De repente pasa que una iglesia se pone de moda, se expande su fama y de la noche a la mañana comienza a llegar gente nueva buscando maravillas. Maravillas inexistentes o maravillas que resultan ser trampas. Las demás congregaciones la miran con cierto recelo y envidia, se cruzan de brazos y esperan con paciencia que les sean devueltos los inquilinos desertores, aquellos que tenían por miembros fijos.
Estos fugitivos habían acudido al nuevo lugar porque allí les ofrecían bienestares que los engatusaban, como placer emocional, compromiso cero en las enseñanzas predicadas, algún que otro cargo, mucho protagonismo, etc.
Algo hay en las comunidades de moda y algo hay en los que llegan, pues ni las unas ni los otros parecen ser fieles del todo. La primera ofrece buñuelos de viento y los que llegan creen que han encontrado la manera de llenarse comiéndose lo que no han trabajado.
Pero esa comida gratis que parecen recibir se acaba poco tiempo después, porque realmente no saciaba ni su hambre ni su sed espiritual. Llegada la desilusión y la tristeza, comienzan a abrírseles los ojos y se dan cuenta de que han quedado atrapados en una maraña de la que no pueden escapar y nadie va a venir a rescatarlos, porque se hace costumbre no ir a buscar a los que se van, como se hace costumbre dejar de hablarles por haberse ido.
Se sienten tan avergonzados de haber abandonado sus orígenes que en vez de salir de allí para volver, se quedan. A nadie le gusta mostrar sus fracasos. Todo lo dulce que encontraron se les va volviendo amargo, enfermizo y comienzan a morir de inanición, como atrapados en el poema "Las Moscas", de Félix María Samaniego.
A un panal de rica miel
dos mil Moscas acudieron,
que por golosas murieron,
presas de patas en él.
Otra dentro de un pastel
enterró su golosina.
Así si bien se examina
los humanos corazones
perecen en las prisiones
del vicio que los domina.
No todos los que llegan a una iglesia consiguen lo que
pretenden. Hace poco leí una de esas frases que pululan por Facebook. En la
ilustración aparecía la imagen de un hombre prepotente, señalaba con su índice
hacia un público invisible que supuestamente se encontraba delante. La frase
decía: “Pronto estarás en el lugar que siempre quisiste estar, sólo confía en
Dios.”
Al primer instante imaginé al pueblo de Dios queriendo estar ocupando los últimos lugares pero al leer los comentarios entendí que se trataba de un ofrecimiento de poder. Eso era lo que transmitía. Sentí pena. El pensamiento se me fue a la persona de Jesús nuestro Señor y a sus mensajes, que para nada tienen que ver con esta payasada babeante de orgullo. Un grupo de Facebook con casi siete millones de seguidores con la grandiosa expectativa del triunfo metido en los tuétanos.
Sin embargo, he aquí dos muestras de las enseñanzas del Señor:
Llegaron a la ciudad de Cafarnaún. Estando ya en casa, Jesús les preguntó:
—¿Qué veníais discutiendo por el camino?
Pero se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre cuál de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo:
—El que quiera ser el primero deberá ser el último de todos y servir a todos. Mc 9:33-35.
—¿Entendéis los que os he dicho? Vosotros me llamáis
Maestro y Señor, y tenéis razón porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y Señor,
os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros.
Os he dado un ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo que yo os he hecho. Os
aseguro que ningún sirviente es más que su señor y ningún enviado es más que el
que lo envía. Dichosos vosotros, si entendéis estas cosas y las ponéis en
práctica. Juan 13:12-17.
¿Qué evangelio se está predicando?
Volvamos a recitar el poema:
A un panal de rica miel
dos mil Moscas acudieron,
que por golosas murieron,
presas de patas en él.
Otra dentro de un pastel
enterró su golosina.
Así si bien se examina
los humanos corazones
perecen en las prisiones
del vicio que los domina.
Por ISABEL PAVÓN
Es columnista de Protestante Digital
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