MESSI LLEVA ARGENTINA Y AMÉRICA A LA CONQUISTA DEL MUNDIAL DE FÚTBOL 2022 EN QATAR

LUSAIL, Qatar (18 Diciembre 2022).- Por LeoMessi no llora Argentina como lloró por Evita. Por Messi celebra después de tanto discutirlo en un país donde se discute todo, después de un título deseado y sufriente, porque la calidad, sea de Messi o de Kylian Mbappé, es un instante, un instante de tortura o de gozo. El Mundial es, hoy, el nirvana argentino tras tanta inflación, tanto corralito, tanto peronismo trasnochado y tanta mierda. 

Este título reúne a su gente en torno al astro, en Lusail como en Buenos Aires, Córdoba o Mendoza, de la forma que dijo Víctor Hugo Morales cuando cantó el gol de Maradona a los ingleses: "Como un puño apretado". Messi es el Maradona que cierra en Qatar el relato de un dios del estadio, aprieta ese puño y abre en canal el corazón doliente de Argentina.

El astro se sobrepone, además, al destino trágico que aparece en la idiosincrasia argentina tanto como el fútbol. Lo canta el tango, está en la vida de Evita, Gardel o Maradona. Por dos veces vio cómo remontaba Francia, dos goles en el tiempo reglamentario, uno más en la prórroga, todos de un Mbappé que se rebeló contra la realidad como un digno heredero de su compañero en el PSG. Messi dice adiós a este escenario ya conquistado por el francés, en Rusia. Le aguarda la reconquista.

Es imposible comprender para los europeos esta forma de sentir la selección, la celeste y blanca, con peregrinaciones sin entrada sea donde sea. "La sangre tiene razones que hacen engordar las venas", escribió el cantautor Atahualpa Yupanqui. Las venas inflamadas de sus jugadores y su gente, que empezaron a ganar la final en los himnos, y eso es mucho cuando el rival es la Marsellesa. El desenlace de una final colosal los llevó al desfiladero emocional, al paredón de los penaltis, donde no falló su capitán, tampoco Mbappé, pero sí los franceses frente a Dibu Martínez, un portero retador.

La derrota habría hecho a Messi sentirse incompleto. Ahora está en paz, con los suyos pero también consigo mismo y con la historia. Puede irse de la selección, aunque jamás lo hará de la memoria, después de una carrera en la que ha ganado todo lo posible. En adelante, únicamente tendrá un problema: vivir como un dios. Para muchos fue una tortura. Es su siguiente partido. A sus 35 años, le restan todavía unos pocos en la cancha, aunque como futbolista de club, de un 'club-estado'. El PSG podrá darle otra Champions, quizás, pero nunca será el Barça en el que creció y encontró el ecosistema perfecto. Esta Argentina solidaria le ha devuelto las sensaciones de la victoria, sensaciones perdidas. En lugar de con el juego, con la  solidaridad, la resistencia y la decisión hasta la suerte suprema, sin un solo error en la tanda, la segunda superada en el Mundial tras la vivida contra Holanda.





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