En el Garden los Knicks ganan y obligan a otro partido contra Indiana en la Conferencia Este
NUEVA YORK (30 Mayo 2025).- Los Knicks se jugaban la vida en un escenario idílico para hacer tal cosa. Y lo hacían porque habían llegado a una situación de extrema necesidad tres perder tres de los cuatro primeros partidos de una eliminatoria que está haciendo justicia al baloncesto de la Conferencia Este: las diferencias han sido de 3 puntos (con prórroga), 5, 6 y 9. Igualdad máxima, pero con la balanza a favor de los Pacers porque así es como lo ha dictaminado un equipo que es neta y completamente merecedor de unas Finales que están rozando por primera vez desde el 2000, cuando cayeron ante los Lakers de Shaq y Kobe.
Siempre han sido competitivos, casi siempre han llegado a playoffs. Pero
la grandeza de antaño es difícil de conseguir para un mercado pequeño que. en
realidad, nunca ha llegado al nivel de esas franquicias icónicas. Pero que
reivindica, en 2025, su derecho al trono más grande, su hueco definitivo en el
mapa. Todo ello aprovechando la coyuntura de la NBA actual. Una competición más
abierta que nunca y que tendrá su séptimo campeón en los últimos siete años.
Contra esos
Pacers iban a luchar unos Knicks inmersos ya antes del partido en una misión
prácticamente imposible. No van a remontar por probabilidad, pero también por
falta de fuerzas. Esas que les abandonaron tras una lucha extenuante contra sí
mismos. Contra la lógica, las minutadas de Tom Thibodeau y todo lo que eso
suponía. Eso sí, haciendo honor a su propia historia, los neoyorquinos querían
morir matando. Muchos se acordarán siempre de ese primer partido que parece que
decantó la balanza, hundiendo a unos y resucitando a otros por enésima vez,
tras conseguir la misma hazaña que ya habían logrado ante Bucks y Cavaliers.
Porque un milagro no es que un hecho inusual ocurra una sola vez, sino que pase
una tras otra, como a ese equipo de Indiana tan bien entrenado por un Rick
Carlisle que lo ha visto todo, lo ha vivido todo y no cree en el destino. Los
Knicks iban dispuestos a pelear. Pero el aura de los Pacers se había hecho tan
grande que a su lado cualquiera se hacía muy pequeño.
El Madison
Square Garden sería testigo del final de la historia o de la prolongación de la
misma. Ese icónico estadio que en la Gran Manzana ya vio ganar a los Knicks en
los albores de una década olvidada, pero en la que los neoyorquinos se alzaron
con dos títulos, en 1970 y 1973. Con ese recuerdo y las intentonas de los 90,
de mano de Patrick Ewing en pista y de Pat Riley en el banquillo, Jalen Brunson
y compañía afrontaban su propia extinción o un nuevo viaje rumbo a Indiana para
el más difícil todavía. Y todo con la sensación de que su rival era imbatible y
que Tyrese Haliburton, que cuajó una histórica exhibición en el cuarto asalto,
era la estrella que prometía y que había dejado atrás la irregularidad para
convertirse en un Magic Johnson contemporáneo. Ahí, en la ciudad de Nueva York.
En Manhattan, en el cruce entre las avenidas Séptima y Octava de las calles 31
a 33. Encima de la conocida Estación Pensylvania. Ese sería el lugar en el que
se jugaba la historia. El final de una o el principio de la otra. Qué más da.
Al fin y al cabo, era una de las más grandes para los involucrados. Eso seguro.
Al final,
los Knicks prevalecieron y siguen vivos para forzar un sexto partido tan
aparentemente innecesario como merecido. La remontada se antoja improbable,
pero ahí está a un equipo al que se puede acusar de muchas cosas excepto de
carencia de coraje y pundonor. De ambos tienen a raudales, tal y como atestigua
un Jalen Brunson que se fue a 32 puntos, 5 rebotes y 5 asistencias, con un 12
de 18 en tiros de campo, 4 de 7 en triples y 4 de 4 en tiros libres. El base
salió ovacionado por un público enloquecido y fue el referente de una actuación
majestuosa, que incluyó los 24 tantos y 13 rechaces de Karl-Anthony Towns. En
los Pacers, sólo Pascal Siakam (15) y Obi Toppin (11) pasaron de los dobles
dígitos (Tyrese Haliburton se quedó en 8 puntos en 7 lanzamientos) dentro del
equipo titular y la apatía se apoderó del equipo de Rick Carlisle a sabiendas
de que tiene una nueva opción ante su público en Indiana. Hasta entonces, los
Knicks siguen vivos porque eso es lo que mejor se les da: no morir. Y se ven
encaminados a la oportunidad de la remontada. Un sueño difícil, como todos.
Pero que está ahí, lo cual es innegable. El resto, ya lo veremos.
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