El papa Francisco en carta obispos de Estados Unidos expresa quejas contra deportaciones migrantes por el presidente Donald Trump; dice medidas hieren la dignidad humana

CIUDAD DEL VATICANO (11 Febrero 2025).- Francisco escribe a la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, que afronta una «crisis» con el programa lanzado por el recién elegido presidente Trump de deportaciones masivas de inmigrantes y refugiados clandestinos: «Un auténtico Estado de derecho se verifica en el trato digno que merecen todas las personas, especialmente las más pobres y marginadas». El Papa pide una política que regule una migración ordenada y legal e insta a los católicos a no ceder a narrativas discriminatorias.

Al principio fue el cardenal de Chicago, Blaise Cupich, quien, antes incluso de la toma de posesión del nuevo presidente Donald Trump, declaró su oposición a cualquier programa de deportación masiva de inmigrantes, después el obispo de El Paso, Mark Joseph Seitz, quien reiteró su no tolerancia hacia cualquier forma de injusticia y, por último, toda la Conferencia Episcopal de Estados Unidos expresó su consternación por las medidas anunciadas por el mandatario republicano sobre la repatriación de millones y millones de inmigrantes clandestinos y la militarización de la frontera entre Estados Unidos y México. Ahora es el mismo Papa quien interviene sobre la «gran crisis que se está produciendo en Estados Unidos debido al inicio de un programa de deportaciones de masa» iniciado por la nueva administración estadounidense tras la toma de posesión del presidente. Francisco, que asegura haber seguido «de cerca» la crisis, envía una carta a los obispos de Estados Unidos para expresarles cercanía y apoyo en estos «delicados momentos» que les toca vivir como pastores junto al pueblo y, al mismo tiempo, denunciar algunas disposiciones que van contra la propia dignidad humana.

Herida a la dignidad humana

«El acto de deportar personas que en muchos casos han dejado su propia tierra por motivos de pobreza extrema, de inseguridad, de explotación, de persecución o por el grave deterioro del medio ambiente, lastima la dignidad de muchos hombres y mujeres, de familias enteras, y los coloca en un estado de especial vulnerabilidad e indefensión», dice el Papa Francisco en un pasaje de la misiva, dividida en diez puntos, difundida hoy en inglés y español. La carta llega poco más de dos semanas después de que la cuenta X de la Casa Blanca publicara fotografías de una docena de migrantes caminando en fila, esposados y encadenados, hacia un avión militar para ser devueltos a su patria.

El derecho a defender las propias comunidades

En el texto, el Pontífice subraya que «la conciencia rectamente formada no puede dejar de realizar un juicio crítico y expresar su desacuerdo con cualquier medida que identifique, de manera tácita o explícita, la condición ilegal de algunos migrantes con la criminalidad». Ciertamente, el Papa reitera la necesidad de reconocer «el derecho de una nación a defenderse y mantener a sus comunidades a salvo de aquellos que han cometido crímenes violentos o graves mientras están en el país o antes de llegar». Pero el acto de la deportación no deja de ser una herida a la dignidad humana, la dignidad «infinita y trascendente» dada por un «Dios siempre cercano, encarnado, migrante y refugiado».

Un trato digno para todos

Para el Papa, no se trata de una cuestión secundaria: «Un auténtico Estado de derecho se da precisamente en el trato digno que merecen todas las personas, especialmente las más pobres y marginadas», escribe en la carta. «El verdadero bien común se promueve cuando la sociedad y el gobierno, con creatividad y respeto estricto al derecho de todos —como he afirmado en numerosas ocasiones—, acogen, protegen, promueven e integran a los más frágiles, desprotegidos y vulnerables». Ello no impide la maduración de «una política que regule la migración ordenada y legal», siempre que no se construya «a través del privilegio de unos y el sacrificio de otros». «Lo que se construye a base de la fuerza, y no a partir de la verdad sobre la igual dignidad de todo ser humano, mal comienza y mal terminará», advierte el Papa.

Mirar las normas a la luz de los derechos humanos

Recuerda a los obispos que Jesucristo, «amando a todos con un amor universal», educa al «reconocimiento permanente» de la dignidad de cada ser humano: «sin excepción». Al hablar de «dignidad infinita y trascendente», subraya que «que el valor más decisivo que posee la persona humana, rebasa y sostiene toda otra consideración de carácter jurídico que pueda hacerse para regular la vida en sociedad». Por eso, señala Jorge Mario Bergoglio, «todos los fieles cristianos y los hombres de buena voluntad, estamos llamados a mirar la legitimidad de las normas y de las políticas públicas a la luz de la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales, no viceversa».

No sólo eso, los cristianos son muy conscientes de que «sólo afirmando la dignidad infinita de todos, nuestra propia identidad como personas y como comunidades alcanza su madurez». «¡La persona humana no es un mero individuo, relativamente expansivo, con algunos sentimientos filantrópicos! La persona humana es un sujeto con dignidad que, a través de la relación constitutiva con todos, en especial con los más pobres, puede gradualmente madurar en su identidad y vocación».

Ordo amoris

En la carta, el Papa se refiere también al principio del ordo amoris, elaborado en la teología de San Agustín para afirmar que todos y todo debe ser amado como es debido. El concepto fue mencionado recientemente por el vicepresidente JD Vance para justificar las medidas contra la inmigración ilegal en Estados Unidos. «El verdadero ordo amoris que es preciso promover, es el que descubrimos meditando constantemente en la parábola del “buen samaritano” (cf. Lc 10,25-37), es decir, meditando en el amor que construye una fraternidad abierta a todos, sin excepción», afirma el Papa Francisco en la carta.

«Preocuparse por la identidad personal, comunitaria o nacional, al margen de estas consideraciones, - añade - fácilmente introduce un criterio ideológico que distorsiona la vida social e impone la voluntad del más fuerte como criterio de verdad».

No a las narrativas que discriminan y causan sufrimiento

Por ello, el Obispo de Roma está al lado de sus hermanos de los Países de Ultramar, reconociendo sus valiosos esfuerzos al trabajar «de manera cercana» con los migrantes y refugiados y en la defensa de los derechos humanos fundamentales. «¡Dios premiará abundantemente todo lo que hagan a favor de la protección y defensa de quienes son considerados menos valiosos, menos importantes o menos humanos!», asegura el Papa. Y en las líneas finales de la misiva se dirige a todos los fieles de la Iglesia católica y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, apelándoles a «no ceder a narrativas que discriminan y hacen sufrir innecesariamente a nuestros hermanos y hermanas migrantes y refugiados». «Con caridad y claridad todos estamos llamados a vivir en solidaridad y fraternidad, a construir puentes que nos acerquen cada vez más, a evitar muros de ignominia, y a aprender a dar la vida como Jesucristo la ofrendó, para la salvación de todos».

Una oración a la Virgen de Guadalupe

Por ello, una oración a la Santísima Virgen María de Guadalupe, patrona de México, para que «proteja a las personas y familias que viven con temor o dolor la migración y/o deportación». Que la «Virgen morena», reza el Papa, ayude a todos a dar «un paso adelante en la construcción de una sociedad más fraterna, incluyente y respetuosa de la dignidad de todos».

Alternativasnoticiosas.com deja a sus lectores la carta del Papa a los Obispos de Estados Unidos.

Lettera del Santo Padre ai Vescovi degli Stati Uniti d’America, 11.02.2025

 

[B0127]

 

Lettera del Santo Padre

 

Traduzione in lingua spagnola

 

Lettera del Santo Padre

 

Dear Brothers in the Episcopate,

 

I am writing today to address a few words to you in these delicate moments that you are living as Pastors of the People of God who walk together in the United States of America.

1. The journey from slavery to freedom that the People of Israel traveled, as narrated in the Book of Exodus, invites us to look at the reality of our time, so clearly marked by the phenomenon of migration, as a decisive moment in history to reaffirm not only our faith in a God who is always close, incarnate, migrant and refugee, but also the infinite and transcendent dignity of every human person.[1]

2. These words with which I begin are not an artificial construct. Even a cursory examination of the Church’s social doctrine emphatically shows that Jesus Christ is the true Emmanuel (cf.Mt1:23); he did not live apart from the difficult experience of being expelled from his own land because of an imminent risk to his life, and from the experience of having to take refuge in a society and a culture foreign to his own. The Son of God, in becoming man, also chose to live the drama of immigration. I like to recall, among other things, the words with which Pope Pius XII began his Apostolic Constitution on the Care of Migrants, which is considered the “Magna Carta” of the Church’s thinking on migration: 

“The family of Nazareth in exile, Jesus, Mary and Joseph, emigrants in Egypt and refugees there to escape the wrath of an ungodly king, are the model, the example and the consolation of emigrants and pilgrims of every age and country, of all refugees of every condition who, beset by persecution or necessity, are forced to leave their homeland, beloved family and dear friends for foreign lands.”[2]

3. Likewise, Jesus Christ, loving everyone with a universal love, educates us in the permanent recognition of the dignity of every human being, without exception. In fact, when we speak of “infinite and transcendent dignity,” we wish to emphasize that the most decisive value possessed by the human person surpasses and sustains every other juridical consideration that can be made to regulate life in society. Thus, all the Christian faithful and people of good will are called upon to consider the legitimacy of norms and public policies in the light of the dignity of the person and his or her fundamental rights, not vice versa.

4. I have followed closely the major crisis that is taking place in the United States with the initiation of a program of mass deportations. The rightly formed conscience cannot fail to make a critical judgment and express its disagreement with any measure that tacitly or explicitly identifies the illegal status of some migrants with criminality. At the same time, one must recognize the right of a nation to defend itself and keep communities safe from those who have committed violent or serious crimes while in the country or prior to arrival. That said, the act of deporting people who in many cases have left their own land for reasons of extreme poverty, insecurity, exploitation, persecution or serious deterioration of the environment, damages the dignity of many men and women, and of entire families, and places them in a state of particular vulnerability and defenselessness.

5. This is not a minor issue: an authentic rule of law is verified precisely in the dignified treatment that all people deserve, especially the poorest and most marginalized. The true common good is promoted when society and government, with creativity and strict respect for the rights of all — as I have affirmed on numerous occasions — welcomes, protects, promotes and integrates the most fragile, unprotected and vulnerable. This does not impede the development of a policy that regulates orderly and legal migration. However, this development cannot come about through the privilege of some and the sacrifice of others. What is built on the basis of force, and not on the truth about the equal dignity of every human being, begins badly and will end badly.

6. Christians know very well that it is only by affirming the infinite dignity of all that our own identity as persons and as communities reaches its maturity. Christian love is not a concentric expansion of interests that little by little extend to other persons and groups. In other words: the human person is not a mere individual, relatively expansive, with some philanthropic feelings! The human person is a subject with dignity who, through the constitutive relationship with all, especially with the poorest, can gradually mature in his identity and vocation. The trueordo amoristhat must be promoted is that which we discover by meditating constantly on the parable of the “Good Samaritan” (cf.Lk10:25-37), that is, by meditating on the love that builds a fraternity open to all, without exception.[3]

7. But worrying about personal, community or national identity, apart from these considerations, easily introduces an ideological criterion that distorts social life and imposes the will of the strongest as the criterion of truth.

8. I recognize your valuable efforts, dear brother bishops of the United States, as you work closely with migrants and refugees, proclaiming Jesus Christ and promoting fundamental human rights. God will richly reward all that you do for the protection and defense of those who are considered less valuable, less important or less human!

9. I exhort all the faithful of the Catholic Church, and all men and women of good will, not to give in to narratives that discriminate against and cause unnecessary suffering to our migrant and refugee brothers and sisters. With charity and clarity we are all called to live in solidarity and fraternity, to build bridges that bring us ever closer together, to avoid walls of ignominy and to learn to give our lives as Jesus Christ gave his for the salvation of all.

10. Let us ask Our Lady of Guadalupe to protect individuals and families who live in fear or pain due to migration and/or deportation. May the “Virgen morena”, who knew how to reconcile peoples when they were at enmity, grant us all to meet again as brothers and sisters, within her embrace, and thus take a step forward in the construction of a society that is more fraternal, inclusive and respectful of the dignity of all.

 

Fraternally,

 

Francis

 

From the Vatican, 10 February 2025

 

_____________________

 

[1]Cf. DICASTERY FOR THE DOCTRINE OF THE FAITH, DeclarationDignitas infinitaon human dignity, 2 April 2024.

 

[2]PIUS XII, Apostolic ConstitutionExsul Familia, 1 August 1952: “Exsul Familia Nazarethana Iesus, Maria, Ioseph, cum ad Aegyptum emigrans tum in Aegypto profuga impii regis iram aufugiens, typus, exemplar et praesidium exstat omnium quorumlibet temporum et locorum emigrantium, peregrinorum ac profugorum omne genus, qui, vel metu persecutionum vel egestate compulsi, patrium locum suavesque parentes et propinquos ac dulces amicos derelinquere coguntur et aliena petere.”

 

[3] Cf. FRANCIS, Encyclical LetterFratelli tutti, 3 October 2020.

 

[00261-EN.01] [Original text: English]

 

Traduzione in lingua spagnola

 

Queridos hermanos en el episcopado:

 

Les dirijo unas palabras, en estos delicados momentos que viven como Pastores del Pueblo de Dios que camina en los Estados Unidos de América.


1.El itinerario de la esclavitud a la libertad que el Pueblo de Israel recorrió, tal y como lo narra el libro del Éxodo, nos invita a mirar la realidad de nuestro tiempo, tan claramente marcada por el fenómeno de la migración, como un momento decisivo de la Historia para reafirmar no sólo nuestra fe en un Dios siempre cercano, encarnado, migrante y refugiado, sino la dignidad infinita y trascendente de toda persona humana. [1]

2.Estas palabras con las que comienzo no están articuladas artificialmente. Incluso un examen somero de la Doctrina social de la Iglesia exhibe con gran fuerza que Jesucristo es el verdadero Emanuel (cf.Mt1,23), por lo que no ha vivido al margen de la experiencia difícil de ser expulsado de su propia tierra a causa de un inminente riesgo de vida, y de la experiencia de tener que refugiarse en una sociedad y en una cultura ajenas a las propias. El Hijo de Dios, al hacerse hombre, también eligió vivir el drama de la inmigración. Me gusta recordar, entre otras, las palabras con las que el Papa Pío XII iniciaba su Constitución apostólica sobre el cuidado de los migrantes, que se considera como la carta magna del pensamiento de la Iglesia sobre las migraciones:

«La familia de Nazaret en exilio, Jesús, María y José, emigrantes en Egipto y allí refugiados para sustraerse a la ira de un rey impío, son el modelo, el ejemplo y el consuelo de los emigrantes y peregrinos de cada época y país, de todos los prófugos de cualquier condición que, acuciados por las persecuciones o por la necesidad, se ven obligados a abandonar la patria, la amada familia y los amigos entrañables para dirigirse a tierras extranjeras».[2]

3.Asimismo, Jesucristo, amando a todos con un amor universal, nos educa en el reconocimiento permanente de la dignidad de cada ser humano, sin excepción. De hecho, cuando hablamos de “dignidad infinita y trascendente”, queremos subrayar que el valor más decisivo que posee la persona humana, rebasa y sostiene toda otra consideración de carácter jurídico que pueda hacerse para regular la vida en sociedad. Por lo tanto, todos los fieles cristianos y los hombres de buena voluntad, estamos llamados a mirar la legitimidad de las normas y de las políticas públicas a la luz de la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales, no viceversa.

4.He seguido con atención la importante crisis que está teniendo lugar en los Estados Unidos con motivo del inicio de un programa de deportaciones masivas. La conciencia rectamente formada no puede dejar de realizar un juicio crítico y expresar su desacuerdo con cualquier medida que identifique, de manera tácita o explícita, la condición ilegal de algunos migrantes con la criminalidad. Al mismo tiempo, se debe reconocer el derecho de una nación a defenderse y mantener a sus comunidades a salvo de aquellos que han cometido crímenes violentos o graves mientras están en el país o antes de llegar. Dicho esto, el acto de deportar personas que en muchos casos han dejado su propia tierra por motivos de pobreza extrema, de inseguridad, de explotación, de persecución o por el grave deterioro del medio ambiente, lastima la dignidad de muchos hombres y mujeres, de familias enteras, y los coloca en un estado de especial vulnerabilidad e indefensión.


5.Esta cuestión no es menor: un auténtico estado de derecho se verifica precisamente en el trato digno que merecen todas las personas, en especial, los más pobres y marginados. El verdadero bien común se promueve cuando la sociedad y el gobierno, con creatividad y respeto estricto al derecho de todos —como he afirmado en numerosas ocasiones—, acogen, protegen, promueven e integran a los más frágiles, desprotegidos y vulnerables. Esto no obsta para promover la maduración de una política que regule la migración ordenada y legal. Sin embargo, la mencionada “maduración” no puede construirse a través del privilegio de unos y el sacrificio de otros. Lo que se construye a base de fuerza, y no a partir de la verdad sobre la igual dignidad de todo ser humano, mal comienza y mal terminará.

6.Los cristianos sabemos muy bien que, sólo afirmando la dignidad infinita de todos, nuestra propia identidad como personas y como comunidades alcanza su madurez. El amor cristiano no es una expansión concéntrica de intereses que poco a poco se amplían a otras personas y grupos. Dicho de otro modo: ¡La persona humana no es un mero individuo, relativamente expansivo, con algunos sentimientos filantrópicos! La persona humana es un sujeto con dignidad que, a través de la relación constitutiva con todos, en especial con los más pobres, puede gradualmente madurar en su identidad y vocación. El verdaderoordo amorisque es preciso promover, es el que descubrimos meditando constantemente en la parábola del “buen samaritano” (cf.Lc10,25-37), es decir, meditando en el amor que construye una fraternidad abierta a todos, sin excepción.[3]

7.Preocuparse por la identidad personal, comunitaria o nacional, al margen de estas consideraciones, fácilmente introduce un criterio ideológico que distorsiona la vida social e impone la voluntad del más fuerte como criterio de verdad.

 

8.Reconozco el valioso esfuerzo de ustedes, queridos obispos de Estados Unidos, cuando trabajan de manera cercana con los migrantes y refugiados, anunciando a Jesucristo y promoviendo los derechos humanos fundamentales. ¡Dios premiará abundantemente todo lo que hagan a favor de la protección y defensa de quienes son considerados menos valiosos, menos importantes o menos humanos!


9.Exhorto a todos los fieles de la Iglesia católica, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a no ceder ante las narrativas que discriminan y hacen sufrir innecesariamente a nuestros hermanos migrantes y refugiados. Con caridad y claridad todos estamos llamados a vivir en solidaridad y fraternidad, a construir puentes que nos acerquen cada vez más, a evitar muros de ignominia, y a aprender a dar la vida como Jesucristo la ofrendó, para la salvación de todos.


10.Pidamos a la Santísima Virgen María de Guadalupe que proteja a las personas y a las familias que viven con temor o con dolor la migración y/o la deportación. Que la “Virgen morena”, que supo reconciliar a los pueblos cuando estaban enemistados, nos conceda a todos reencontrarnos como hermanos, al interior de su abrazo, y dar así un paso adelante en la construcción de una sociedad más fraterna, incluyente y respetuosa de la dignidad de todos.


Fraternalmente,

 

Francisco

 

Vaticano, 10 de febrero de 2025

 

_____________________

 

[1]Cf.Dicasterio para la Doctrina de la Fe, DeclaraciónDignitas infinitasobre la dignidad humana (2 abril 2024).

 

[2]PíoXII, Constitución apostólicaExsul Familia(1 agosto 1952): «Exsul Familia Nazarethana Iesus, Maria, Ioseph, cum ad Aegyptum emigrans tum in Aegypto profuga impii regis iram aufugiens, typus, exemplar et praesidium exstat omnium quorumlibet temporum et locorum emigrantium, peregrinorum ac profugorum omne genus, qui, vel metu persecutionum vel egestate compulsi, patrium locum suavesque parentes et propinquos ac dulces amicos derelinquere coguntur et aliena petere».

 

[3] Cf. Carta encíclicaFratelli tutti(3 octubre 2020).

 

[00261-ES.01] [Texto original: Inglés]

 

[B0127-XX.01]

 

 

Por SALVATORE CERNUZIO/Vatican News

No hay comentarios.: