ESTE MARTES CUMPLE 80 AÑOS, JUAN FORNELL EL LÍDER FALLECIDO DE LOS VAN VAN

El itinerario de Juan Formell es inagotable, un viaje de idas y vueltas, raíces y vuelos, desde el punto de partida hasta el infinito. Porque qué es la infinitud si no esa dimensión en la que se advierten, a medida que se avanza, nuevos horizontes…

Podemos sumergirnos, como lo hacemos ahora y siempre, mucho más este 2 de agosto en el cumpleaños 80 del extraordinario creador, en sus músicas, concebidas para bailar, gozar, mover el cuerpo y el espíritu, pero también para saber cómo cada estación de su paso por el mundo respondió a una razón de arte y vida, a una propuesta nacida de la mente y el corazón.

Lo que comenzó a suceder el 4 de diciembre de 1969, la primera presentación pública de Los Van Van, acontecida en La Rampa habanera, vino de mucho antes, de fecundos aprendizajes y la toma de conciencia de que era posible e imprescindible revolucionar la música popular bailable cubana.

Ningún género de esa vastísima zona de la cultura nacional, una de las que mejor nos identifica, cayó del cielo. Ni el danzón, ni el bolero, ni el son, ni el mambo, ni el chachachá, aunque asociados a nombres de ilustres músicos, se debieron a una súbita iluminación; eran formas que estaban en el ambiente, que solo requerían cristalizar en obras y conectar con el pueblo.

A finales de los años 60 de la pasada centuria, Juan sintió que había llegado el momento de dar el salto, no precisamente sobre el vacío. El compositor tenía mucho que decir y ya lo estaba diciendo, tanto desde el espacio de la orquesta Revé –el extended play de 1967 del sello Areíto, en el que la establecida Aragón alternó con dos piezas de Juan para el colectivo del maestro guantanamero, El martes y Qué bolá qué bolón, recibidas muy bien por el público–, como por la acogida que la gran Elena Burke les brindó a canciones donde fraguaba un estilo que sería inconfundible, dígase De mis recuerdos, Y ya lo sé, Lo material o Pero qué será de mí.

Llegó la hora de Los Van Van y acuñar un término, songo. En Cuba hemos sido muy dados a esos bautismos y la década de los 60 fue pródiga: pacá, pilón, simalé, afroshake y un nutrido etcétera que, en el fondo, se relacionaban con la necesidad de romper inercias y revalorizar la columna vertebral de la tradición sonera. El songo no fue más que una llamada de atención; lo que en realidad sucedió fue una auténtica revolución en la manera de entender el tránsito hacia la novedad sin traicionar un linaje. Asimilar lo asimilable del rock, introducir variaciones en el patrón rítmico –el tumbao de César Pedroso, el bajo de él mismo y la percusión de Blasito Egües y Changuito Quintana–, insuflar de aliento inédito el formato charanguero, en determinado momento sumar trombones, estar atento a lo que sus contemporáneos, dentro y fuera de Cuba, hacían o estaban por hacer –Irakere por aquí, ng la Banda por acá, los salseros acullá, y que venga el son de Adalberto, el jazz y la rumba, la nueva trova y el tropicalismo brasileño–, y no detenerse jamás.

Como le dijo en su día a Amaury Pérez: «Me especialicé en lo que yo empecé a trabajar mucho, el songo, la timba y toda esa historia. O sea, en crear una nueva música bailable cubana, independientemente de que el son es el son, denominador común, pero en sí es una nueva música bailable».

En efecto, una nueva música que registró el carácter de los cambios de una época, los que se producían en la pista de baile, pero también en la vida cotidiana. Crónica social desprejuiciada y neocostumbrista, con el oído en la calle. No por seguir una onda pasajera –pegar por pegar–, sino poner de moda un modo de ser y sentir, alejándose de lo que Leonardo Acosta, con su acostumbrada agudeza, advirtió en la música popular bailable: «El único peligro que vemos siempre acechante es la repetición, que a su vez trae estancamiento, lo cual solo puede evitarse con creatividad, innovación constante y la negativa a conformarse con fórmulas establecidas».

Juan Formell fue la locomotora de un tren indetenible. De Yuya Martínez y Soy yo el que te busca a Arrasando y La maquinaria el impulso innovador se dispara en el tiempo. A punto de despedirse el primer día de mayo de 2014, resumió su arte poética en el pareado final de La fantasía: «Soñar, soñar no cuesta nada / la vida sin un sueño no vale nada». 

 

 

Por PEDRO LA HOZ/Granma

 

         

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