Papa Francisco en Verona pide a los sacerdotes que perdonen todo y siempre
VERONA (18 Mayo 2024).- La llamada que hay que aceptar y la misión que se ha de desempeñar con audacia centraron el discurso de Francisco a los sacerdotes y religiosos en la primera etapa de su visita pastoral a Verona. “Santos y capaces” les pide el Papa recordando las palabras del misionero Daniel Comboni.
En la ciudad que inspiró el atormentado drama shakesperiano de Romeo y Julieta, Francisco invita a inspirarse en el Evangelio para comprometerse a sembrar por doquier un amor más fuerte que el odio y la muerte. “Sueñen así a Verona, como la ciudad del amor, no solo de la literatura, sino de la vida”, exhorta el Papa al final de su discurso a los sacerdotes y religiosos reunidos en la Basílica de San Zenón, primer encuentro de una visita pastoral que lleva por lema: “Justicia y Paz se besarán”. También hace un llamado improvisado, en medio del discurso, especialmente a los sacerdotes a perdonar siempre al penitente :"Por favor, perdonen todo", "sin causar dolor", "no torturen a los penitentes" porque - como explicò - "si no se comprende lo que dice el penitente, hay que seguir adelante: 'el Señor ha comprendido'". "La Iglesia - señaló- necesita el perdón".
El asombro de la llamada
Al recordar la llamada de Jesús a los hermanos pescadores que echaban las redes en el lago de Galilea, Francisco exhorta a no olvidar que en el origen de la vida cristiana está la experiencia del encuentro con el Señor que no depende de nuestros méritos o de nuestro compromiso, sino del amor con el que Él viene a buscarnos. Más aún, subraya, en el origen de la vida sacerdotal y de la vida consagrada “no estamos nosotros, nuestros dones o algún mérito especial, sino que está la sorprendente llamada del Señor”.
"Es pura gracia, pura gratuidad, un don inesperado que abre nuestro corazón al estupor ante la condescendencia de Dios. Queridos hermanos sacerdotes, queridas religiosas y hermanos religiosos: ¡no perdamos nunca el asombro de la llamada! Esta se alimenta de la memoria del don recibido por gracia, memoria que debemos mantener siempre viva en nosotros”.
La conciencia de la llamada
Acoger la llamada recibida, explica el Santo Padre, que es el fundamento de la consagración del ministerio, implica también una conciencia y una memoria de que se trata de un don de Dios.
“Si perdemos esta conciencia y esta memoria, corremos el riesgo de ponernos a nosotros mismos en el centro en lugar del Señor; corremos el riesgo de agitarnos en torno a proyectos y actividades que sirven a nuestras propias causas más que a la del Reino; corremos el riesgo de vivir incluso el apostolado en la lógica de promocionarnos a nosotros mismos y de buscar el consenso, en lugar de gastar nuestra vida por el Evangelio y por el servicio gratuito a la Iglesia”.
Al mismo tiempo, recordar que es el Señor quien ha elegido a cada consagrado, que es Él quien está al origen de cada ministerio, hace más llevadero el peso del cansancio y las decepciones, porque “permanecemos serenos y confiados, seguros de que Él no nos dejará con las manos vacías”, “no nos dejará solos”, especialmente ante los complejos desafíos de nuestro tiempo.
La audacia de la misión
El Papa retoma nuevamente un pasaje de Jesús en el mar de Galilea, esta vez después de la resurrección, cuando vuelve a encontrarse con sus discípulos decepcionados, derrotados, y los exhorta a echar de nuevo la red, una invitación a ser audaces en la misión.
“La audacia es un don que esta Iglesia conoce bien. Si hay, en efecto, una característica de los sacerdotes y religiosos veroneses, es precisamente la de ser emprendedores, creativos, capaces de encarnar la profecía del Evangelio”.
La audacia del testimonio y el anuncio
Tras enunciar la huella dejada por tantos testigos de la fe de Verona que “supieron unir el anuncio de la Palabra con el servicio generoso y compasivo a los necesitados, con la "creatividad social", creando escuelas de formación, hospitales, residencias de ancianos, casas de acogida y lugares de espiritualidad, Francisco destacó esa formación en la fe que se tradujo en la audacia de la misión.
“Lo necesitamos también hoy: la audacia del testimonio y del anuncio, la alegría de una fe empeñada en la caridad, la inventiva de una Iglesia que sabe acoger los signos de los tiempos y responder a las necesidades de los que más luchan. A todos, lo repito, a todos debemos llevar caricia de la misericordia de Dios. Especialmente a los que tienen sed de esperanza, a los que se ven forzados a vivir en los márgenes, heridos por la vida, o por algún error que han cometido, o por las injusticias de la sociedad, que siempre se cometen a costa de los más frágiles”.
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