A Jesús no siempre se le encuentra en lo extraordinario o en lo milagroso. Muchas veces, Él se manifiesta en los gestos sencillos y profundos de la vida diaria.
Se hace presente en el dolor del hermano que sufre, en el rostro cansado del enfermo, en la soledad del anciano o en la angustia del que ha perdido la esperanza.
Allí, su compasión toca las heridas humanas. También se revela en la tierna mirada de un niño, pura y llena de confianza, recordándonos la necesidad de volver a ser como ellos para entrar en el Reino.
Y está, sin duda, en la sonrisa de una madre que, como María de Altagracia, protegida, consuela y ama.
Hasta mañana, si
Dios, usted y yo lo queremos.
Por MONSEÑOR RAMÓN DE LA ROSA Y CARPIO
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