Hoy amanecí con ella en la cabeza, tantas cosas he pensado que por prudencia y timidez no me atrevo a relatar.
El caso es que la llamé, y le dije: estoy loco por darte un beso.
En serio, dijo, pero estamos lejos uno del otro, así que ponle freno a tu apuro, y aguanta tu necesidad.
Le dije cierra tus ojos, e magina que estoy a tu lado, y que rozo mi boca con la tuya, beso tu frente, tus mejillas, tu nariz, tu barbilla, hasta llegar a tu cuello, y morder ligeramente tus orejas.
.¿Me escuchas?, pregunté
Sí te escucho, dijo ella, con voz trémula y entrecortada.
Piensa que rozo mi boca en tus hombros, en el tórax.
Imagínate que contemplo cada detalle de tus pechos, y pasar la yema de mis dedos por el canalillo que los separa a uno del otro
Y así verlos en posición de ataque, erguidos, diciéndome, bésanos, con hambre pero sin prisa.
Y despacio seguir por todo tu abdomen, jugar y retozar con tu ombligo mientras desciendo poco a poco.
Pero me detengo.
¿Por qué te detienes?, ella preguntó.
Es que no quiero pasarme en rojo, respondí.
Sigue adelante, sigue por favor, no pares, que si alguna multa o contravención te ponen, con gusto la pago yo.
Entonces, seguí a calmar mi sed en el lujurioso del manantial de su ser.
Por como escribo, cualquiera pensaría que esos ajetreos yo soy un experto, un verdugo, si supieran que solo hice un curso técnico en amor, y por correspondencia.
Sin prácticas ni apoyo audiovisual, todo era a fuerza de la imaginación, ¡vaya usted a saber cuanta imaginación había que tener!
A decir verdad, en asuntos de amor, aún tengo muchas lagunas, que en estos 30, 40 o 50 años que me faltan por vivir espero llenar.
Con Dios siempre, a sus pies.
Por LEONARDO CABRERA DIAZ
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