El Martes Santo, contemplamos a Jesús atado a la columna, recibiendo los azotes con un silencio que habla más que mil palabras. No se defiende, no huye, no maldice. Simplemente permanece.
Y en ese permanecer nos da una lección profunda: que
incluso en medio del dolor, la injusticia o la incomprensión, es posible
mantenerse de pie, con el corazón firme y la esperanza viva. Jesús, en su
sufrimiento, no solo carga con el castigo físico, sino también con el peso del
mundo, con nuestras propias heridas y luchas.
Y aun así, sigue adelante, porque sabe que el amor
siempre tiene la última palabra. Afrontemos hoy nuestras propias batallas,
recordando que Él ya pasó por el camino del dolor, y lo transformó en camino de
salvación.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
Por MONSEÑOR
RAMÓN DE LA ROSA Y CARPIO
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