotensina: se le atribuía a la adrenalina y otros mediadores un papel
determinante en el desarrollo de la hipertensión arterial.
Sin embargo, el descubrimiento de esta nueva sustancia
contenida en el veneno de la serpiente incitó a científicos de la empresa
farmacéutica estadounidense Bristol-Myers Squibb a sintetizar una pequeña
molécula disponible por vía oral: el captopril. Este fue el primer fármaco
relativo a una familia conocida como inhibidores de la enzima convertidora.
El suceso se contempló como un gran avance, debido al
mecanismo de acción del fármaco y a la forma en que se diseñó deliberadamente
su estructura al imitar la forma de una molécula natural. Estos lances nos
hacen evocar de nuevo la leyenda de Esculapio, donde el captopril pudo ser el
remedio que se halló en las fauces de una serpiente para tratar de manera efectiva
la hipertensión arterial y que contribuyó sobremanera a reducir el número de
pacientes que sucumbían por complicaciones asociadas a este mal.
Por JULIO CÉSAR
HERNÁNDEZ PERERA/Juventud Rebelde
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