Se declaraba agnóstico, la esquiva relación con la fe en Mario Vargas Llosa
El autor de La tía Julia y el escribidor nació en Arequipa, Perú el 18 de marzo de 1936. Cuando escribí originalmente este artículo seguía vivo en Madrid; habiendo cumplido 87 años. Pero al volver a publicarlo es con motivo de su fallecimiento, con 89 años, este pasado 13 de abril.
Los primeros años de su niñez los pasó entre Piura,
Lima y Cochabamba en Bolivia. Por decisión paterna cursó estudios superiores en
el colegio militar Leoncio Prado. En la Universidad San Marcos, de Lima, se
entregó a la literatura y posteriormente se doctoró en la de Madrid con una
tesis que tituló El combate imaginario: las cartas de Joanot Martorell.
A los 18 años su vida personal fue motivo de escándalo
en Perú, al contraer matrimonio con una tía suya, Julia Urquidi, hecho que dio
lugar a otras de sus célebres novelas: La tía Julia y el escribidor. No
terminaron aquí las experiencias matrimoniales de Vargas Llosa; en 1965
contrajo nuevas nupcias con su prima Patricia Llosa, a lo que parece, empeñado
en que todo quedara en familia. En 1959, al habérsele concedido una beca, viaja
a Perís. Allí vive en un minúsculo apartamento en la Rue de Tournón, detrás de
los jardines de Luxemburgo. El editor catalán Carlos Barral dice que el
apartamento estaba presidido por una máquina de escribir.
De París, Vargas Llosa se traslada a Madrid y de aquí
a Barcelona, donde en 1963 publica La ciudad y los perros y en 1965 La casa
verde, obras por las que obtuvo el Premio Internacional de Literatura Rómulo
Gallegos.
En Barcelona convivió durante un tiempo con Gabriel
García Márquez. Es anecdótico el supuesto puñetazo que el peruano pegó al
colombiano por una cuestión de faldas.
El gobierno de España le concedió la nacionalidad
española; en 1986 el Premio Príncipe de Asturias y en 1994 el Premio Cervantes.
Ese año ingresó en la Real Academia de la Lengua Española. El año 2010 la
Academia Sueca le otorgó el Premio Nobel de Literatura, unos 28 años después
quea su competidor en las letras, Gabriel García Márquez.
Temporalmente involucrando en la política, en 1990
Vargas Llosa se presentó como candidato a las elecciones para la Presidencia de
Perú, siendo derrotado por Alberto Fujimori, de origen japonés.
En los últimos años vive en Madrid, donde estuvo
sentimentalmente emparejado con Isabel Preysler.
Este es el cuarto libro que escribo sobre la dimensión
religiosa de escritores pertenecientes a distintos países: Son El sueño de la
razón, (335 páginas, año 2018). Los intelectuales y la religión, (380 páginas,
año 2012). Literatura y espiritualidad, (242 páginas, año 2017). Y el que ahora
estoy escribiendo. Pues bien, jamás he hallado a un escritor, ni europeo ni
anglosajón, ni africano ni asiático, tan contradictorio como Vargas Llosa
cuando se enfrentan al tema religioso.
En sus apuntes autobiográficos de 1993, El pez en el
agua, el escritor peruano cuenta cómo fue su entrega a la Iglesia católica
durante sus primeros años. “Era un niño devotamente religioso”, cuenta. Años
después, cumplidos, los doce, un religioso católico abusó sexualmente de él. El
hecho lo hizo público en Perú, en la Feria Virtual del Libro de Cajamarca,
cuenta Vargas Llosa: “El colegio estaba vacío y este hermano me llevó al quinto
piso, donde tenían los hermanos sus cuartos. Mientras ojeaba unas revistas
mexicanas sobre bailarinas desnudas que me había entregado, me di cuenta que me
estaba tocando la bragueta, como si quisiera masturbarme. Fue para mí un
escándalo, yo me eché a llorar y gritar”.
Aquél incidente motivó que Vargas Llosa perdiera la fe
en la Iglesia católica. Asociado al modelo existencialista francés de Sartre,
Camus y Malraux, Vargas Llosa se declara agnóstico. En los citados apuntes El
pez en el agua escribe sobre su candidatura política en 1990 para llegar a la
presidencia del país. “Por haberme declarado agnóstico me cuidé durante los
años de la campaña que la cuestión religiosa metería su cabeza”.
El agnóstico está entre el ateo y el creyente. No es
lo uno ni lo otro. Declara que el entendimiento humano es insuficiente para
comprender y explicar a Dios, pero sin negarlo.
Desde esta posición Vargas Llosa afirma su respeto por
la religión y reconoce sus virtudes y valores, sin negar lo que en algunos
casos tiene de superstición y de fanatismo. En una entrevista de enero 2014,
publicada en el portal boliviano El Deber, afirma el Premio Nobel peruano que
el Estado “debe fomentar la existencia de una vida religiosa, sin permitir que
iglesias se infiltren en el Estado, porque la religión es uno de los
ingredientes fundamentales de la convivencia humana y del orden humano, porque
la mayoría de la gente no puede aceptar la idea que no existe vida más allá de
la muerte”.
En algunas novelas de Vargas Llosa hay personajes
religiosos que llegan a afirmar que “se convirtieron” y destacan la importancia
de la religión en sus vidas. He aquí algunos ejemplos:
En La ciudad y los perros la religión está vista como
compromiso político en la línea de la teología de la liberación de Gustavo
Gutiérrez.
El paraíso en la otra esquina plantea la importancia
de la religión, llegando a adquirir un papel casi central.
Donde Vargas Llosa insiste más en las consecuencias de
una religión fanatizada es en La guerra del fin del mundo, la revuelta que tuvo
lugar en Brasil a fines del siglo XIX.
En su novela de 2014, El sueño del celta, Vargas Llosa
denuncia los horrores de la colonización belga y juzga con dureza la religión
católica de la madre y la religión protestante del padre de Roger Casament.
Aún cuando escribe sobre la religión en algunas de sus
obras, no he encontrado en toda ella ninguna descripción profunda sobre los
grandes contenidos de la misma, más allá de expresiones comunes como “irse al
cielo”, “condenarse al infierno” y ese tipo de expresiones. Dios y Jesucristo
no son seres de sus novelas. Cuando aparecen, el autor lo hace como de paso y
sin que ninguna preocupación lo lleve a un tratamiento importante del Eterno.
La cuestión de Dios no es para Vargas Llosa un
problema teórico. Sin embargo, Dios está aquí, entre nosotros, porque según San
Pablo "en Él vivimos, nos movemos y somos". Tal como dejó escrito el
filósofo griego Platón cinco siglos antes de Cristo en Las leyes, “Dios es el
principio, el medio y el fin de todos los seres. Dios es un suspiro
inexplicable puesto en el fondo del alma”.
Por JUAN
ANTONIO MONROI/Protestante digital
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