"CAMBIAR NUESTRA RELACIÓN CON LOS RECURSOS DE LA TIERRA, NO SON INFINTOS": OBISPO DE ROMA
CIUDAD DEL VATICANO (17 Mayo 2023).- Prefacio del Papa Francisco al libro de Gaël Giraud y Carlo Petrini titulado "El gusto de cambiar. La transición ecológica como camino hacia la felicidad' (Slow Food Editore y Libreria Editrice Vaticana) en las librerías en lengua italiana a partir de hoy, 17 de mayo.
El bien que aparece como bello lleva consigo la razón
por la que debe ser realizado. Este es el primer pensamiento que me ha surgido
tras la lectura de este hermoso diálogo entre Carlo Petrini, a quien conozco y
estimo desde hace años, gastrónomo y activista conocido en todo el mundo, y
Gaël Giraud, un jesuita economista cuyas aportaciones he apreciado
recientemente en La Civiltà Cattolica, donde escribe artículos cualificados
sobre economía, finanzas y cambio climático.
¿Por qué esta conexión? Porque la lectura de este
texto generó en mí un verdadero "gusto" de lo bello y lo bueno, es
decir, un sabor de esperanza, de autenticidad, de futuro. Lo que los dos
autores aportan en este intercambio es una especie de "narración
crítica" respecto a la situación global: por un lado, elaboran un análisis
razonado y contundente del modelo económico-alimentario en el que estamos
inmersos, que, tomando prestada la famosa definición de un escritor,
"conoce el precio de todo y el valor de nada"; por otro, proponen
varios ejemplos constructivos, experiencias consolidadas, historias singulares
de cuidado del bien común y de los bienes comunes que abren al lector a una
mirada de bien y de confianza sobre nuestro tiempo. Crítica de lo que está mal,
relatos de situaciones positivas: lo uno con lo otro, no lo uno sin lo otro.
Me gustaría destacar un hecho significativo: el hecho
de que en estas páginas Petrini y Giraud, uno activista de 70 años, el otro
profesor de economía de 50, es decir, dos adultos, encuentren en las nuevas
generaciones razones consolidadas para la confianza y la esperanza. Normalmente
los adultos nos lamentamos de los jóvenes, de hecho, repetimos que los tiempos
"pasados" fueron sin duda mejores que este presente convulso, y que
los que vienen detrás de nosotros están dilapidando nuestros logros. En cambio,
debemos admitir con sinceridad que son los jóvenes quienes encarnan el cambio
que todos necesitamos objetivamente. Son ellos quienes nos piden, en diversas
partes del mundo, que cambiemos. Cambiar nuestro estilo de vida, tan depredador
del medio ambiente. Cambiar nuestra relación con los recursos de la Tierra, que
no son infinitos. Cambiar nuestra actitud hacia ellos, las nuevas generaciones,
a las que estamos robando el futuro. Y no sólo nos lo piden, sino que lo están
haciendo: saliendo a la calle, manifestando su disconformidad con un sistema
económico injusto con los pobres y enemigo del medio ambiente, buscando nuevos
caminos. Y lo están haciendo a partir de lo cotidiano: tomando decisiones
responsables sobre la alimentación, el transporte, el consumo.
Los jóvenes nos están educando en este sentido. Están
optando por consumir menos y vivir más las relaciones interpersonales; se
cuidan de comprar objetos producidos siguiendo estrictas normas de respeto
medioambiental y social; son imaginativos a la hora de utilizar medios de
transporte colectivos o menos contaminantes. Para mí, ver que estos
comportamientos se extienden hasta convertirse en una práctica común es motivo
de consuelo y confianza. Petrini y Giraud se refieren a menudo a los
movimientos juveniles que, en distintas partes del mundo, hacen avanzar las
reivindicaciones de justicia climática y justicia social: ambos aspectos deben
mantenerse unidos, siempre.
Los dos autores señalan vías operativas para un
desarrollo económico sostenible y critican el concepto de prosperidad hoy en
boga. Aquel según el cual el PIB es un ídolo al que se sacrifican todos los
aspectos de la convivencia: el respeto del medio ambiente, el respeto de los
derechos, el respeto de la dignidad humana. Me impresionó mucho que Gaël Giraud
reconstruyera la manera en que históricamente el PIB se ha impuesto como único
parámetro para juzgar la salud de la economía de una nación. Afirma que esto
ocurrió durante la época nazi y que el punto de referencia fue la industria
armamentística: el PIB tiene un origen "bélico", podríamos decir.
Tanto es así que por eso nunca se ha contabilizado el trabajo de las amas de
casa: porque su esfuerzo no sirve para la guerra. Otra prueba de lo urgente que
es deshacerse de esta perspectiva economicista, que parece despreciar el lado
humano de la economía, sacrificándolo en el altar del beneficio como vara de
medir absoluta.
La naturaleza de este libro es también doblemente
interesante. En primer lugar, porque se desarrolla en forma de diálogo. Esto es
algo que me parece importante subrayar. Es la confrontación lo que nos
enriquece, no el mantenernos firmes en nuestras posiciones. Es la conversación
la que se convierte en una oportunidad de crecimiento, no el fundamentalismo el
que cierra el paso a la novedad. Es el debate lo que nos hace madurar, no la
certeza hermética de que siempre "tenemos razón". Incluso y sobre
todo cuando hablamos de la búsqueda de la verdad. El beato Pierre Claverie,
obispo de Orán, mártir, decía: " La verdad no se posee, y yo necesito la
verdad de los demás ". Permítanme añadir: el cristiano sabe que no
conquista la verdad, sino que es él quien es "conquistado" por la
Verdad, que es Cristo mismo. Por eso creo firmemente que la práctica del
diálogo, la confrontación y el encuentro es hoy lo que más urge enseñar a las
nuevas generaciones, desde niños, para no fomentar la construcción de
personalidades encerradas en la angostura de sus propias convicciones.
En segundo lugar, los dos interlocutores - sabiamente
estimulados por el editor - representan puntos de vista y orígenes culturales
diferentes: Carlo Petrini, que se define como agnóstico y con quien ya he
tenido la alegría de dialogar para otro texto; Gaël Giraud, un jesuita. Pero
este hecho objetivo no les impide mantener una conversación intensa y
constructiva que se convierte en el manifiesto de un futuro plausible para
nuestra sociedad y nuestro propio planeta, tan amenazado por las nefastas
consecuencias de un enfoque destructivo, colonialista y dominador de la
creación.
Un creyente y un agnóstico hablan y se encuentran,
aunque desde posiciones diferentes, sobre distintos aspectos que nuestra
sociedad debe asumir para que el mañana del mundo sea aún posible: ¡me parece
algo hermoso! Y lo es aún más porque, en el desarrollo de la discusión entre
los dos interlocutores, emerge claramente la convicción de la importancia
decisiva de la única palabra de Jesús, recogida en los Hechos de los Apóstoles,
que no se encuentra en los Evangelios: "Hay más alegría en dar que en
recibir". Sí, porque cuando los dos interlocutores encuentran en el
consumo llevado al exceso y en el derroche elevado a sistema el mal de la vida
contemporánea, e identifican en el altruismo y la fraternidad las verdaderas
condiciones para que la convivencia sea duradera y pacífica, prueban que la
perspectiva de Jesús es fecunda y lugar de vida para todos los hombres y
mujeres. Para los que tienen un horizonte de fe y para los que no lo tienen. La
fraternidad humana y la amistad social, dimensiones antropológicas a las que dediqué
mi última encíclica, Fratelli tutti, deben convertirse cada vez más en la base
concreta y operativa de nuestras relaciones, a nivel personal, comunitario y
político.
El horizonte de preocupación en el que Petrini y
Giraud centran su atención es la situación ambiental verdaderamente crítica en
la que nos encontramos, hija de esa "economía que mata" y que ha
provocado el grito sufriente de la Tierra y el grito angustioso y angustiado de
los pobres del mundo. Ante las noticias que nos llegan a diario -sequías,
desastres ambientales, migraciones forzadas a causa del clima- no podemos
permanecer indiferentes: seríamos cómplices de la destrucción de la belleza que
Dios quiso regalarnos en la creación que nos rodea. Tanto más porque de este
modo perecerá ese don "muy bueno" que el Creador forjó a partir del
agua y el polvo, el hombre y la mujer. Admitámoslo: el desarrollo económico
desconsiderado al que hemos cedido está provocando desequilibrios climáticos
que pesan sobre las espaldas de los más pobres, en particular en el África
subsahariana. ¿Cómo podemos cerrar las puertas a quienes huyen y huirán de
situaciones medioambientales insostenibles, consecuencias directas de nuestro
consumismo inmoderado?
Creo que este libro es un don precioso, porque nos
muestra un camino y la posibilidad concreta de recorrerlo, a nivel individual,
comunitario e institucional: la transición ecológica puede ser un ámbito en el
que todos, como hermanos y hermanas, cuidemos la casa común, apostando por que
consumiendo menos cosas y viviendo más las relaciones personales entraremos por
la puerta de nuestra felicidad.
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