Una extraña expresión en su rostro ella tenía, como fiera que acecha, para hacer de su presa su manjar, su comida.
Nervioso y asustado, un conejito acorralado, así me sentía, un cazador cazado.
Me tomó de los hombros y mirándome ella dijo, “mi negro hermoso, estas apetecible, tienes ojos lindos y boca carnosa que tienta besarla, tus blancas barbas y hasta tu panza te queda bien”.
“Me gustas, pa’ comer, pa’ llevar y repetir”.
Me sonrojé, se me puso la piel de gallina, ya saben lo tímido que soy.
Sentía “tiriquitos” por todo mi cuerpo y estaba sudando frío.
Lentamente, ella comenzó a desvestirse, dio un mordisco en mi oreja, y con voz cautivadora me susurró, prepárate mi bomboncito achocolatado, que “te voy a comer con yuca”.
Yo miré hacia la despensa
Y como yuca yo no tenía
Al mercado fui a buscarla.
Tanta suerte tuve que enseguida la encontré y corriendo regresé, pero ella ya no estaba, no sé qué le pasó, por qué razón se fue, ¡caramba!, ¡y tan buena yuca que compré!.
Ahora estoy preocupado, jamás la he vuelto a ver, ni devuelve mis llamadas.
Al amigo que le conté
Todo aquello que pasó
Sin pensarlo siquiera
En carcajadas estalló
Y muerto de risa,
En voz alta respondió.
“Esas son cosas del cambio climático, y de la inteligencia artificial”.
Aun sigo sin entender, porque la yuca no esperó, si con tanto afán ella la pidió.
Eso sí, en la despensa la guardé, por si vuelve por aquí, y se antoja de comer, ya no me va a sorprender, su yuca le daré
Con Dios siempre, a sus pies.
Por LEONARDO CABRERA DIAZ
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