Mover la voluntad de una persona, en una dirección u otra, es una de las tareas más arduas y complejas que se puedan dar, no existiendo una fórmula universal aplicable, válida para cualquier caso. Hay dos medios humanos que son los más comunes, siendo uno la imposición y el otro la persuasión, si bien el segundo supera al primero, porque la voluntad movida por imposición nunca es una voluntad libre y, por tanto, no es una voluntad perfecta. Por eso todos los gobernantes que pretendan mover la voluntad de sus gobernados por este método descubrirán, tarde o temprano, que sus esfuerzos acaban en fracaso.
Hay dos clases de imposición, que son la abierta y la
sutil. La imposición abierta es aquella que emplea la fuerza y la coacción para
hacerse con la voluntad. La imposición sutil es la que de manera subliminal
quiere conseguir ese mismo objetivo.
Pero la otra manera por la que se puede mover la
voluntad de una persona es mediante la persuasión, siendo el ejemplo más
conocido el de la seducción, de la cual hay dos clases, una buena y otra mala.
La mala seducción es la que emplea todos sus recursos para doblegar la voluntad
y hacerla cautiva, siendo el ejemplo más patente el pecado, que hipnotiza al
que se acerca a su entorno, hasta hundir el aguijón mortal en su presa,
quedando la voluntad a su merced. La seducción buena es la que se refleja en el
acto del enamoramiento, mediante el cual entre dos personas de distinto sexo se
produce una atracción misteriosa e inexplicable, que va más allá de todo
razonamiento.
Sin embargo, hay otra forma de mover la voluntad de
alguien para que haga lo que otro quiere que haga. Pero esta forma está más
allá de la potestad de ningún ser humano.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Como los
repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano del Señor;
a todo lo que quiere lo inclina.’ (Proverbios 21:1). Es sabido que los
agricultores usan los canales de irrigación para lograr que el agua vaya por donde
ellos quieren y riegue las partes que más les interesan. Es un método que viene
desde la antigüedad y que se sigue usando hasta el día de hoy, siendo el
agricultor quien gobierna el agua. Esta ilustración sirve para explicar cómo
Dios puede mover la voluntad de otro, no siendo ese otro un cualquiera, sino el
que tiene todo el poder en su mano, esto es, el rey. El rey de la antigüedad no
era como la mayoría de los reyes actuales, que no tienen la soberanía de hacer
y deshacer, sino que están sometidos a un gobierno y a un parlamento, siendo
figuras representativas. El rey de la antigüedad tenía en su mano la capacidad
total de decisión ejecutiva, judicial y legislativa; por tanto, era él quien
podía mover las voluntades de otros, pero nadie la suya.
Pero lo que el texto afirma es que el corazón de tal
rey está en la mano de Dios, igual que el agua está a disposición del
agricultor. Y así como no es difícil para el agricultor guiar el agua a donde
él quiere, así de fácil es para Dios dirigir la voluntad del más poderoso. Es
decir, la voluntad del más poderoso está a disposición de la voluntad de Dios,
siendo ésta quien mueve aquélla.
Hay dos libros de la Biblia en los que la palabra Dios
no aparece, que son Ester y Cantar de los cantares, razón por la que algunos
pensaron que no eran dignos de estar en el canon. Sin embargo, en el caso de
Ester resulta evidente que aunque la palabra no aparezca, sí que la acción de
Dios está presente, aunque parezca que son los hombres quienes deciden. Y en
efecto, cuando todo indica que la mortal conspiración de Amán contra Mardoqueo
y los judíos va a tener éxito, se va a producir un hecho que va a ser el
principio del fin del conspirador y de la conspiración. Ese hecho parece no ser
de gran importancia, pero para un lector atento es lo que determina el curso de
la acción subsiguiente.
El rey Asuero, el monarca de uno de los imperios más
grandes que hayan existido, pierde el sueño por la noche, cuando ya la
maquinación de Amán está en marcha. Asuero podía haber salido a dar una vuelta
por sus jardines para despejarse, o podía haber mandado que le trajeran unas
bailarinas para que lo entretuvieran, o que vinieran esclavos para traerle algo
de beber. Pero lo que hace es mandar que le traigan el libro de las crónicas
del reino, donde está escrito el gran favor que el judío Mardoqueo le hizo al
monarca, y que éste ignoraba, al delatar una conspiración contra su vida.
Entonces es cuando ordena que Amán honre públicamente a Mardoqueo, lo cual será
la señal de la caída definitiva del primero y el ascenso del segundo (Ester
6:1-11).
¿Fue una casualidad que precisamente esa noche Asuero
perdiera el sueño? ¿Fue una casualidad que, en lugar de hacer otra cosa,
mandara que le leyeran las crónicas de su reino? No, no fueron las
casualidades, sino el Causante de todas las causas quien hizo que lo uno y lo
otro sucediera y que ese poderoso terrenal actuara como actuó.
Esta lección y verdad sigue vigente, lo que supone que
el control de los acontecimientos no está en las manos de fulano o mengano y
que el fin adonde se dirige todo, no depende de la voluntad de los hombres, por
más encumbrados que puedan estar. ¡Qué descanso es saberlo, en medio de este
convulso mundo!.
Por WENCESLAO
CALVO
El autor es pastor
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