Hubo un tiempo en que la palabra empeñada constituía una especie de moneda de curso. Un cheque al portador, un compromiso sagrado.
Era como estampar un sello con sus huellas digitales como garantía de pago o correspondencia en lo asumido.
También, en tiempos pasados, un pelo del bigote daba calidad y formalidad a los acuerdos entre caballeros, era un aval más que suficiente para cerrar pactos o negocios.
Hoy día nada de eso se estila.
Basta con dar un vistazo al espectro político dominicano, afectado seriamente, por una podredumbre ético moral, debido al proceder de muchos de sus representantes, que lo han convertido en una especie de chercha o francachela, sin el más mínimo asomo de eso que llamamos, “prigilio”.
Por eso la palabra empeñada, corre como aguas residuales hacia los imbornales o desagües, en donde se consumen la lealtad, la honra, y el honor, para anteponer a cada uno de esos términos el prefijo "des.”
Convirtiéndolas en deslealtad deshonra y deshonor, no solo, de quienes caen ante la danza de canonjías y prebendas, subyugando principios y decoro, sino…
También a los que las patrocinan y auspician provocando desconcierto y desconfianza en la población, a tal punto que, hasta los que así no actúan, los echan en el mismo saco.
Con Dios siempre, a sus pies.
Por LEONARDO CABRERA DIAZ
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