CAMINAR SOBRE LAS AGUAS ES COSA DE DIOS, SOLO DE DIOS NO DE HOMBRES; JAMÁS DE HOMBRES
El poder por lo regular resulta embriagador y quien lo ejerce suele encariñarse con él, a tal grado que a veces pierde la sensibilidad y abandona toda humildad asumiendo ciertos matices de altivez que le transforma en un hombre o mujer, de características muy distintas a las que tenía antes de asumir el cargo de que se trate. Es decir, cuando era de carne y hueso.
Pero como toda regla tiene su excepción, no siempre
quien ostenta el poder, se deja arropar por completo del acostumbrado cortejo
que le acompaña, a veces tan adulador y lisonjero que le hace creer y pensar,
que sus decisiones son inequívocas, situándose por encima del bien y del mal,
tal si caminaran sobre las aguas; una especie de «horus vivo» moderno.
Por cuanto, quien ejerce el poder, debe estar
revestido de la sabiduría, la cordura, la ecuanimidad y la prudencia
necesarias, para cumplir con las funciones atinentes a su investidura, sean
estas políticas, religiosas, empresariales, militares, gremiales o de otra
índole, puesto que sus decisiones repercutirán de un lado u otro de la balanza
sobre el conglomerado que dirige.
De hecho, no todos los mortales tienen el privilegio
de llegar al poder, cuyo ejercicio precisa de una vocación intrínseca, que le
configura de ese aura especial, don de mando y el carácter de líder necesarios
para provocar en los demás un delirio reverencial que los convierte en
súbditos, llegando en ocasiones al fanatismo y hasta cierta idolatría.
No obstante, quien ostenta el poder, se debe a todos
sus gobernados, no sólo quienes mediante acuerdos o estratagemas convenidas le
llevaron a él. Nunca debe ignorar ni obviar la disidencia, oposición o ideas
contrarias a sus decisiones y ejecutorias, porque un poder sin equilibrio ni
contrapeso es proclive al totalitarismo con rasgos muy pronunciados de
absolutismo y eso huele a peligro.
A sabiendas de que muchos solo buscan el poder, por el
poder y, de paso, alimentar su ego y sus bolsillos, y que otros, los menos por
cierto, van tras el poder, no solo por el poder, sino, tratando de alcanzar la
gloria, con su trabajo y siendo útiles a la sociedad.
Tocará entonces, a los gobernados elegir con sabiduría
a quien dirigirá su destino, para luego no tener que darse golpes de pecho y
arrepentidos llorar como lo hizo el profeta Jeremías, por el desatino de su
pueblo Judá.
Y es que eso de caminar sobre las aguas, es cosa de
Dios, solo de Dios, no de hombres; jamás de hombres. Así de sencillo.
Por LEONARDO
CABRERA
El autor es locutor y periodista
No hay comentarios.: